Grayce pensaba que conocía el amor, pero su matrimonio con Seth se ha convertido en una prisión de desprecio y agresión. Cuando la misteriosa Dahlia, supuesta amiga de la infancia de Seth, entra en escena, las traiciones comienzan a salir a la luz, desmoronando la fachada de su vida perfecta.
En su desesperada búsqueda de libertad, Grayce se cruza con Cassius, un hombre cuya arrogancia y misterio la obligan a cuestionar todo lo que creía sobre el amor y la lealtad. ¿Puede un contrato con alguien tan egocéntrico y desafiante realmente salvarla de su pasado oscuro? ¿O solo la llevará a un nuevo abismo?
Lo que comienza como un acuerdo frío y calculado, se transforma en una pasión ardiente e inesperada, desafiando las sombras que han dominado su vida.
¿Hasta dónde llegará Grayce para reclamar su propia felicidad?
¿Podrá Cassius ser la chispa que ilumine su camino o será solo otra sombra en su vida?
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Capítulo 5
...┃ 𝐆𝐑𝐀𝐘𝐂𝐄 𝐑𝐎𝐎𝐒𝐄𝐕𝐄𝐋𝐓 ┃...
Cuando me alejé del caos generado por el encuentro con aquel hombre arrogante en plena calle, experimenté una sensación de alivio creciente, como si la furia que había sentido minutos antes comenzara a desvanecerse lentamente. Sin embargo, no tardé en visualizar la imagen de su rostro en mi mente: el desprecio que emanaba de él se aferraba a mí como una sombra tenaz, provocando en mí una inquietud indescriptible. No podía dejar de preguntarme cómo un individuo tan atractivo pudiera ser a la vez tan repugnante en su interior.
Sin ser del todo consciente de mis acciones, mis pasos, guiados por una mezcla de confusión y desasosiego, me llevaron de regreso a casa. Allí, las inseguridades que tanto me atormentaban, así como las sombras del recuerdo de Seth, me aguardaban, como si hubieran estado al acecho durante toda mi ausencia, listas para envolverme en su oscuridad una vez más.
Cuando abrí la puerta, la visión que se presentó ante mis ojos me dejó atónita. La luz tenue de la tarde se colaba a través de la ventana, bañando el salón en un cálido resplandor que iluminaba a Seth y a Dahlia de manera casi mágica. Ella estaba cómodamente sentada en el sofá, sosteniendo un vaso de té entre sus manos, y reía de tal manera que parecía que estaban compartiendo un secreto íntimo. Su cabello, de un delicado tono rojo, resplandecía con los matices dorados que proyectaba el sol, como si cada hebra estuviera impregnada de luz. La manera en que estaban juntos, su complicidad, me provocó una punzada de celos que ardía tanto como el recuerdo de aquel encuentro inolvidable que había tenido con Seth. ¿Desde cuándo había comenzado a reírse de esa manera con otra mujer? La pregunta me invadía, haciendo que mi corazón se encogiera.
Sentí cómo mi corazón se encogía mientras los observaba, sin poder evitarlo. Ellos no me vieron al principio, y ese pequeño instante en el que estaba escondida tras la puerta se sintió como un susurro de tiempo detenido. Entonces, decidí dejar de pensar. Caminé hacia la habitación como si cada paso fuera un acto de rebeldía. No iba a permitir que la imagen de su risa me desgastara más.
Pero antes de que pudiera alcanzar la seguridad de mis cuatro paredes, escuché la voz de Seth detrás de mí.
— Grayce, espera —, llamó, su tono lleno de preocupación.
Sin embargo, el eco de las risas todavía resonaba en mis oídos y la indignación se encendió en mí de nuevo. Aceleré el paso, ignorando su llamado, cuando sentí una presión en mi brazo. Dahlia había intervenido, su agarre era firme pero no agresivo, como si intentara transmitir comprensión.
— No es el momento, Seth —, dijo ella, con una voz suave pero con una determinación que me irritó. — Déjala. Necesita su espacio.
Me giré, furiosa, para enfrentarla. Se estaba comportando como si fuera la mediadora, cuando en realidad, solo era una intrusa en mi vida. — No necesito tu espacio, ni tu comprensión. ¡Esto no es un show para que tú participes! —, respondí, mi voz temblando con intensidad.
Seth miró a Dahlia, desorientado, buscando respuestas que sabía que no tenía. — Grayce, por favor, déjame explicarte —, intentó, pero la ira burbujeante en mí se rehusaba a ceder.
— ¿Qué tienes que decirme? ¿Que todo esto es normal? ¿Que deberíamos aceptar que traigas a una desconocida a vivir con nosotros sin consultarme? ¡Eso no es normal, Seth! —, grité, apretando los dientes para contener el torrente de emociones que amenazaba con estallar.
Dahlia se inclinó ligeramente hacia Seth, su postura delicada y calculada. — Tal vez debamos dejar que se calme. Sabes cómo puede ser, además, no queremos que se sienta agobiada. — Su tono era suave, como si estuviera guiando a un niño perdido por el camino.
La rabia se multiplicaba en mí, y en mi mente resonaban las palabras despectivas del hombre del coche. ¿Acaso estos dos conspiradores estaban jugando su propio juego a mis expensas? Decidí que no iba a quedarme a escuchar esta comedia. Me volví hacia mi habitación, con la cabeza erguida, sintiendo que cada paso hacia el pasillo era una batalla ganada.
— Grayce, espera —, insistió Seth, esta vez con un tono casi suplicante.
Pero ya no estaba dispuesta a responder. Entré en mi cuarto y cerré la puerta de un golpe, sintiendo el aire vibrar a mi alrededor. Me dejé caer sobre la cama, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos, pero decidí no dejarlas salir. No quería llorar por lo que había sido y por lo que había perdido; eso sería darle poderes a la tristeza. En su lugar, busqué la furia, deseando que me empoderara.
En ese momento, supe que debía ser fuerte, que debía luchar frente a esta adversidad. Pero en lo profundo de mi ser, una parte de mí se preguntaba si realmente estaba luchando por mi matrimonio o simplemente por mi ego. Una batalla interna que siempre había estado oculta bajo la superficie.
La conversación entre Seth y Dahlia continuaba fuera de mi habitación. Escuché sus murmullos, viéndolos como una entrega mutua de emociones que nunca tendrían que haber salido a la luz. Me imaginé al hombre del automóvil despectivo, deseoso de destruir lo que había incluso antes de que tuviera la oportunidad de florecer. Y ahora aquí estaba, enfrentándome a un enemigo que parecía más real y aterrador que nunca: la posibilidad de perder a Seth, un amor que había creído inquebrantable.
El ruido de sus risas y sus conversaciones llevo a que mi corazón se apretara con desconfianza. ¿Hasta dónde podría llegar Dahlia para hacerse ver como una amiga? La certeza de su falsedad se asentó en mi pecho, como si sus intentos de empatía fueran un disfraz bien elaborado. No podía permitir que esa invasora arruinara lo que había luchado tanto por mantener.