“La Reina Del Mar Y La Guerra”

Capítulo 6. El Almirante de las Profundidades

La victoria sobre la flota de los Serpente había sellado el trono de Artemisia con hierro y fuego. Durante meses, Halicarnaso prosperó como nunca: los mercados rebosaban de especias y telas extranjeras, los templos recibían ofrendas de oro, y los barcos con su estandarte cruzaban el mar como si fueran prolongaciones de su voluntad.

Pero el mar, como los dioses, jamás concede reposo.

El rumor de una presencia extraña comenzó a llegar a sus oídos. Pescadores aseguraban haber visto una nave oscura surcando las aguas más allá de las rutas conocidas, un barco que parecía moverse sin viento y cuyas velas nunca flameaban. Algunos lo llamaban “el navío sin sombra”, otros lo nombraban “la garganta del abismo”.

Artemisia, que nunca desestimaba un presagio, decidió comprobarlo por sí misma.

🌊 El encuentro en la niebla

Una madrugada sin luna, mientras su flota exploraba las aguas orientales, la bruma se cerró alrededor de las naves como un manto espectral. Los remos apenas podían avanzar, y el silencio era tan denso que incluso los marineros temían respirar demasiado fuerte.

De pronto, la niebla se abrió. Frente a Artemisia apareció un barco solitario, inmenso, construido con maderas oscuras que parecían venir de un bosque que jamás había visto la luz del sol. Sus velas eran negras, y sobre ellas se dibujaba un emblema desconocido: un círculo atravesado por tres líneas, como una cicatriz sobre el mundo.

El barco se acercó sin sonido de remos, como si lo moviera una corriente invisible.

Artemisia ordenó detener la flota y avanzó sola en un pequeño bote, acompañada únicamente por Selene e Irina. La embarcación enemiga abrió una pasarela de madera ennegrecida, y de entre la niebla surgió una figura.

⚓ El almirante

Era un hombre alto, de piel pálida y cabellos como la espuma del mar muerto. Sus ojos eran de un azul imposible, casi blanco, como si hubieran visto demasiado. Vestía una armadura ligera cubierta de incrustaciones de conchas y plata corroída.

—Reina Artemisia de Halicarnaso —dijo con voz profunda, que parecía surgir tanto de su garganta como de las profundidades del mar—. He cruzado el otro lado del océano para encontrarte.

Artemisia lo miró con calma, aunque sentía la tensión de Irina y la desconfianza de Selene.

—¿Quién eres?

El hombre se inclinó con un gesto que parecía más un desafío que respeto.

—Me llaman el Almirante de las Profundidades. No sirvo a rey alguno, ni a ciudad alguna. Sirvo al mar.

—El mar me sirve a mí —respondió Artemisia, con un filo en la voz.

El Almirante sonrió, y en sus labios había algo de burla, algo de presagio.

—El mar no sirve a nadie. Solo presta su fuerza… por un tiempo.

🩸 La advertencia

Caminaron juntos por la cubierta de la nave oscura. A cada paso, Artemisia notaba que la madera estaba húmeda como si sangrara agua salada, y el aire se volvía más denso. Selene murmuró un rezo bajo su aliento, mientras Irina mantenía la mano cerca de su espada.

—He visto reinos levantarse sobre las olas —dijo el Almirante, observando el horizonte vacío—. Y he visto a esos mismos reinos hundirse en un solo día. Todos pensaron ser eternos. Todos juraron que sus nombres vivirían mil años.

Se giró hacia Artemisia y sus ojos brillaron como espejos rotos.

—Quien desafía al tiempo, debe pagar con su sangre.

Artemisia sostuvo su mirada sin pestañear.

—No temo a la sangre. He pagado con ella cada paso de mi poder.

—La tuya no basta —replicó él—. El mar siempre pide más. Pide herencia. Pide linaje.

Por un instante, el silencio los envolvió. Artemisia entendió que no era una amenaza, sino una verdad desnuda.

🌒 El obsequio envenenado

El Almirante extendió una mano. En ella llevaba un pequeño cofre de madera negra, grabado con símbolos marinos desconocidos.

—Dentro hallarás una brújula que no señala el norte, sino el destino. Te llevará allí donde tu voluntad pueda reinar… o donde tu reino encontrará su ruina.

Artemisia tomó el cofre sin vacilar.

—¿Por qué me lo das?

—Porque me divierte ver quién desafiará a los dioses por más tiempo —respondió con frialdad—. Y porque tal vez, en tu sombra, yo también encuentre lo que busco.

Selene entrecerró los ojos, desconfiando.

—¿Qué buscas, realmente?

El Almirante la miró como si atravesara sus huesos.

—Olvido.

⚔️ El regreso

De vuelta a su nave, Artemisia abrió el cofre en privado. Dentro, la brújula brillaba con un resplandor extraño, sus agujas giraban lentamente hasta detenerse en direcciones que no correspondían a los mapas conocidos.

Irina habló con dureza:

—Mi reina, ese hombre no es aliado. Es un augurio de desgracia.

Selene asintió.

—El mar nos ha mostrado un espectro, no un hombre.

Artemisia cerró el cofre y lo sostuvo contra su pecho.

—Quizá. Pero hasta los espectros traen verdades que los vivos temen decir.

🌑 El eco de la advertencia

Esa noche, sola en su camarote, Artemisia soñó con un mar sin límites. Navegaba sobre aguas negras, y en el horizonte no había tierra, sino un espejo gigantesco que reflejaba un mundo donde ella no existía. El Almirante la esperaba frente a aquel espejo.

—El hierro se oxida. La sombra se disipa. El espejo se quiebra —dijo él, con voz de trueno—. Cuando llegue ese día, ¿qué quedará de tu juramento?

Artemisia despertó sudando, con el corazón golpeando como un tambor de guerra. La brújula brillaba suavemente en la penumbra, como un ojo vigilante.

No sabía aún si aquel encuentro había sido advertencia, amenaza o desafío. Pero en lo más profundo de su ser comprendió que su lucha no era ya contra los Serpente, ni contra los nobles. Era contra el tiempo mismo.

Y el tiempo jamás perdona.