Doce años pagué por un crimen que no cometí. Los verdaderos culpables: la familia más poderosa e influyente de todo el país.
Tras la muerte de mi madre, juré que no dejaría en pie ni un solo eslabón de esa cadena. Juré extinguir a la familia Montenegro.
Pero el destino me tenía reservada una traición aún más despiadada. Olviden a Mauricio Hernández. Ahora soy Alexander D'Angelo, y esta es mi historia.
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Celos
Punto de vista de Alexander
Entregué el anillo de mi madre a la mujer que sería mi esposa. Si quería que toda esta farsa fuera convincente, tenía que darlo todo por el todo.
—Es un anillo simple, ya que a mi madre le gustaban las cosas sencillas. Sé que no es de tu gusto, pues una Montenegro no puede verse como una simple mortal —dije. El arrepentimiento de haberle entregado la joya a ella me ganó.
—No es necesario, este anillo es perfecto. Solo te digo que no sabes nada de mí y de mis gustos —respondió ella, sentándose en el sillón y observando el pequeño diamante.
—Tampoco es necesario que lo sepa. Ahora, si me disculpas, voy a mi habitación.
Dejé a Sofía sola en la sala, mientras iba directamente a la ducha.
Bajo la regadera, los recuerdos de mi madre cayendo al suelo después de mi sentencia invadieron mi mente. El dolor que sentí aquel día no se comparaba ni siquiera con los doce años que pasé encerrado en aquella prisión. Me dolía el alma y lo peor era que nada en este mundo me podía hacer olvidar mi dolor.
—Te juré, madre, que regresaría para vengar nuestra tragedia, ningún Montenegro quedará en pie —susurré, cerrando la regadera y dispuesto a ir por Sofía. Quería descargar en ella todo mi enojo.
Una vez en la habitación, encontré a mi prometida hablando por teléfono. Su voz estaba llena de preocupación.
—¿Cómo está la niña?... No, ya salgo para allá. Por favor, llévala a la clínica.
Sofía colgó la llamada y, cuando se volteó, pude ver sus ojos cristalizados. Era sincera, no estaba fingiendo esta vez.
—¿Qué sucede? —pregunté, manteniéndome frío.
—No es nada, tengo que salir —dijo, pasando a mi lado.
La tomé del brazo, deteniendo su andar.
—Te vuelvo a preguntar: ¿Qué sucede?
Sofía soltó una lágrima, su voz se quebró y, sin previo aviso, se abrazó a mí.
—Llegó una niña a la fundación, estaba muy mal. Tenía signos de haber sido golpeada y no saben si sobrevivirá.
Cada palabra que salía de su boca estaba llena de un dolor inmenso. Nadie podía fingir la angustia que ella estaba transmitiendo.
—Déjame vestir para acompañarte —Mi tono se suavizó, aunque mantuve un poco de frialdad.
—No es necesario, la fundación es mía y no tienes por qué preocuparte por ella.
Su negación hizo que me hirviera la sangre. ¿Acaso ella no terminaba de entender que yo solo ordenaba y ella obedecía?
—Espérame aquí, ya te dije.
Entré al armario, busqué ropa cómoda y, en menos de lo que se espera, estaba listo para ir con Sofía a la clínica.
La tomé de la mano como gesto de apoyo; ella no me rechazó. No sé si era por la tensión del momento u otra cosa.
Llegamos a la clínica rápidamente. Sofía iba corriendo prácticamente hasta la recepción; sin embargo, uno de los trabajadores de la fundación estaba esperándola.
—¿Cómo está la niña? —preguntó inmediatamente.
—La pequeña está estable, aunque necesita una cirugía para drenar la coagulación en su cerebro... —El sujeto, Héctor, hizo una pausa.
—Termina de hablar, Héctor. No me dejes asumiendo lo peor —ordenó Sofía con firmeza.
—El seguro de la fundación no cubre la cirugía y esta es demasiado costosa.
El rostro de Sofía se descompuso inmediatamente, y es que aunque la fundación tenía seguro para los niños y trabajadores, había casos que este no cubría debido a los altos costos.
—¿Por qué no usaste mi tarjeta? —preguntó.
—Lo intenté, pero está suspendida. Creo que fue tu padre quien congeló la cuenta.
Era un movimiento típico de Elías Montenegro. Él no seguiría financiando nada de su hija, ya que suponía que yo debía ser quien lo hiciera.
Justo en ese momento salió el cirujano.
—Señorita Montenegro, no podemos seguir esperando. La inflamación en el cerebro de la pequeña es muy grande y si no intervenimos de inmediato, la pequeña no sobrevivirá.
Fue entonces que decidí intervenir.
—Realicen el procedimiento. Yo asumiré los gastos —Mi voz salió con firmeza y determinación. Mi empresa era sólida y contaba con más dinero del que nadie se podía imaginar; este acto sería como quitarle un pelo a un gato, al igual que la donación que le hice a la fundación.
Sofía me miró con incredulidad, tampoco rechazó mi gesto. Ella sabía que no había tiempo para discutir.
Una vez que se realizó todo el papeleo administrativo, la pequeña fue llevada a sala de cirugías.
—Gracias por esto —susurró Sofía, visiblemente cansada.
—Lo hice por la niña, no por ti —respondí con frialdad.
—Igual... Gracias. Buscaré el dinero para pagarte —respondió en un suspiro.
Esta vez ella no discutió, no me miró mal. Solo se quedó ahí, mirando la luz roja en la puerta de sala de cirugía. Había descubierto algo nuevo en ella: ella de verdad ama a esos niños.
—Vamos para que comas algo —dije, tendiéndole mi mano.
—No tengo hambre —respondió distante.
—Necesitas fuerzas. Recuerda que eres la única persona que los niños de la fundación tienen.
—Ahora no les sirvo de mucho. Si Elías me quitó lo poco que me daba, no sé qué haré. Bueno, sí sé. Tendré que buscar trabajo para ayudar un poco.
—Eres increíble. ¿Piensas que te dejaré trabajar? Mejor pensamos en eso después. Ahora vayamos a la cafetería.
Arrastré prácticamente a Sofía para que comiera algo, y aunque no fue mucho lo que logré, al menos probó alimentos.
Después de varias horas finalmente el cirujano salió de la cirugía.
—Sofía, todo salió bien. La pequeña sobrevivirá, después que la preparen la llevarán a una habitación preparada especialmente para ella.
La confianza que ese médico de pacotilla tenía con mi mujer me hizo hervir la sangre. Él no podía acercarse tanto a ella y menos tomar su mano. Ese gesto me indico que él estaba interesado en Sofía y eso me lleno de ira.
—Gracias por sus servicios, doctor. — dije apartando la mano del doctor de Sofía. Estaba marcando mi territorio.
—Gracias por todo. Eres un excelente cirujano.
Sentí que mi sangre hervía, ¿acaso a Sofía le gustaba ese tipo?, ¿ella estaba coqueteando con él en mis narices? Las dudas me carcomían la cabeza, pero eso no se lo iba a permitir.