A 10 Pasos De Tu Puerta

Jodie tocó mi puerta cuando menos esperaba su presencia. Pregunté quién era, antes de abrirla y darme cuenta de que era ella.

—Pues yo —contestó con una risa.

Suspiré con pesadez, preguntándome qué razón tendría ahora para molestarme. Tenía su actitud despreocupada cuando la vi parada en el marco.

—¿Qué necesitas? —mantuve un tono seco.

—¿Por qué me hablas como el asistente de Google?

—No estoy hablándote así. Solo estoy manteniendo distancia —repliqué, tratando de ignorar su provocación—. No sé qué quieres, y para ser honesto, estoy ocupado, no tengo tiempo para juegos.

¿Quién iba a entenderla? Era impredecible y agotadora. Primero se enojaba y me reclamaba y ahora estaba aquí otra vez.

—¿Ocupado en qué?

Inclinó la cabeza para mirar dentro de mi apartamento, rápidamente junté más la puerta para evitar que siguiera husmeando.

—Estoy ocupado con Lucy —respondí, deliberadamente frío.

Su expresión cambió, pero se encogió de hombros con aparente indiferencia.

—Ah, entiendo.

Me encogí de hombros.

—Sí, tengo trabajo y Lucy vino a ayudarme.

—Sí, Kay. Ya te escuché la primera vez. Pero está bien, sigue con lo tuyo. No quiero entretenerte.

Alzó la mano levemente, en un gesto de despedida, y regresó por donde vino. Mire en su dirección hasta que abrió la puerta de su departamento y se metió, sintiéndome perdido e irritado por lo que estaba ocurriendo. Estaba loca y no sabía si quería entender su revoltosa cabeza. Sentí como si hubiera algo más que quería decir, y no se atrevía. Cerré la puerta con el sentimiento de incomodidad persistiendo.

……………….

Horas más tarde, esa noche, mientras revisaba mis apuntes en la sala, escuché el sonido de una puerta golpearse. Por curiosidad, miré por la ventana y vi a Carlo en el pasillo frente a la puerta de Jodie. Ella le abrió y lo dejó entrar sin dudarlo. Juraría que estaba tomada otra vez, pero no podía asegurarlo.

Volví a mis notas, pero ya no podía concentrarme. Mi mente seguía metida en lo que acababa de ver, en contra de mi voluntad. Incluso se me pasó por la cabeza un impulso de llamarle al teléfono, pero me enviaba directo al buzón de voz conforme marcaba el número, lo había apagado. Insistí una vez más, sin lograr nada. Me sentía ridículo, ella vería las llamadas perdidas al encenderlo y yo no tendría justificación. Ni estaba consciente de por qué estaba haciendo eso, la chica ya me estaba cansando.

Un día después de eso, estaba yendo hacia la universidad y me crucé con ella en los escalones, aceleré mi paso para igualar el suyo. Tenía que quitarme la incertidumbre de encima.

—¿Qué hay contigo y Carlo? —pregunté sin analizar primero mis palabras.

Hasta a mí me sorprendió lo directa que fue mi pregunta. Dios mío, ¿por qué me atrevía a decirle esas cosas?

—¿Perdón? No —rió, mirándome con incredulidad—. Métete en tus asuntos, Kay ¿Qué rayos te importa? —la respuesta me tomó desprevenido—. Ya te lo dije antes, no eres mi cuidador. Lo que yo haga o no, no te incumbe. —Iba a refutar, abrí la boca levemente para responder, pero continuó hablando. casi en un tono de burla—. Porque recuerdas que eso dijiste, ¿verdad? ¿Que no me incumbían tus asuntos con Lucy? Sí, bueno, haz algo coherente. Aplica lo mismo aquí.

—Es un poco preocupante que lo hayas dejado entrar así como estabas.

¿Y yo por qué tenía que estar en medio de sus problemas personales?

—Me tiene sin cuidado lo que pienses, de verdad. Ya me hartaste.

Me tenía merecida esa respuesta. Tenía razón, estaba interviniendo demasiado. Ella se apresuró en irse, y ya no pude decirle nada más. Por extraño que a mí me pareciera, sentía un leve malestar en el estómago. Quizá me había empezado a acostumbrar a irritarme por su culpa, aunque no de esa forma.

……

Suena acosador, pero ese día esperé cerca de mi ventana a que volviera a su casa para ir hasta su puerta a buscarla. No quería decirlo, pero creo que la estaba vigilando, era patético y lo sabía, pero me negaba a dejar de hacerlo.

Tenía una botella en la mano cuando la vi, lo que aumentaba la probabilidad de que aquél día sí estuviera bebida.

—¿Qué pasa contigo? ¿Tienes algún problema con el alcohol? —fue lo primero que salió de mi boca, sin más filtros.

Levantó la botella y la observó como si hubiera olvidado que la estaba sosteniendo.

—¿Otra vez controlándome? Eso es asunto mío, Kay.

—No es controlarte. Lo que estás haciendo no es sano.

—¿Y tú qué sabes? No es tu cuerpo, relájate —contestó fastidiada—. ¿Para eso vienes hasta acá? ¿A molestarme? Vete, ¿si? Espero a alguien —me señaló la puerta.

—¿Esperas a alguien? ¿A quién?

—No es cosa tuya —se dejó caer en una silla—. Que te vayas, carajo. Ya te he dicho que no me interesa nada de lo que tengas para decir. Esta situación me está cansando mucho.

Sentí cómo me debatía internamente entre dejarla estar o insistir. Pero un impulso pudo más que el otro.

Y entonces, ahí estaba otra vez, su teléfono sonó porque Carlo la estaba llamando.

—¿Es a él a quien vas a ver? —señalé su móvil.

Giró los ojos.

—¿Te supone algún problema?

—Vas a terminar haciendo algo de lo que te vas a arrepentir luego. No creo que ese tipo tenga buenas intenciones.

Se rió con sarcasmo en su tono, casi queriendo ser cruel.

—Ya te estás pasando, Kay. No te intereses en las “intenciones” tiene o no conmigo. Ya basta de esto, mejor vete.

—Mierda, Jodie. Yo lo conozco, yo sé cómo es, no sería la primera vez en meterse en problemas así —dije, y de repente me sentí más idiota. Tomó la botella y dio un largo sorbo, ignorándome, de paso—. Deja de beber.

—Por dios, vete y molesta a Lucy en lugar de estar aquí entrometiéndote en mi jodida vida.

—No entiendo qué tiene que ver en esto —me sostuvo la vista, parecía estar molesta. Trató de beber otro sorbo, pero le quité la botella, mi paciencia se desmoronó, y creo que la de ella también—. No más.

—¿Eres idiota? Dámela —intentó agarrarla pero levanté el brazo—. Maldita sea, Kay, déjame sola, déjame hacer lo que se me da la gana.

—Ni lo pienses, has bebido suficiente.

—¿Y qué? ¿Te vas a quedar aquí a vigilar? ¿Todo el día, o acaso esperas que te invite a quedarte? ¿No tienes un proyecto que hacer acaso? —no respondí, eso la irritó más—. Ya, me agotaste —me empujó hacia la puerta de la entrada—. A ver, Carlo va a venir en algún momento, Kay. Solo dame la botella y lárgate de aquí —negué con la cabeza, inspiró y exhaló lentamente, hablando con una cama que no me esperaba—. Dime una cosa. ¿Tú crees que a tu noviecita le guste que estés aquí molestando?

La pregunta me tomó por sorpresa. Creo que sabía de quién estaba hablando, pero no sabía por qué había soltado eso de repente. Me quedé momentáneamente pensando en por qué lo había mencionado

—¿Por qué estás preguntando eso? Ya te había dicho que Lucy solo es una compañera de clases.

—Yo no sé si tú eres el tonto o crees que yo lo soy —soltó una risa amarga—. ¿Amigos?

—¿Por qué estás sacando esas conclusiones?

—A Lucy le gustas, Kay.

Me quedé sin palabras, ¿qué tonterías estaba soltando ahora?

—No, no es verdad. ¿Cómo sabes eso?

—Claro, porque eres experto en leer entre líneas. Porque es obvio —resaltó la palabra con desdén—. Ya dámela y vete.

La ignoré, así que se me quedó viendo y luego fue hasta la cocina. No fui tras ella sino hasta que le escuché destapar otra botella, dejé la que tenía y la seguí.

—¿Es en serio? No sigas así —reclamó..

—¿Y no vas a responderme?

—¿Responder qué exactamente?.

—Ay, eres idiota —bebió y se la arranqué de las manos igual, no intentó quitármela esta vez. También le quité el teléfono, porque sonó una vez más, lo tenía en su oído cuando se lo arrebaté y colgué por ella—. ¿Qué te pasa? ¿Me vas a responder o no?

—¿Qué rayos es lo que quieres saber? No sé qué más decirte ¿Acerca de Lucy?

—Sí, eso.

—Ya te expliqué una y otra vez, no sé qué más quieres.

Se dio vueltas por la misma cocina.

—No me mientas, carajo.

—¿Por qué estás tan enojada por eso? Además, te estoy diciendo la verdad.

Me miró fijamente, como analizando algo. Suspiró lento y profundamente y estiró el brazo, aparentemente más calmada.

—¿Me das la botella, por fa?

—Ya te he dicho mil veces que no.

—No, está bien. No la voy a beber, lo prometo —habló con una tranquilidad que me estaba asustando, ¿cómo había cambiado su estado de ánimo tan bruscamente?—. Solo dámela.

Había algo en su tono que me hizo dudar. La miré fijamente y, con desconfianza, acabé cediendo. Se la entregué, ella la tomó y la alejó de sí misma, dejándola en el estante que tenía a su costado. Aún así, permanecí alerta a sus movimientos, no sabía por qué estaba haciendo esto ni cuáles eran sus intenciones.

Y de repente, sentí su cuerpo acercarse de golpe; se abalanzó hacia mí, intentando besarme.