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Debajo del Piso 32 – Un Romance Prohibido

Debajo del Piso 32 – Un Romance Prohibido

Status: Terminada
Genre:CEO / Romance / Yaoi / Secretario/a / Reencuentro / Romance de oficina / Grumpyxsunshine / Completas
Popularitas:5
Nilai: 5
nombre de autor: jooaojoga

Thiago Andrade luchó con uñas y dientes por un lugar en el mundo. A los 25 años, con las cicatrices del rechazo familiar y del prejuicio, finalmente consigue un puesto como asistente personal del CEO más temido de São Paulo: Gael Ferraz.
Gael, de 35 años, es frío, perfeccionista y lleva una vida que parece perfecta al lado de su novia y de una reputación intachable. Pero cuando Thiago entra en su rutina, su orden comienza a desmoronarse.
Entre miradas que arden, silencios que dicen más que las palabras y un deseo que ninguno de los dos se atreve a nombrar, nace una tensión peligrosa y arrebatadora.
Porque el amor —o lo que sea esto— no debería suceder. No allí. No debajo del piso 32.

NovelToon tiene autorización de jooaojoga para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 1

Thiago ya no sabía lo que era dormir bien. Había pasado la noche anterior ajustando el currículum en el ordenador prestado del Ciber Café de Vila Rubi. Corrigió comas, cambió palabras, intentó parecer más profesional de lo que se sentía. Pero ahora estaba allí, en la recepción fría de Ferraz Tech, sosteniendo una carpeta de plástico azul como si fuera su única armadura contra el mundo.

Vestía la camisa social más neutra que consiguió encontrar en una tienda de segunda mano del centro. El zapato apretaba, y el pantalón de vestir dejaba claro que él no pertenecía a aquel lugar de mármol, vidrio y silencio corporativo. Pero él estaba graduado. Luchó por eso. Nadie le quitaría eso.

—Siguiente, señor Thiago Andrade —llamó la recepcionista, sin levantar los ojos.

El corazón le dio un vuelco. Asistente personal del CEO. Un cargo que nadie común conseguiría. Pero era la única vacante para la que aceptaban recién graduados. Y él necesitaba intentarlo.

Cuando entró en la sala de entrevistas, no esperaba dar de cara con él.

Gael Ferraz. En carne, hueso y perfección cruel. Traje oscuro, mirada cortante, manos cruzadas sobre la mesa. Y aquel aire de quien nunca necesitó pedir nada en la vida, solo mandar.

—Pensé que lidiaría con Recursos Humanos —dijo Thiago, sin pensar.

Gael levantó una ceja. —Prefiero mirar a los ojos de quien va a estar a mi lado. Economiza tiempo.

La tensión llenó el aire como un gas invisible.

—Siéntese —ordenó.

Thiago se sentó, pero la silla parecía menos cómoda que un banco de concreto. Sudaba. Pero mantenía la barbilla erguida. No iba a doblegarse. No más.

—Usted se graduó en administración por la UFRB. Trabajó como repartidor. Limpiaba edificios por la noche. Nunca tuvo una experiencia directa en el mundo corporativo. ¿Por qué debería contratarlo?

Thiago respiró hondo. —Porque quien viene de abajo aprende a prestar atención a los detalles que ustedes suelen ignorar.

Gael lo encaró en silencio durante unos segundos demasiado largos. Después, se levantó, fue hasta la ventana y se quedó de espaldas.

—Empiece mañana. Si aguanta una semana, conversamos de nuevo.

Thiago parpadeó. —¿Es en serio?

Gael se giró, finalmente sonriendo, una sonrisa pequeña, como si el desafío hubiese acabado de empezar.

—Aquí, todo es serio.

La puerta se cerró tras Thiago con un chasquido seco, y él bajó los 32 pisos como quien vuelve a la gravedad después de flotar por instantes en algo que parecía un sueño.

Fue solo al pisar la calle nuevamente que sintió el nudo en la garganta apretar.

El celular vibró en el bolsillo.

“Tu madre lloró de nuevo por tu causa.”

“Elegiste esta vida sucia, ahora aguanta las consecuencias.”

“Aún tienes tiempo de arrepentirte, Thiago.”

Él borró los mensajes antes incluso de terminar de leer. Era siempre así. Cada semana, un nuevo sermón. Un nuevo castigo sin gritos, pero lleno de culpa. Los padres vivían en un barrio de clase media alta, tenían un buen coche, una casa con piscina y un apellido respetable en la iglesia. Tenían dinero, y vergüenza del hijo gay que decidió salir de casa a los veintiún años con una maleta vieja y la dignidad remendada.

La verdad era simple: él no era pobre por falta de recursos. Era pobre porque eligió ser libre.

Thiago entró en el pequeño estudio donde vivía, en la región de Brás, cerrando la puerta tras de sí. El lugar era estrecho, mal iluminado y olía a desinfectante vencido, pero era suyo. No había crucifijo en la pared, ni miradas de juzgamiento, ni silencio pasivo-agresivo en la cena. Solo el ruido de los coches y el ronquido distante de la ciudad que nunca dormía.

Tiró la mochila en el sofá y se miró en el espejo rajado de la pared.

Los ojos estaban rojos, pero vivos.

Gael Ferraz. Aquel hombre parecía más una estatua que gente. Frío, calculado, casi cruel. Pero había algo en aquella mirada que Thiago reconocía. Soledad quizás. Cansancio de protegerse demasiado.

Él sonrió de lado, amargo.

—Si crees que soy débil, Gael… entonces espérame.

Mañana comenzaba su primera mañana como asistente personal del CEO más temido de São Paulo.

Y él estaba listo para todo, menos para enamorarse.

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