Rubí huye a Nápoles buscando escapar de Diego Salvatore, un pasado que la asfixia con su enfermiza obsesión. En Italia, creyendo encontrar un respiro, se topa con Donato Valletti, un capo mafioso cuyo poder y magnetismo la atrapan en una red de intrigas y deseos prohibidos.
Donato, acostumbrado a controlar cada aspecto de su mundo, se obsesiona con Rubí, una flor exótica en su jardín de sombras. La seduce con promesas de protección y una vida de lujos, pero la encierra en una jaula dorada donde su voluntad se desvanece.
Diego, consumido por la culpa y la rabia, cruza el Atlántico dispuesto a reclamar lo que cree que le pertenece. Pero Nápoles es territorio Valletti, y para rescatar a Rubí deberá jugar con las reglas de la mafia, traicionando sus propios principios para enfrentarse con el mismísimo diablo.
En un laberinto de lealtades rotas y venganzas sangrientas, Rubí se convierte en el centro de una guerra despiadada entre dos hombres consumidos por la obsesión.
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Capitulo 20
POV DIEGO
La cancelación del contrato. La puñalada más baja que Valletti pudo habernos asestar. Sentía la bilis quemándome la garganta, un veneno amargo que me nublaba la razón. A mi lado, mi padre, es una estatua de mármol con ojos de hielo. Su silencio era más aterrador qué cualquier grito. Sabía que dentro de esa calma aparente, la tormenta estaba a punto de desatarse.
—Valletti va a lamentar esto— mascullé, apretando la mandíbula hasta sentir dolor.
—La venganza es un plato que se sirve frío, Diego— respondió mi padre, con una voz que cortaba como un cuchillo. —Y nosotros somos expertos en el arte de la espera—
El jet privado tocó tierra en Nápoles. El calor me golpeó en la cara al abrirse la puerta, un presagio del infierno que nos esperaba. Cinco bestias negras nos aguardaban en la pista, imponentes y amenazantes como perros de presa.
Bajé primero, sintiendo la mirada de los hombres que trabajaban para nosotros clavadas en mí. Rostros inexpresivos, ojos fríos que no se atrevían a desafiar mi mirada. Detrás de mí, mi padre, con su presencia imponente y su aura de poder. Marcos, mi sombra, siempre a mi lado, listo para desatar el infierno si fuera necesario.
Nos subimos a los autos sin mediar palabra. Mi padre y yo en el primero, Marcos en el segundo, el resto de la manada detrás. Los motores rugieron, y la caravana se adentró en las entrañas de Nápoles, dejando una estela de polvo y promesas de venganza.
Observaba la ciudad a través del cristal blindado. Calles estrechas, edificios decadentes, un laberinto de sombras y secretos. Nápoles, la guarida de Valletti, un nido de víboras que pronto íbamos a exterminar.
Finalmente, llegamos a la sede de Valletti: un rascacielos de cristal y acero que se alzaba como un desafío al cielo. Un monumento a su ambición, un símbolo de su poder. Hoy, ese símbolo caería.
Bajamos de los autos. Mi padre, al frente, con su porte aristocrático y su mirada implacable. Yo, a su lado, sintiendo la adrenalina bombeando en mis venas. Marcos, como un perro fiel, protegiéndonos de cualquier amenaza.
Un hombre de traje nos esperaba en la entrada, con una sonrisa falsa y una mirada huidiza.
—Bienvenidos, señores Salvatore— dijo, con un acento italiano que me irritaba los nervios. —Donato los está esperando—
Nos condujo a través de un vestíbulo frío y aséptico, un espacio diseñado para intimidar. Un ascensor privado nos esperaba al final del pasillo. Las puertas se abrieron, y entramos en la cabina. El silencio era denso, palpable, y cargado de tensión.
Mientras ascendíamos, sentía la mirada de mi padre clavada en mí. Sabía lo que esperaba de mí. Sabía que no podía fallarle.
Las puertas del ascensor se abrieron, revelando un despacho lujoso y elegante. Al fondo, sentado tras un escritorio de caoba, Donato Valletti nos esperaba con una sonrisa arrogante.
La guerra estaba a punto de comenzar.
POV NARRADORA
El despacho de Donato Valletti era un santuario de poder, un espacio donde el lujo y la intimidación se entrelazaban. Una vista panorámica de Nápoles se extendía tras el escritorio de caoba, en un recordatorio constante de su dominio sobre la ciudad.
—Bienvenidos a mi ciudad, señores Salvatore— dijo Donato, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. —Tomen asiento, por favor—
Diego sintió un escalofrío recorrer su espalda. La voz de Valletti era suave, pero cargada de una amenaza latente. Él y su padre se sentaron en los sillones de cuero frente al escritorio, observando a Valletti con cautela.
Un empleado apareció silenciosamente, sirviendo un fino trago en copas de cristal. Diego lo tomó, pero no bebió. Su mirada estaba fija en Valletti, analizando cada uno de sus movimientos.
—Me sorprendió su insistencia— continuó Donato, con un tono de curiosidad fingida. —¿Qué los trae por aquí, después de mi mensaje tan… claro?—
Don Rafael, con su porte elegante y su mirada penetrante, tomó la palabra. —Primero, Donato, permítame expresar mi pesar por la pérdida de su padre. Un hombre de negocios astuto y un amigo leal—
Donato sonrió, en una mueca fría y calculadora. —Agradezco sus condolencias, Don Rafael. Pero permítame ser directo. No soy hombre de rodeos— Sus ojos se clavaron en los de Don Rafael, transmitiendo un mensaje inequívoco: —Vayan al grano—
Diego apretó la mandíbula. La desfachatez de Valletti le revolvía el estómago. Si fuera por él, le volaría los sesos en ese mismo instante. Pero sabía que debía mantener la compostura. Su padre tenía un plan, y él debía seguirlo al pie de la letra.
—Necesitábamos hablar— continuó Don Rafael, ignorando la tensión en el aire. —Para reconsiderar su decisión de cancelar el contrato. Un acuerdo que hemos mantenido durante años, con su padre—
Donato se echó hacia atrás en su silla, con un gesto de indiferencia. —Simplemente, ya no quiero trabajar con ustedes—
Diego no pudo contenerse más. —¡Ese es un trato que hicimos con tu padre! Un pacto de honor entre familias—
Donato lo interrumpió, con una mirada gélida. —Mi padre ya no está. Y ahora, yo soy el jefe. Y hago lo que me place. Y lo que me place es no seguir haciendo negocios con ustedes—
La tensión en el despacho se podía cortar con un cuchillo. Diego sentía la sangre hervir en sus venas. Valletti lo estaba desafiando, lo estaba humillando. Y él no iba a permitirlo.
—Estás cometiendo un error, Donato— dijo Diego, con una voz cargada de amenaza. —Un error que lamentarás—
Donato se echó a reír, en una carcajada fría y burlona. —No me amenaces. No estás en posición de hacerlo—
—Esto no se va a quedar así— respondió Diego, con los ojos inyectados en sangre.
—¿Ah, no?— dijo Donato, con una sonrisa desafiante. —¿Y qué vas a hacer al respecto?—
Diego se levantó de su asiento, dispuesto a enfrentarse a Valletti. Pero su padre lo detuvo, colocando una mano firme sobre su hombro.
—Diego, contrólate— dijo Don Rafael, con una voz autoritaria. —No vamos a rebajarnos a su nivel—
Diego respiró hondo, intentando calmar su furia. Sabía que su padre tenía razón. No podían perder el control. No todavía.
—Nos vamos, Donato— dijo Don Rafael, con una mirada de desprecio. —Pero recuerda mis palabras: esto no ha terminado—
Donato sonrió, con una sonrisa fría y calculadora. —Espero con ansias su próximo movimiento, señores Salvatore. Será un placer darles la bienvenida… al infierno—