LA NOCHE DE LAS BRUJAS
En nuestro vasto mundo, la magia se alzaba por todos lados como un misterio envolvente, único y enigmático para muchos, mientras que para otros, era simplemente un mito sin fundamentos, algo estupido que un demente se invento en uno de sus viajes. Como las nubes que vagan en el cielo, la magia se difundia por nuestro mundo, invisible para algunos pero irresistible para otros. Para aquellos que creían, la magia se ocultaba en los hilos invisibles que nos conectan, en las plegarias suspendidas en el aire y en la lluvia que cae en momentos inesperados. ¿Qué es la magia en realidad? ¿Es solo un truco astuto, o hay algo más profundo en su esencia? En el mundo de los Desprovidos, aquellos que carecen de habilidades mágicas frente al esplendor de los hechiceros, nadie parecía comprender verdaderamente la complejidad y el misterio que encerraba la magia.
"¿Alguien en el mundo había visto la magia?" Esta pregunta resonaba en las mentes de muchos, como una melodía envolvente que evocaba la curiosidad y el asombro. A lo largo de la historia, relatos y testimonios hablaban de encuentros con lo inexplicable, de sucesos que desafiaban toda lógica y explicación racional. Algunos afirmaban haber sido testigos de prodigios que sólo podían atribuirse a la magia, mientras que otros permanecían escépticos, aferrándose a la creencia de que todo tenía una explicación científica. En medio de este panorama sombrío, la magia se escondía en los rincones más oscuros de la ciudad, apenas perceptible para aquellos que sabían dónde buscar. Los callejones estaban llenos de charlatanes y falsos magos que intentaban sacar provecho de la desesperación de la gente, mientras que verdaderos practicantes de la magia mantenían un perfil bajo, temerosos de ser descubiertos y perseguidos.
Los auténticos temen aparecer, haciendo que los falsos parezcan reales.
Pero esta no es simplemente una historia sobre si la gente cree o no en la magia; va mucho más allá de las creencias individuales que podían surgir en todos. Era muchísimo más complejo, algo que la mente humana no podía entender con facilidad.
--- ¿Escuchaste lo que dijeron por ahí? --- comenzó un viejo\, llevando un cigarrillo a sus labios. Su acompañante sonrió\, mostrando unos dientes amarillos y deteriorados. Asintió con la cabeza\, haciendo que su larga y descuidada cabellera se moviese.
--- Nunca pensé que la hija de nuestro director fuera capaz de hacer eso. Siempre la creí tan buena niña ---expulsó el humo de su boca.
--- Nunca me cayó bien. Siempre la vi demasiado amigable con todos. Además\, ¿qué hipocresía de su parte ser tan buena con todos para terminar haciendo esto?
Era el año de 1988, aproximadamente las veintidós horas en una ciudad, Swellow se llamaba, donde el ambiente estaba cargado de tensión y misterio. Swellow era una ciudad antigua y llena de historia, con callejones empedrados y edificios centenarios que parecían susurrar secretos de tiempos pasados. Sin embargo, en aquel año, la ciudad se encontraba en medio de una transformación tumultuosa. Una fuerte guerra había golpeado duro a Swellow, dejando a su paso desempleo, pobreza y desesperación. Las sombras se alargaban bajo la luz tenue de los faroles, proyectando figuras inquietantes en los muros desgastados.
En el corazón de la ciudad, un hombre encapuchado caminaba con determinación. Su capa oscura se mezclaba con la penumbra, haciéndolo casi invisible. Se detuvo frente a una puerta de madera maciza, cuya superficie mostraba las cicatrices de años de uso y conflictos. Golpeó tres veces, un patrón conocido sólo por aquellos que estaban en el círculo de resistencia.
La puerta se abrió ligeramente, y una voz ronca murmuró desde el otro lado:
— Contraseña.
— Valhan — respondió el hombre encapuchado con firmeza.
La puerta se abrió completamente, permitiéndole entrar a una habitación iluminada por la luz parpadeante de una vela. Dentro, un grupo de personas se encontraba reunido en torno a una mesa llena de mapas y documentos. Sus rostros mostraban la dureza de la lucha, pero también una determinación inquebrantable.
— Mirco, por fin has llegado —dijo una mujer de mediana edad, cuyo rostro estaba marcado por la preocupación pero también por la esperanza. — Tenemos noticias importantes, pero no creo que alguna te gustara…
Mirco se quitó la capucha, revelando un rostro joven.
—¿Qué ha sucedido, Beatriz? —preguntó Mirco, su voz cargada de preocupación mientras intentaba mantener la calma.
—Tu hermana fue arrestada, Mirco—comenzó, su voz temblorosa pero firme—. La capturaron hace unas horas en las afueras de la ciudad. Parece que alguien la delató. Pero, en un giro inesperado, logró escapar de sus captores. Ahora, la están buscando por todas partes. El Parlamento de Magia ha emitido una orden de captura inmediata y ha desplegado a todos los cazadores para encontrarla.
Mirco sintió un nudo en el estómago. Sabía bien lo implacables que podían ser los cazadores, agentes entrenados y despiadados que servían al Parlamento. La magia, en el mundo, era un arma de doble filo; aquellos que la poseían y usaban sin la aprobación del Parlamento eran perseguidos sin piedad.
—¿Cómo logró escapar? —preguntó Mirco, tratando de comprender cómo su hermana había conseguido evadir a unos guardias tan entrenados.
—No estoy segura de todos los detalles —continuó Beatriz—, pero algunos testigos mencionaron que utilizó un hechizo de invisibilidad, uno muy antiguo y poderoso que pocos conocen. Debió aprenderlo de esos viejos grimorios que siempre andaba estudiando. Sin embargo, ese tipo de magia deja rastros, y los cazadores son expertos en seguirlos.
—Los rumores dicen que si la atrapan, la... —Beatriz vaciló un momento, bajando la voz hasta casi un susurro— la ejecutarán en la Plaza de las Mil Brujas.
Mirco sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. La Plaza de las Mil Brujas era un lugar infame, donde en tiempos antiguos se llevaban a cabo ejecuciones públicas de aquellos acusados de practicar magia prohibida. Se había convertido en un símbolo de miedo y represión.
—No podemos dejar que eso ocurra —dijo Mirco con determinación renovada—. Necesitamos encontrarla antes que ellos.
Beatriz asintió, ya había esperado esa respuesta. Se acercó a la mesa donde un mapa de la ciudad y sus alrededores estaba extendido. Señaló varios puntos marcados con tinta roja.
—Estos son los lugares donde han avistado a los cazadores recientemente. Tendremos que ser astutos y rápidos. Debemos adelantarnos a sus movimientos. Si tu hermana sigue huyendo, podría dirigirse hacia el bosque al norte, es uno de los pocos lugares donde podría esconderse sin ser detectada fácilmente.
—Mirco —llamó Beatriz mientras él se dirigía a la salida—. Sé cuidadoso. Esto es más peligroso de lo que jamás hemos enfrentado.
—Lo sé, pero no puedo permitir que mi hermana muera de esa manera, no cuando ella es inocente de todo crimen que se le imputa —dicho esto, Mirco se acercó a la ventana y la abrió de par en par, dejando que el viento frío de la noche golpeara su piel.
Por un momento, se quedó inmóvil, sus ojos parpadeando con una intensidad creciente hasta que, de repente, se tornaron completamente rojos. Un brillo sobrenatural los iluminó, y en un destello cegador, unas majestuosas alas de fénix emergieron de su espalda, desplegándose con un resplandor incandescente. Sin más demora, Mirco se lanzó al aire, transformándose en un ave fénix que dominaba las noches. Su vuelo era elegante y poderoso, dejando un rastro luminoso en su estela. El resplandor que emanaba era tan increíble que las pocas personas que lograban vislumbrarlo desde las sombras de las calles empedradas pensaban que era un cometa, un presagio celestial atravesando el firmamento.
—¿Por qué no le dijiste que su hermana se encontraba muy débil? —escuchó Beatriz detrás de ella. Era uno de los hombres de confianza del grupo, un vikingo del norte, respetado pero aborrecido por muchos debido a su frialdad y brutalidad—. Ella acaba de tener un hijo. El poder que tiene no es lo suficientemente fuerte en este momento para lograr escapar por segunda vez de los cazadores. En pocos minutos, puede que ella sea atrapada de nuevo.
Beatriz se giró para enfrentarlo, sus ojos llenos de preocupación y frustración.
—No podemos poner en peligro nuestra organización. Si Mirco se entera que hoy posiblemente su hermana sea asesinada, podría cometer cosas que no podíamos controlar. Es mejor que él crea que.. todavía hay esperanza.
El vikingo, un hombre corpulento con una barba espesa y ojos fríos como el hielo, la observó en silencio por un momento antes de asentir lentamente.
— Él se enterara…
— Pero no será en este momento.
A las orillas de un extenso río de una gran variedad de animales marinos que nadaban de un lado al otro, el pueblo de Aureum se encontraba sumergido en un profundo silencio que solamente era interrumpido por el cantar de los pájaros sobre los árboles y el sonido del viento al golpear contra las cosas. Era un ambiente terrorífico. Las luces de las antorchas, que normalmente iluminaban las calles con gran resplandor, se habían apagado hace ya varias horas dejando todo en completa oscuridad. Todos estaban conscientes de lo que sucedía por lo que nadie se atrevía a poner un pie en la calle. Aureum, conocido como el pueblo de los mil colores, casi nunca se encontraba en silencio, el bullicio de las voces parloteando lo llenaban de vida, pero en ese momento, parecía como si nadie viviera en ese lugar.
Las calles de piedra que hace pocas horas se encontraban repletas de comercio y gente caminando de un lado a otro, en ese momento se extendían desiertas y silenciosas bajo el resplandor de la luna. El pueblo parecía estar en pausa, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. Los escaparates de las tiendas permanecían oscuros, las puertas cerradas y apenas se escuchaba el eco distante de los pasos solitarios de algún transeúnte apresurado. En medio de ese terrorífico ambiente, una figura encapuchada se deslizaba por las sombras de los callejones, corriendo con fuerza mientras trataba de escapar de algo que la perseguía. Tenía miedo de morir. No quería morir. No debía morir y no deseaba morir.
El sonido de pasos pesados resonaba detrás de ella, cada vez más cerca. El miedo le hacía palpitar el corazón con fuerza, mientras sus piernas seguían adelante impulsadas por el puro instinto de supervivencia. Verlah caminaba con gran velocidad, el miedo martilleando en sus sienes. Apenas unas horas atrás había dado a luz a su hija, y su estado físico era lamentable. A pesar de esto, su determinación de sobrevivir la empujaba hacia adelante. No deseaba morir, y menos de esa manera; quería morir en lo alto, como una verdadera guerrera. Cada paso era una lucha. El dolor se extendía por su cuerpo, pero la fuerza de su voluntad superaba cualquier sufrimiento físico. Recordaba las historias de sus ancestros, de mujeres que, como ella, habían enfrentado adversidades insuperables y habían triunfado. Esas historias alimentaban su esperanza y le daban la energía necesaria para seguir.
Verlah avanzaba por los callejones oscuros y estrechos de Aureum, tratando de perder a sus perseguidores en el laberinto del pueblo. Sus sentidos estaban en alerta máxima, cada crujido y susurro era una posible amenaza. Los cazadores no se detenían, su misión era clara: capturar a la mujer que había osado desafiar al Parlamento de Magia. Para ellos, ella era una fugitiva peligrosa, pero para Verlah, su única misión era proteger a su hija y encontrar un lugar seguro donde ambas pudieran estar a salvo.
La respiración agitada y el sudor frío en su frente eran testigos del esfuerzo titánico que estaba realizando. Sus pensamientos volaban hacia su hija, un pequeño ser inocente que ahora dependía completamente de ella. El deseo de protegerla a cualquier costo la impulsaba a seguir adelante, a ignorar el dolor y la fatiga.
De repente, se encontró ante un callejón sin salida. Su corazón se hundió por un instante, pero rápidamente buscó una salida. Un antiguo edificio con una puerta entreabierta ofrecía una posible vía de escape. Sin pensarlo dos veces, se deslizó dentro y se encontró en un viejo almacén abandonado. El lugar olía a humedad y descomposición, pero en ese momento, era su única esperanza.
La recién nacida en sus brazos poseía unos ojos llenos de inocencia mientras miraba a su asustada madre, sin entender qué sucedía a su alrededor. Verlah la miró por unos segundos, su amor y determinación dándole fuerzas para seguir adelante. A pesar del miedo que la atenazaba, sabía que debía proteger a su hija a toda costa.
Sus pasos resonaban en el vacío del almacén, y no eran los únicos. Los cazadores, con su persistencia implacable, seguían tras ella. Cada vez que giraba la cabeza, esperaba no verlos demasiado cerca, pero el eco de sus botas resonaba con fuerza, un recordatorio constante de la amenaza inminente.
La bebé, ajena al peligro que los rodeaba, emitió un suave gemido. Verlah la apretó contra su pecho, tratando de calmarla con suaves susurros y caricias. No podía permitir que les hicieran daño, no a ella, no a su pequeña. La ansiedad aumentaba con cada paso, y el llanto de la bebé comenzó a intensificarse.
—Shhh, tranquila, mi amor, tranquila —murmuró Verlah con desesperación, su voz temblorosa. Intentaba mantener la calma, pero cada segundo que pasaba sentía que el tiempo se le escapaba entre los dedos.
El llanto de la bebé se hizo más fuerte, rebotando en las paredes del almacén. Verlah sabía que el sonido podría atraer a los cazadores, pero no podía detenerse. Con pasos rápidos y decididos, avanzó hacia la parte trasera del almacén, buscando cualquier señal de una salida.
Encontró una puerta trasera, vieja y oxidada, que parecía llevar a un patio cerrado. Con esfuerzo, empujó la pesada puerta y salió al exterior. El aire fresco de la noche golpeó su rostro, una breve pero bienvenida sensación de alivio. Pero no estaba fuera de peligro. Los pasos de los cazadores se acercaban, y no tenía mucho tiempo.
El patio estaba lleno de escombros y cajas abandonadas. Verlah buscó desesperadamente un lugar donde esconderse. Finalmente, vio una pila de cajas grandes lo suficientemente altas como para ofrecer una cobertura temporal. Se deslizó detrás de ellas, abrazando a su hija con fuerza y tratando de calmar su llanto con suaves caricias y susurros tranquilizadores. A medida que los pasos se acercaban, Verlah se agachó, casi cubriendo a su bebé con su cuerpo, rogando a los dioses que pasaran de largo. El corazón le latía con tanta fuerza que pensaba que los cazadores podrían oírlo. Las voces de los hombres resonaban en el patio, y pudo escuchar su conversación.
—Debe estar cerca. Revisen cada rincón —ordenó uno de ellos con voz autoritaria.
Los cazadores comenzaron a moverse por el patio, levantando cajas y mirando detrás de cada obstáculo. Verlah contuvo la respiración, cada músculo de su cuerpo tenso, lista para actuar si la descubrían.
En ese momento, la bebé dejó de llorar, como si sintiera la gravedad de la situación. Verlah la miró, sus ojos llenos de agradecimiento y desesperación. Si lograban salir de esa, le prometió en silencio que haría todo lo posible por darle una vida segura y feliz. Los pasos se acercaron peligrosamente a su escondite. Verlah cerró los ojos, preparándose para lo peor. Pero, de repente, uno de los cazadores gritó desde el otro lado del patio.
—¡Aquí no hay nada! Probablemente ya se fue. Volvamos a la calle principal.
La tensión en el aire se disipó un poco cuando los pasos comenzaron a alejarse. Verlah esperó unos minutos más, asegurándose de que el peligro había pasado. Finalmente, cuando todo quedó en silencio, se permitió un suspiro de alivio. Con cuidado, se levantó y miró a su alrededor. El camino estaba despejado por ahora, pero sabía que no podía quedarse allí mucho tiempo. Ella continuó corriendo con más fuerza, pero de repente, un dolor agudo atravesó su cuerpo cuando unas cadenas ardientes se enroscaron alrededor de sus pies, quemándola con su abrasador calor y tirándola al suelo. La recién nacida comenzó a llorar con más intensidad al sentir la caída brusca. Verlah quiso acercarse a su hija, pero las cadenas en sus pies le hicieron imposible la acción, alejándola de su bebé mientras luchaba por liberarse.
—¡Ayuda! —gritó Verlah desesperadamente, su voz llena de angustia y desesperación—. ¡Por favor, alguien ayúdeme!
Pero nadie acudió en su ayuda. A través de las ventanas, las sombras de los vecinos se asomaban tímidamente, observando lo que sucedía afuera. Nadie quería ayudar a una mujer que tachaban de malvada. Aunque Verlah no fuera mala, nadie se atrevía a enfrentarse a los cazadores, temiendo las represalias. Los cazadores eran temidos por su brutalidad y por la autoridad absoluta que ejercían en la comunidad mágica.
Los cazadores, encargados de la persecución de aquellos que se desviaban del camino de la ética y la legalidad mágica, habían atrapado a su presa. Eran implacables con cualquiera que consideraran una amenaza, ya fuera un hechicero traficando con artefactos oscuros o un brujo utilizando sus poderes para fines malignos. Algunos los veían como salvadores de la comunidad mágica, mientras que otros los consideraban tiranos abusando de su autoridad.
—¡La tenemos! —dijo uno de los cazadores, acercándose a Verlah con una sonrisa de triunfo—. Pensaste que podías escapar, pero nadie escapa de nosotros.
Verlah luchó contra las cadenas, sus pies ardían de dolor y sus fuerzas se desvanecían rápidamente. Sus ojos estaban fijos en su hija, quien lloraba desconsoladamente en el suelo. El llanto de la bebé resonaba en la noche, llenando el corazón de Verlah de una desesperación abrumadora.
—Por favor, no le hagan daño a mi hija —suplicó Verlah, las lágrimas rodando por sus mejillas—. Ella no tiene la culpa de nada. Solo es una bebé.
El líder de los cazadores se acercó, sus ojos fríos y calculadores. Se agachó frente a Verlah, observándola con una mezcla de desprecio y curiosidad.
—¿Por qué deberíamos mostrar misericordia? —preguntó con voz dura—. Tú has desafiado las leyes del Parlamento de Magia. Tu castigo es inevitable.
Los gritos de la mujer resonaban en la noche silenciosa, un sonido desgarrador que atravesaba el aire frío mientras las llamas de las cadenas iluminaban su rostro lleno de angustia. Su hija, ahora alejada por la brutalidad de las cadenas, lloraba inconsolable, y cada sollozo era una puñalada al corazón de Verlah. Los demás cazadores se acercaron, su marcha segura y sus rostros ocultos bajo capuchas oscuras, proyectando sombras inquietantes sobre las piedras antiguas de la plaza. Uno de ellos, el líder, se aproximó a la mujer caída, su figura imponente eclipsando la luz de la luna.
—Has sido condenada por tus acciones, bruja —dijo con una voz que resonaba con una frialdad calculada—. Tu uso indebido de la magia ha llegado a su fin.
Verlah levantó la cabeza, sus ojos llenos de determinación a pesar del dolor que la consumía.
—No soy una bruja malvada —respondió con firmeza—, y no dejaré que le hagan daño a mi hija. Ella no tiene parte en esto.
El cazador la miró con desprecio, su mirada fría y cruel.
—No tienes opción —replicó—. Ya es tarde para las súplicas.
—¡No se acerquen! —exclamó la madre, su voz temblorosa—. No les permitiré hacerle daño a mi hija. ¡No pasarán!
—Te encuentras indefensa en este momento —dijo el cazador con voz serena, casi melódica, mientras miraba fijamente a la mujer—. No podrías hacer nada… No planeo hacerle nada a tu hija —continuó el cazador, su tono calmado contrastando con la gravedad de sus palabras—. Aunque ella sea hija del pecado, nada recaerá sobre ella. Te estamos persiguiendo a ti, no a ella. En ese sentido, puedes estar tranquila. Tu hija estará bien en nuestras manos.
—No. Entrégame a mi hija. Es mía. Ella debe estar con su madre —suplicó Verlah, sus ojos inundados de lágrimas. — Por favor. Quiero ser una buena madre.
El cazador ignoró sus súplicas y ascendió en el aire con la niña en brazos mientras la madre, con el corazón destrozado, observaba impotente cómo se alejaban de su alcance. Sus sollozos resonaban en la atmósfera cargada de desesperación mientras rogaba desesperadamente que le devolvieran a su hija.
— Dejaste de ser una buena madre en el momento en el que te volviste mala persona.
En ese momento, un ruido metálico rompió la tensión. Thorvald, el vikingo, irrumpió en la plaza, su figura imponente y su espada en alto. Con una furia desatada, se lanzó hacia los cazadores.
—¡Déjala en paz! —rugió, su voz resonando con una intensidad que hizo eco en las paredes de los edificios circundantes.
El líder de los cazadores, aún sosteniendo a la bebé, miró a Thorvald con desdén.
—¿Crees que puedes detenernos, vikingo? —dijo con una sonrisa burlona—. Somos muchos y estamos bien preparados. Eres defensor de la maldad. Tu castigo será como el de ella. Atrapelos a ambos y llevenoselos.
En un abrir y cerrar de ojos, el cazador chasqueó los dedos, provocando que un destello de magia envolviera su cuerpo y lo transportara en cuestión de segundos a la entrada de un imponente bosque. Allí, se encontraban toda clase de animales de formas muy extrañas y exóticas, con ojos profundamente negros y salidos de sus rostros. Parecían no tener conciencia, solo caminaban sin rumbo fijo, chocando unos contra otros en una danza surrealista.
El cazador, conocido como Robi, avanzó por un sendero que serpenteaba entre la espesura del bosque. Las sombras se alargaban y se retorcían a su paso, como si el mismo bosque estuviera vivo y observándolo. Finalmente, llegó a una casa de madera de dos pisos, iluminada únicamente por antorchas de fuego azul y amarillo, que proyectaban un brillo inquietante sobre la estructura.
Robi tocó la puerta, la cual se abrió sola con un crujido siniestro, revelando un largo pasillo flanqueado por numerosas puertas. Sin vacilar, avanzó con pasos firmes hasta llegar a una puerta completamente negra adornada con misteriosas runas mágicas que parecían susurrar secretos antiguos. Al cruzar el umbral, se encontró con un hombre sentado en una silla de respaldo alto, disfrutando de una taza de café mientras hojeaba el periódico. Su aspecto era engañosamente tranquilo, con cabellos grises y ojos penetrantes que destilaban una sabiduría y astucia inusuales. A su lado, una mujer de cabello negro como la noche, con ojos que parecían reflejar una galaxia, vestía una túnica blanca y un cinturón de cuero adornado con dagas y pociones.
—Sir Eris, he aquí a la hija de tu hija —anunció Robi, desviando la mirada del periódico para dirigirla al hombre de cabello gris, quien dejó el periódico a un lado y se levantó lentamente de su silla, su expresión severa.
—Tu hija será sometida al juicio final del Parlamento Mágico —continuó Robi—. Su destino será decidido por aquellos que gobiernan nuestra sociedad mágica.
—Será asesinada... —murmuró Sir Eris, su mirada fija en el cazador, quien asintió lentamente—. ¿Dónde se encuentra ella?
—En estos momentos, puede que se encuentre retenida en las mazmorras bajo el Parlamento Mágico —respondió Robi—. El juicio está programado para una semana al alba.
Sir Eris se levantó abruptamente, la preocupación arrugando su frente antes lisa. Se paseó por la habitación, manos a la espalda, el peso de sus pensamientos tan palpable como el aire mismo. Finalmente, se detuvo y se enfrentó a Robi con una mirada decidida.
—¿Y de qué se le acusa exactamente? —preguntó, intentando mantener la compostura.
—Brujería oscura, tratos con demonios —explicó Robi, claramente disgustado por la manipulación detrás de la situación—. Creo que usted ya tiene conocimiento sobre las atrocidades que su hija le ha hecho a nuestra Sagrada Comunidad.
—Mi hija no es culpable de esos crímenes —dijo Sir Eris con firmeza—. Las acusaciones son falsas, un intento de desacreditar a nuestra familia.
—Lo sé, señor —respondió Robi, mostrando una rara empatía—. Pero las fuerzas en juego son poderosas.
Sir Eris se dirigió hacia una antigua biblioteca, sacando un libro que activó un mecanismo oculto. La estantería se deslizó hacia un lado, revelando una cámara secreta llena de artefactos mágicos, pergaminos, y un surtido de vestimentas de combate. De allí sacó un collar de amatistas con puntas de estrella el cual era de su hija. Mientras, Diane se acercaba a la niña, cuyo sueño parecía profundo y tranquilo, Sir Eris se encontraba encantando el collar. Diane con suavidad, tomó en brazos a la niña justo en el momento en que ella abrió los ojos, revelando un asombroso tono violeta que irradiaba misterio. Al mismo tiempo, Sir Eris completaba el encantamiento del collar, sus manos temblorosas pero firmes en cada movimiento preciso. Con el collar listo, se acercó a Diane y la pequeña.
—Este collar protegió a su madre desde que era una niña. Ahora, debe protegerla a ella — dijo, colocándolo cuidadosamente alrededor del cuello de la bebé. Las amatistas brillaron suavemente al contacto con la piel, un signo de que el encantamiento había sido exitoso. — Espero que esto sea capaz de cuidarte de todo mal, pequeña brujilla. —Sonrió a su nieta, al compás que sus ojos brillaban con una intensidad.
— Sir Eris, tiene unos ojos realmente encantadores —Diane estaba sorprendida. Aquellos ojos no eran muy comunes. Era la primera vez que miraba unos ojos tan violetas como la Amatista—. Sir Eris, ¿consideras normal que tu nieta tenga dichos ojos? En tu familia no ha habido nadie con esta anomalía…es como si fuera una… bueno, no sé con certeza que podría ser ya que esto es muy extraño.
Sir Eris contempló el rostro de su nieta con expresión pensativa. Observó los ojos violetas que tanto llamaban la atención, y una sombra de preocupación cruzó su rostro arrugado mientras reflexionaba sobre la pregunta de Diane.
— Tal vez es solo coincidencia —dijo desviando la mirada. — Robi, necesito que hagas algo… —continuó Sir Eris con voz urgente, mirando fijamente al cazador, quien se encontraba caminando por la habitación, observando todo con sumo cuidado. — Lo que quiero que hagas debe ser completamente secreto, nadie más debe saberlo. No debe salir de esta habitación o nos meteremos en grandes problemas con el Parlamento Mágico —continuó Sir Eris, su tono cargado de seriedad y preocupación.
Robi se cruzó de brazos y alzó una de sus cejas, indicando que estaba dispuesto a escuchar más pero quería detalles.
— Las brujas están siendo cazadas y asesinadas. Y por lo que veo, mi nieta también es una bruja, aunque no puedo estar completamente seguro de eso, pero es mejor prevenir cualquier cosa —explicó Sir Eris, su mirada reflejando una mezcla de temor y determinación — Quiero que la lleves a un lugar lejos de aquí, donde ella no esté en peligro y donde nadie sepa que ella es una bruja.
— Si ella es una bruja, debe ser aniquilada también, como todas. No tenemos preferencia por nada. No importa la edad, tenemos órdenes específicas de matar a todo ser cuya sangre sea de una bruja. No estoy a favor de romper las reglas. Y si tu nieta es una bruja, deberá recibir el mismo castigo que las brujas.
—No — dijo de golpe. — Es solo una niña. No puedo permitir eso. ¿Tu estas a favor de eso? ¿Quieres asesinar a un ser inocente para mantener las reglas? ¿Quieres arriesgarla por unas normas hechas por un grupo de viejos de la tercera edad que solo quieren conservar su poder y sus privilegios? — Robi arqueó una ceja en señal de desafío.
— Haces partes del Parlamento, ¿Cómo puedes decir eso?
— Por esa misma razón te lo digo. Esta niña no tiene la culpa de las acciones de su madre, ni de lo que muchas brujas hicieron en el pasado. Es un alma pura. Nadie tiene derecho a juzgarla, ni a señalarla por algo que no hizo — sus ojos rojos tenían un brillo con fuerza mientras hablaba —. No deseo que algo malo le suceda. Es lo único que me queda de mi hija — Robi asintió despacio.
— Entiendo el miedo que tienes hacia las consecuencias, si se descubre lo que planeamos hacer. Pero creo que tenemos que tomar el riesgo — Robi guardó silencio por un momento, y luego asintió con resolución —. Conozco a una mujer que estaría dispuesta a cuidar de ella. No se encuentra muy lejos de aquí.
—Quiero que sepas algo, Sir Eris, — señaló — si alguien llega a enterarse de esto, diré que fuiste tú quien me obligó a cometer este delito. Solo hago esto porque no soy tan mala como la gente cree. Tengo corazón, aunque sea de piedra, pero lo tengo. — Mostro una sonrisa torcida que dejaba ver sus amarillos y podridos dientes. — Nos vemos después, Sir Eris.
Robi recogió a la niña en sus brazos y la miró. Los ojos violetas de la bebé, grandes y llenos de inocencia, se posaron en la figura que la sostenía. Ajena al peligro que acechaba a su alrededor, la pequeña observaba con curiosidad. Después de unos minutos, Robi salió de la casa con la niña en brazos. Sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, pero tampoco quería dejar que un ser inocente pagará por las consecuencias de otros, aunque no deseara aceptarlo. Él levantó la mirada hacia el cielo. La noche caía a su alrededor. Desplegó sus alas como si de un ángel de se tratase y se elevó en el aire. El viento susurraba a su alrededor mientras batía las alas con fuerza, impulsándolo hacia adelante.
Desde las alturas, Robi observaba el paisaje nocturno extendiéndose debajo de él. Las luces parpadeantes del pueblo se extendían como estrellas en la tierra, mientras que los bosques y campos se desvanecían en la oscuridad de la noche. A medida que ascendía más alto, sintió una sensación de libertad envolviéndolo, liberando su mente de preocupaciones y temores. Sus mirada se elevó hacia una casa en medio de un gran bosque, donde estaba la persona que Sir Eris le había dicho. A paso lento camino tocó tierra. Se quedó por unos segundos observando la casa de madera la cual estaba adornaba con flores de todos los colores y dos grandes ventanas en el segundo piso. Con un chasquido de dedos, apareció dentro de la donde una mujer de unos 36 años se encontraba viendo televisión, junto a un niño pequeño el cual estaba dormido.
— Lilac De Luna… —pronunció el, detrás de la mujer.
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Updated 27 Episodes
Comments
Alexaider Pineda
me encanta este inicio ,tienes un gran talento
2024-06-25
0
dana hernandez
Solo con este texto, empiezo a amar el libro 😍
2024-06-22
1