Ella siempre supo que no encajaba en esa mansión. No era querida, no era esperada, y cada día se lo recordaban. Criada entre lujos que no le pertenecían, sobrevivió a las humillaciones de su madre y a la indiferencia de su hermanastra. Pero nada la preparó para el día en que su madre decidió venderla… como si fuera una propiedad más. Él no creía en el amor. Sólo en el control, el poder y los acuerdos. Hasta que la compró. Por capricho. Por venganza. O tal vez por algo que ni él mismo entendía. Ahora ella pertenece a él. Y él… jamás permitirá que escape.
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Estoy aquí
Los días habían pasado con una extraña calma. El ambiente en la mansión se sentía en pausa, como si todos caminaran sobre cristales, cuidando cada paso. Pero Adrián… Adrián estaba inquieto.
Thalía evitaba sus miradas. Hablaba poco. Dormía mal. Y aunque trataba de mantener la rutina con Amelia, él notaba los detalles. Las pequeñas cosas que no encajaban.
Una mañana, mientras bajaban a desayunar, Thalía apenas probó su café y empujó el plato a un lado.
—¿No vas a comer? —preguntó él, alzando una ceja.
Ella negó, llevándose la mano al estómago.
—No, solo… no me siento bien. Algo me cayó mal, supongo.
Adrián la observó en silencio. No insistió. Pero ya era la tercera vez en una semana. Los mareos, las náuseas matutinas, el cansancio. Su mente empezó a juntar las piezas.
Esa noche, mientras Thalía doblaba la ropa en la habitación, Adrián se apoyó en el marco de la puerta cruzado de brazos.
—¿Desde cuándo estás así?
—¿Así cómo?
—Pálida. Mareada. Sin apetito. Cansada.
Ella no lo miró.
—No es nada, Adrián. Solo estoy algo estresada con la universidad.
Él frunció el ceño, dio un par de pasos hacia ella.
—¿Fuiste al médico?
—No es necesario —respondió rápido, quizás demasiado.
—Sí lo es —dijo con voz firme—. Mañana a primera hora vas al hospital.
Thalía lo miró por fin, molesta.
—Ya te he dicho que no tienes derecho a ordenarme nada.
—No te estoy ordenando, te estoy cuidando. Y no pienso quedarme de brazos cruzados mientras andas como un fantasma por la casa, fingiendo que todo está bien.
Ella abrió la boca para protestar, pero la expresión en el rostro de Adrián fue suficiente. No estaba molesto. Estaba preocupado.
Al otro día, tal como había dicho Adrián, fueron al hospital.
La consulta fue rápida. El médico, después de algunas preguntas y una revisión rápida, pidió una ecografía.
Thalía permanecía en la camilla, tensa, apretando la sábana bajo sus dedos. Adrián estaba sentado al lado, en silencio. Inquieto. Al borde.
—Ya tengo los resultados preliminares —anunció el doctor entrando al consultorio con una carpeta en mano.
Adrián se puso de pie.
—¿Y bien? ¿Qué tiene?
El médico sonrió levemente, como si la respuesta fuera obvia.
—Felicitaciones. Está embarazada. Unas seis semanas, por lo que parece.
Silencio.
Espeso. Imposible.
Thalía cerró los ojos con fuerza. Ya sabía todo, solo le preocupaba la reacción de Adrián. Pero ahora, dicho en voz alta… dolía diferente.
Adrián se quedó quieto. De pie. Mirando al doctor como si no hubiera entendido bien.
—¿Qué… qué dijo?
—Está embarazada.
—No —susurró él, y giró la cabeza hacia Thalía—. ¿Es cierto?
Ella lo miró. Culpable. Avergonzada. Atemorizada.
—Sí —admitió al fin, con un hilo de voz.
Adrián dio un paso atrás, respirando con dificultad. Se pasó una mano por el cabello, luego por el rostro. Su pecho subía y bajaba con violencia.
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Lo supe hace unos días. No quería decirte así…
—¿Así cómo? ¿Esperabas que lo descubriera cuando ya estuvieras con una panza de seis meses?
—Tenía miedo, Adrián.
—¿De qué? ¿De mí?
Thalía bajó la mirada.
—De todo.
El doctor, incómodo, se aclaró la garganta y salió discretamente del consultorio para dejarlos solos.
Adrián la miró. Por un segundo, sus ojos se suavizaron. Pero luego, algo más oscuro los nubló. Dolor. Rabia. Confusión.
—No sé qué estamos haciendo, Thalía.
—Yo tampoco —susurró ella, con lágrimas cayéndole por las mejillas.
—Esto no debía pasar —dijo él con voz rota—. ¡Nada de esto!
Thalía apretó la sábana bajo ella con fuerza.
—Pero pasó. Y lo vamos a enfrentar, con o sin tus malditos arranques.
Él la miró de nuevo. Luego suspiró, como si el peso del mundo recayera sobre sus hombros de golpe, y al fin habló:
—Hay una salida.
Thalía lo miró, con el corazón encogido.
—¿Qué salida?
Adrián tragó saliva. Dudó. Pero dijo lo que tenía en la mente, sin adornos:
—Podrías… interrumpirlo. El embarazo. Aún estás a tiempo.
Thalía sintió que el suelo bajo sus pies temblaba. Parpadeó, como si no hubiera entendido bien.
—¿Qué… qué estás diciendo?
Él no la miraba. Solo hablaba, rápido, como si necesitara sacarse las palabras de encima antes de que lo consumieran.
—Esto no debía pasar, Thalía. No estamos preparados. Esto… esto no es amor, no somos una pareja estable, real, no tenemos un plan. Ya pasé por todo esto antes cuando Amelia venía en camino y no pienso revivir ese infierno emocional otra vez.
—¿Infierno?
—Sí. Fue doloroso, confuso, caótico. No quiero revivirlo, ¿entiendes? No puedo. Y tú tampoco deberías cargar con algo así. No ahora. No así.
Thalía se levantó de la camilla con los ojos ardiendo.
—¿Así? ¿Qué se supone que significa “no así”? ¿Porque no fue planeado? ¿Porque no soy suficiente? ¿Porque no me ves como la madre de tu hijo?
Adrián se pasó las manos por el rostro, desesperado.
—¡No es eso, maldita sea! No te estoy culpando. Solo estoy… pensando con la cabeza. ¡No estamos bien, Thalía!
—¡Nunca estuvimos bien, Adrián! ¡Pero este bebé no pidió venir al mundo, y tampoco lo usaré como chivo expiatorio de tu trauma!
—¡No entiendes lo que viví! —gritó él, finalmente explotando—. Cuando Amelia nació, estuve solo. Me sentí culpable, roto. No soportaría ver otro hijo mío crecer en medio del caos.
—Entonces no digas que me cuidas, no finjas que te importo —susurró ella, rota, caminando hacia la puerta—. Porque si lo hicieras… no me estarías pidiendo que mate lo único limpio que existe entre nosotros.
Adrián quiso alcanzarla, decir algo, frenarla. Pero su lengua era una piedra. Solo la vio salir del consultorio con los ojos llenos de rabia… y de lágrimas que no se molestó en ocultar.
La lluvia comenzaba a caer cuando Thalía bajó del taxi frente al edificio de Joshua. No llevaba paraguas. No le importaba. Caminó con los brazos cruzados, con la chaqueta empapada, y el corazón latiéndole tan fuerte que sentía que iba a salírsele por la garganta.
Subió al piso con pasos temblorosos. Dudó frente a la puerta.
Y tocó.
Unos segundos después, la puerta se abrió y Joshua apareció.
Tenía el rostro serio. Más delgado. Ojeras. Ojos que se detuvieron en ella como si no pudiera creer lo que veía.
—Thalía.
—Hola… —su voz se rompió apenas habló.
Joshua no respondió de inmediato. Se hizo a un lado para dejarla pasar, pero no dijo nada. Solo cerró la puerta y la observó mientras se quitaba la chaqueta mojada, empapando el piso de madera.
Ella se giró, con la mirada baja, sin atreverse a levantar los ojos.
—Perdón por venir así. Yo solo…
—No sabía si te iba a volver a ver —dijo él, cortante, sin acercarse—. Después de todo lo que me dijiste… pensé que no querías saber nada más de mí.
Thalía apretó los puños.
—Joshua, yo no quise decir todo eso. Estaba molesta, confundida… Tú también lo estabas.
—¿Confundida por qué? ¿Porque estoy harto de ver cómo él te arrastra al fondo y tú sigues volviendo?
Ella levantó el rostro, dolida.
—No es tan simple.
—Sí lo es, Thalía. Tú te mereces algo mejor. Mereces que te elijan. No que te toleren, no que te callen. Y ahora… —bajó la voz, tragando saliva— estás embarazada de él. ¿Y vienes aquí?
—No vine a que me salves. Solo vine porque no tenía a nadie más.
Joshua cerró los ojos un momento, como si le doliera esa confesión.
Ella respiró hondo.
—Me pidió que abortara.
Joshua frunció el ceño.
—¿Qué?
—Hoy… cuando estábamos en el hospital. Apenas lo supo, me dijo que no quería repetir lo de su pasado, que esto era un error. Que lo mejor era “interrumpirlo”. Como si fuera un trámite.
—¡Ese malnacido…! —Joshua golpeó la pared con el puño cerrado—. ¡¿Cómo puede decirte eso después de todo?! ¿Después de cómo tú cuidaste de Amelia? Además es tu decisión, Thalía.
Thalía rompió a llorar.
—No sé qué hacer. No sé qué pensar. Solo… solo quiero que esto deje de doler.
Joshua se acercó, lento, sin tocarla aún. Pero sus ojos eran suaves ahora. Rotundamente tristes.
—Yo no puedo prometerte que todo estará bien, Thalía. Pero si decides tener ese bebé… no vas a estar sola.
Ella lo miró, por primera vez desde que llegó. Y lo vio. No al Joshua enojado, ni al decepcionado. Lo vio, de verdad. Y sintió el nudo en su garganta hacerse tan grande que casi no la dejó hablar.
—No es tu responsabilidad…
—No me importa —interrumpió él—. Lo que me importa es lo que tú sientas. Lo que tú decidas. Pero por favor… no vuelvas a dejarme fuera.
Y entonces Thalía rompió el espacio que los separaba y lo abrazó con fuerza. Un abrazo tembloroso, silencioso, que dolía… pero que también se sintió como un alivio.
Joshua le acarició el cabello, susurrando contra su sien:
—Estoy aquí. Déjame ser parte, Thalía.
Tiago ya eres grande para dejarte envolver como niño creo q los padres q te dio la vida te han enseñado valores ojalá no te corrompas con esa persona q dice ser tu padre , Thalía y Joshua hicieron mal al no decirte la verdad por cuidar tu ntegidad , ahora quien sabe lo. Q te espera al lado de este demonio