¿Alguna vez han pensado en los horrores que se esconden en la noche, esa noche oscura y silenciosa que puede infundir terror en cualquier ser vivo? Nadie había imaginado que existían ojos capaces de ver lo que los demás no podían, ojos pertenecientes a personas que eran consideradas completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que esos "dementes" estaban más cuerdos que cualquiera.
Los demonios eran reales. Todas esas voces, sombras, risas y toques en su cuerpo eran auténticos, provenientes del inframundo, un lugar oscuro y siniestro donde las almas pagaban por sus pecados. Esos demonios estaban sueltos, acechando a la humanidad. Sin embargo, existía un grupo de seres vivos—no todos podrían ser catalogados como humanos—que dedicaban su vida a cazar a estos demonios y proteger las almas de los inocentes.
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CAPITULO DIEZ
Ivelle tenía un mal presentimiento, pero trató de ignorarlo. Era su primer día de clase después de las vacaciones y estaba emocionada por estar nuevamente en la academia. Miró a su izquierda, donde una de sus compañeras de habitación, Eleonor, se encontraba durmiendo en una posición graciosa: tenía una pierna doblada, sus brazos parecían enrollados y su cabeza parecía querer quebrarse. Luego, dirigió su mirada a su otra compañera, Alison, quien estaba completamente cubierta de pies a cabeza. Finalmente, observó a Raquel, que estaba sentada leyendo un libro.
Eran las seis y cuarenta de la mañana. Tenían que bajar a desayunar a las siete y quince e ir a clases a las nueve. Ivelle se levantó y se dirigió al baño. Una puerta apareció de la nada y ella entró. Se miró al espejo por unos segundos, notando cómo no se parecía a ningún integrante de su familia, lo cual siempre le causaba tristeza. Sus ojos, grandes y de un color violeta profundo, contrastaban con el cabello oscuro que caía en suaves crespos sobre sus hombros. Ningún rasgo coincidía con los de sus padres o hermanos. Mientras se lavaba la cara, intentaba apartar esos pensamientos. Era un nuevo día y debía concentrarse en sus estudios.
Al salir del baño, el ambiente en la habitación seguía tranquilo. Eleonor continuaba en su peculiar posición, Alison seguía oculta bajo las mantas y Raquel no levantaba la vista de su libro. Ivelle decidió despertar a sus compañeras suavemente para que no se retrasaran en el desayuno.
— Buenos días, chicas —dijo Ivelle en voz baja mientras sacudía ligeramente a Eleonor—. Es hora de levantarse.
Eleonor murmuró algo ininteligible y se desperezó, mientras Alison se movía bajo las mantas, asomando finalmente la cabeza.
— ¿Ya es hora? —preguntó Alison con voz somnolienta.
— Sí, necesitamos bajar a desayunar pronto —respondió Ivelle—. No queremos llegar tarde el primer día de clases.
Raquel cerró su libro y sonrió a Ivelle.
— Siempre tan puntual. Vamos, chicas, no queremos que la primera impresión de este semestre sea la de llegar tarde.
Las cuatro compañeras se prepararon rápidamente, llenas de expectación por el nuevo año académico. Aunque Ivelle no podía sacudirse el presentimiento de algo malo, se concentró en la emoción del día. Ajustó el cinturón de su uniforme y salió junto a Raquel, quien llevaba el uniforme de cazadora. Ivelle no comprendía por qué su amiga había optado por estudiar algo que podría transformarla en algo diferente de lo que ya era, pero respetaba su elección y no decía nada al respecto.
Llegaron al comedor, un majestuoso salón de techos altos decorados con imágenes de batallas épicas y paredes revestidas en cálida madera oscura. Grandes ventanales permitían que la luz solar se filtrara hacia el lugar, iluminando el espacio con un brillo natural. Las mesas largas estaban cubiertas con manteles azules bordados con inscripciones antiguas, y las sillas, talladas a mano, tenían respaldos decorados con símbolos místicos.
En el centro del comedor, una imponente mesa de madera maciza brillaba bajo la luz de los candelabros de cristal, exhibiendo platos y fuentes con manjares mágicos. Ivelle llevó su mirada a una parte del comedor donde unas extrañas criaturas volaban grácilmente, criaturas que la habían asustado cuando era una aprendiz novata. Estas criaturas tenían un pelaje de diferentes colores, con cuerpos esféricos y aparentemente suaves. Lo que más llamaba la atención eran sus grandes ojos, carentes de pestañas, que mostraban múltiples colores y parecían estar encerrados en una bola de cristal. Sus alas, del mismo color que sus ojos y de un tamaño no muy grande, emitían pequeños destellos con cada aleteo, creando un espectáculo hipnótico. Con cada movimiento, pequeños brillos se formaban en el aire, añadiendo un toque de magia al ambiente del comedor.
Ivelle y Raquel se sentaron en una de las mesas y pronto fueron acompañadas por los gemelos, quienes estaban portando sus uniformes. El de Percy era el mismo que poseía Ivelle, mientras que el de Perseus era de Guardián. Ambos hermanos, a pesar de ser físicamente idénticos, se diferenciaban notablemente en cuanto a personalidad. Perseus era extrovertido y jovial, siempre dispuesto a hacer amigos, mientras que Percy era más reservado y serio, pero había algo que los dos compartían: eran unas máquinas para meterse en problemas.
El bullicio de los estudiantes llenaba el salón, mezclándose con el suave tintineo de los cubiertos y los murmullos de conversación. Ivelle llevó su mirada a la mesa donde se encontraba su hermano. Él tenía un rostro serio y ojeroso, una apariencia que había mantenido durante varios días. Ivelle no entendía qué le estaba sucediendo y la preocupación comenzaba a pesar en su mente. Quería saber qué le ocurría a su hermano, pero decidió esperar a que él tuviera la iniciativa de contarle lo que sucedía. No quería presionarlo ni invadir su espacio. Mientras tanto, trató de concentrarse en la conversación con Raquel y los gemelos.
—¿Cómo fueron tus vacaciones? —preguntó Percy a Eleonor, masticando un trozo de pastel que parecía cambiar de sabor con cada mordisco.
—Estuve en Rusia, en una clase de expedición —respondió Raquel con entusiasmo—. Conocí a personas interesantes y descubrí lugares fascinantes. Fue increíble.
—Eso suena genial —dijo Percy—. Yo pasé la mayor parte de mis vacaciones estudiando, pero logré aprender algunos hechizos nuevos que estoy deseando probar… Oye, Eleonor, ¿Has visto a los nuevos estudiantes transferidos? —preguntó Percy, cambiando el tema—. Se dice que hay algunos vampiros sangre roja entre ellos, así cómo tú…
—Sí, lo escuché —respondió Raquel—. Es raro que vengan aquí. La mayoría se queda en la Academia Oscura… De hecho, mi prima está aquí.
—¿La que intentó matarme cuando estuvo en la mansión? —preguntó Perseus, su tono más serio.
— Exactamente, Perseus.
Ivelle volvió su mirada a su hermano. Decidió que, si él no se acercaba a hablar con ella pronto, ella misma tomaría la iniciativa. No podía quedarse de brazos cruzados mientras veía a su hermano sufrir en silencio. Mientras tanto, el comedor seguía vivo con la energía de los estudiantes, y las criaturas mágicas volaban grácilmente, sus alas emitiendo destellos que iluminaban el ambiente.
Mientras desayunaban, la puerta volvió a abrirse, revelando un grupo de jóvenes que hizo que el comedor quedara en silencio por un momento. Ivelle levantó la mirada hacia ellos, y al reconocerlos, se atoró con su comida. Eran los mismos que había visto aquella fatídica noche. Su corazón se aceleró cuando sus ojos se encontraron con los de uno de ellos, quien tenía una sonrisa lasciva en los labios. La incomodidad la hizo bajar la mirada rápidamente, esperando que él no notara su turbación.
Raquel, por su parte, también observó al grupo. Su prima Freya estaba en el centro, rodeada de otros estudiantes. Raquel sabía muy bien que su prima no era alguien en quien confiar y temía que estuviera tramando algo. Su intuición le decía que la presencia de Freya y sus compañeros en la academia no auguraba nada bueno.
Ivelle, con el corazón aún latiendo rápido, volvió a levantar la vista. Freya destacaba con su cabello rojo fuego y sus ojos del mismo color. Llevaba múltiples collares y una joya en su labio, así como un piercing en la ceja derecha. A su lado, se encontraba un chico de lentes que, sorprendentemente, se veía bastante normal en comparación con los demás. No parecía emanar la misma energía oscura que los otros. Al lado de él, una chica de cabello negro liso y largo con ojos marrones y un iris completamente blanco miraba alrededor con desinterés.
Finalmente, los ojos de Ivelle se posaron en el último miembro del grupo, aquel que le causaba más miedo por lo sucedido la última vez. Su cabello, ahora rojizo, había cambiado de color desde la última vez que lo vio, pero su presencia seguía siendo igual de intimidante. Ivelle sintió un escalofrío recorrer su espalda al recordar el peligro que había enfrentado y cómo había luchado por su vida.
—No los mires tanto, Ivelle —murmuró Raquel, notando su inquietud—. No les des el poder de intimidarte.
—Lo sé —respondió Ivelle, tratando de recuperar la compostura—. Pero es difícil no sentir algo cuando los ves. Especialmente después de lo que pasó.
Perseus, sentado a su lado, también había notado la llegada del grupo y la tensión en el aire. Aunque no conocía todos los detalles, entendía que la presencia de estos nuevos estudiantes significaba que el año académico sería más desafiante de lo que habían anticipado.
Después de tomar el desayuno, Ivelle se levantó rápidamente junto a Raquel. Percy y Perseus las siguieron de cerca. Al llegar al pasillo, Ivelle sintió su corazón acelerarse, no solo por la emoción del primer día de clases, sino también por la presencia del pequeño espectro que volaba sobre su hombro. Su nombre era Dyane, y era el animal representativo de Ivelle. Cada estudiante tenía un espectro animal, pero eran pocos los que permitían que estos se mostraran, ya que no deseaban que alguien conociera a sus compañeros espirituales. Dyane voló alrededor de Ivelle, hablando con una dulce voz que siempre le levantaba el ánimo. Ivelle sonrió ligeramente; a pesar de que a veces Dyane podía ser un poco irritante, le tenía un gran cariño.
Continuaron caminando, pero pronto se despidieron de Raquel y Perseus, quienes partieron hacia sus respectivas clases. Percy e Ivelle bajaron las escaleras hasta tocar suelo, donde encontraron una pequeña inundación. Sus botas se mojaron mientras avanzaban hacia el salón, cuya puerta de madera estaba decorada con intrincados símbolos de agua. Percy abrió la puerta, revelando un amplio espacio con varias mesas de madera cubiertas de libros. Los ventanales del salón ofrecían una vista de un extenso pasillo iluminado por antorchas.
Ambos se sentaron en la mitad del salón, que ya albergaba a varios aprendices. El profesor, conocido por su impuntualidad, aún no había llegado. Ivelle sacó sus libros y los colocó sobre la mesa. Delante de ellos, estaban los hermanos Priv. Desde hacía meses, Ivelle sentía un enamoramiento hacia uno de ellos, lo consideraba muy guapo y, sobre todo, interesante. Además, tenía una gran personalidad que lo hacía destacar. Sin embargo, había un problema: él tenía novio, aunque nadie sabía quién era.
Ivelle bajó la mirada a su cuaderno justo cuando el profesor hacía su entrada menos dramática posible. El salón se llenó de un humo blanco y, en el pequeño escenario frente a todos, apareció el profesor con las manos en la cintura y una pose orgullosa. Era el señor Benson, profesor de Controles Marítimos, quien enseñaba a los aprendices cómo utilizar a los animales acuáticos a su favor sin causarles daño. Ivelle tosió, detestando la teatralidad de su profesor. Lo consideraba patético y poco útil.
El profesor Benson era conocido por su gran habilidad y poder, sin duda uno de los mejores profesores de la academia, aunque también el más impuntual, ya que nunca llegaba a la hora indicada. Benson, un monje con más de 300 años de vida, provenía de una tribu ubicada en los extremos del Océano Atlántico. Su sabiduría era inmensa, pero su sentido del espectáculo dejaba mucho que desear para Ivelle.
—Buenos días, estudiantes —anunció Benson con una voz resonante—. Hoy aprenderemos a conectar con nuestros amigos acuáticos de una manera más profunda y significativa. Aplicaremos lo visto el año pasado.
A pesar de su antipatía por la dramatización del profesor, Ivelle estaba ansiosa por aprender más sobre el control marítimo. Ella sabía que estas habilidades eran cruciales para su desarrollo en la academia y su futuro como Elementista. Mientras Benson continuaba su discurso, Ivelle intentó concentrarse, dejando a un lado sus preocupaciones y la incomodidad que sentía por los nuevos estudiantes.
Percy, sentado a su lado, le dio un pequeño codazo y le susurró:
—Vamos, Ivelle, esto es importante. Aunque Benson sea un poco… excéntrico, sus enseñanzas valen la pena.
Ivelle asintió, tratando de enfocarse en las palabras del profesor.
—Si tan solo dejara de ser tan… teatral —suspiró Ivelle, mientras Percy ponía su brazo alrededor de ella y reía.
—Ya muy pronto tendremos los meses vividos para saber cuál es nuestro poder característico. — sonrío —. Estoy emocionado. Quiero saber qué es lo que me trae la magia, aunque ya pueda hacerme una idea de eso, solo quiero confirmarlo.
Al cumplir la mayoría de meses vividos, a las personas se les otorgaba un poder específico. Ivelle tenía curiosidad por saber el suyo. Sus hermanos ya habían descubierto los suyos. Azul tenía la habilidad de cambiar de forma desde un diminuto grano de arena hasta un formidable dragón, y podía sanar a las personas con un simple toque. Vante, por su lado, poseía una fuerza física excepcional, capaz de levantar objetos enormes y vencer a enemigos poderosos; además, tenía control sobre la Tierra, pudiendo mover y moldear rocas y tierra, creando barreras y terremotos. Y por último, fue bendecido con la velocidad, pudiendo moverse más rápido de lo que el ojo humano puede ver.
Ivelle quería saber cuál sería su don. Anhelaba algo tan increíble como lo que les había tocado a sus hermanos, porque sabía que si no era así, su padre probablemente se lo restregaría en la cara, como hacía con todas las demás cosas que ella hacía mal. No quería eso. Quería ver en la cara de su padre una expresión de orgullo.
Mientras el profesor Bensin comenzaba a explicar la lección sobre el control de los animales acuáticos, Ivelle se dejó llevar por sus pensamientos. La idea de descubrir su poder la emocionaba y aterraba a partes iguales. ¿Sería algo relacionado con el agua, como su asignatura favorita? ¿O tal vez algo completamente diferente, algo que ni siquiera podía imaginar? No importaba cuál fuera el resultado, estaba decidida a demostrar su valía.
— ¿Qué crees que te tocará a ti? —susurró Percy, rompiendo el silencio de su meditación.
—No lo sé. —respondió Ivelle, con un tono de incertidumbre. —Pero sea lo que sea, lo aprovecharé al máximo.
—Esa es la actitud, Pilki. —dijo Percy con una sonrisa, volviendo su atención al profesor.
Ivelle miró a su amigo. Pilki, ese era el apodo que le habían puesto cuando se conocieron. Hacía tiempo que no se lo recordaban, así que le pareció extraño que en ese momento él lo mencionara. Sonrió un poco y prestó atención al profesor, quien estaba haciendo dibujos en el tablero, o más bien garabatos que parecían sin sentido, pero los explicaba con entusiasmo. En la tarde, cuando terminó la primera clase, ella se dirigió hacia el jardín donde se encontraba Raquel y Zaois junto a Naira. Ivelle se acercó a ellos junto a Percy, quien no paraba de hablar de algo a lo que Ivelle no estaba prestando atención. Al llegar, se sentaron todos juntos.
La fuente de agua cristalina que estaba a su lado llenaba sus oídos como una gran melodía. Ivelle sintió una pesada mirada sobre su espalda y giró. Notó que ese chico la observaba de nuevo. ¿Por qué la miraba tanto? Mejor dicho, ¿por qué su grupo de amigos la miraba tanto? ¿Acaso era por lo sucedido aquella noche? ¿Habían venido a la academia a vengarse por lo que hizo? Ivelle se sintió angustiada e incómoda por todos los pensamientos turbulentos que albergaba su mente. Trató de apartar esos pensamientos y rápidamente giró la mirada hacia su grupo de amigos. Zaois se percató de la inquietud de su amiga, pero sabía que no era el momento para preguntar sobre lo que sucedía.
— Raquel, — habló Zaois —. ¿Sabes quiénes son esos chicos?
A sus amigos les sorprendió que hablara en español, pero pese a la sorpresa, se concentraron en lo que Raquel respondería.
— Por supuesto que los conozco — respondió ella, mirando al cielo —. Son los únicos amigos de mi prima. Los conocí hace dos años, cuando estaba en el pueblo de Meridiano. Fue un tanto… incómodo — dirigió su mirada al grupo de intercambio, específicamente al chico de gafas, quien se las acomodó en ese momento —. El de gafas es Lucian Blackwood. Nació de una unión prohibida entre una poderosa vampira llamada Selene y un alfa lobo, Kael Blackwood. Su existencia misma es una rareza, pues las dos razas tienen una historia de rivalidad y conflicto.
Raquel continuó señalando a los otros integrantes del grupo:
— La que está a la derecha es Seraphina Serpentis. Nació de una unión oscura y misteriosa entre un hechicero malvado, Malachai, condenado a cadenas de castigo eterno por sus crímenes, y Lamia, una poderosa y astuta mujer serpiente que gobernaba un reino subterráneo de criaturas reptilianas. Ella es tan astuta como su madre. Me sorprendió mucho cuando la conocí porque se encontraba hablando con las serpientes.
Ivelle señaló discretamente hacia el chico con los brazos cruzados.
— ¿Y el que está con los brazos cruzados?