Mi Obsesión Eres Tú

Don Rafael Carrero se mostró encantador durante el té, charlando con Catia sobre la panadería de su tía, sus sueños y sus estudios inconclusos. Alejandro se mantuvo al margen, sintiendo que su abuelo estaba desarmándolo con la propia bondad de Catia. Una bondad que amenazaba en convertirse en un obstáculo para sus planes.

Cuando el sol comenzó a ponerse, Don Rafael dio el golpe final.

—Alejandro, hijo, me alegra que hayas traído a Catia. Es lo que necesitaba esta casa. Pero no puedo creer que todavía no le hayas dado la formalidad que merece.

—Abuelo, ella tiene un anillo.

—Un anillo de mi difunta esposa, sí. Pero la tradición es la tradición. —Don Rafael llamó a la ama de llaves—. Doña Clara, por favor, prepare la Suite Nupcial de Huéspedes.

Alejandro y Catia se miraron, el pánico reflejado en sus ojos. La Suite Nupcial.

—Abuelo, eso no será necesario —intervino Alejandro, con una voz tensa—. Catia y yo... preferimos ser discretos.

—¡Discretos! —Don Rafael rio con fuerza—. Ya tendrás mucho tiempo para ser discreto después del matrimonio. Aquí, bajo mi techo, harán lo que yo diga. Necesito ver que están acostumbrándose a la vida de casados. Es una prueba de su compromiso, nieto. No querrás que piense que la estás obligando a dormir en una habitación separada, ¿o sí?

El desafío era claro: rechazar la suite significaba admitir la farsa.

—Por supuesto que no —intervino Catia, forzando una sonrisa a pesar del temblor en sus piernas—. Será... un placer, señor Carrero.

Alejandro fulminó a Catia con la mirada. Ella había aceptado la sentencia de muerte.

La Suite Nupcial de Huéspedes era enorme, con techos altos, muebles antiguos y una inmensa cama con dosel en el centro. El lujo y la belleza del lugar contrastaban con la miseria y la alta tensión de sus dos ocupantes.

Alejandro arrojó su maleta con rabia sobre un sillón de terciopelo.

—¡¿Por qué hiciste eso?! ¡Pudimos haberle dicho que ya la habíamos usado! ¡O que tú preferías tu espacio!

—Y él habría sabido que mentíamos, señor Carrero —replicó Catia, manteniendo la calma con dificultad—. Él sabe que nos está manipulando. Si hubiéramos puesto resistencia, habría confirmado su sospecha de que me obligó a venir aquí. Era la única manera de parecer sometida y enamorada al mismo tiempo.

—¡Sometida! —Alejandro se acercó a ella. Su cercanía en esa habitación era abrumadora. El odio profesional se mezclaba con una conciencia física peligrosa—. Catia, ¡estamos en la misma habitación! ¡¿Y ahora qué?!

Catia dio un paso atrás, señalando la cama. —Ahora, definimos las reglas. Yo dormiré de este lado de la cama, usted de aquel. Si es necesario, pondré almohadas en el medio. No habrá contacto, no habrá conversación, y por la mañana, saldremos con el mismo nivel de disgusto fingido que tenemos ahora.

Alejandro sonrió con una media sonrisa sardónica que a Catia le aceleró el pulso. —Veo que la inocencia tiene un lado organizativo. Me gusta.

Una hora después, se vieron obligados a bajar al comedor para la cena. El plan era sencillo: ella debía fingir admiración, él debía fingir una posesividad relajada.

Don Rafael los esperaba en el gran comedor, donde una mesa de caoba lucía escandalosamente enorme para solo tres personas.

—Antes de sentarnos, Alejandro —dijo Don Rafael, con una sonrisa perspicaz—. Quiero que me demuestren que estoy en lo cierto al pensar que esto no es un acuerdo de negocios.

Señaló la mano de Catia, donde el diamante de su madre brillaba.

—Ese anillo pesa, Catia. Aligera el peso de tu compromiso, nieto. Bésala. Un beso de bienvenida a la familia.

El aire se detuvo. Catia sintió el calor subir a su rostro. Alejandro, incapaz de contradecir a su abuelo sin confirmar sus sospechas, se puso rígido.

La distancia que Catia había luchado por mantener en la oficina, en el coche y en la suite, estaba a punto de desaparecer. El odio y el amor se enfrentarían por primera vez en un contacto físico obligado que decidiría el destino de un imperio y el futuro de dos almas opuestas.

Alejandro no dudó mucho. Su mano se posó en la cintura de Catia y la atrajo hacia él con una fuerza que no dejaba lugar a la protesta. Sus ojos se encontraron con los de ella: en el suyo había una desesperación fría; en el de ella, una mezcla de miedo y una anticipación prohibida.

El primer beso fue una estrategia, una mordida. Pero en el instante en que sus labios se encontraron, la farsa se desvaneció. Catia sintió que el hielo que había construido alrededor de Alejandro se rompía, y Alejandro, en lugar de sentir la sumisión esperada, sintió una respuesta inesperada, inocente y dulce que lo desarmó por completo. Lo que empezó como un plan de negocios se convirtió en una peligrosa verdad.

El abuelo sonrió ante la escena, un beso así era imposible de fingir, un poco más tranquilo le pidió a sus invitados que tomarán asientos.

Catia aún sonrojada se sentó con ayuda de Alejandro quien no podía apartar sus ojos del rostro carmesí de su asistente. Con ese beso algo se había encendido en él, una mezcla de deseo y ganas de controlar cada movimiento de la dulce Catia.

El sabor de sus labios aún permanecía en su boca, la obsesión por volver a sentir su aliento cerca de él empezó a crecer con mucha intensidad a tal punto que no la podía controlar.

—Espero que pronto me den nietos, — comento el abuelo, haciendo que Catia se ahogara con la bebida en su boca.

—Es muy pronto para eso, abuelo. — intervino Alejandro ayudando a Catia. — Primero queremos disfrutar nuestra relación y después pensaremos en los hijos.

—Patrañas, pueden disfrutar mientras hacen a mi nieto, sabes bien lo que te dije. El legado de la familia no se perderá, por lo que te exijo que me des a mi primer bisnieto.

El abuelo era un hombre calculador y había planeado cuidadosamente cada detalle de esta cena. Si bien sabía que era una farsa la relación de su nieto con Catia, el también sabía que en ellos podía nacer el amor y que Catia al igual que Isabel su difunta esposa lograría cambiar el corazón de su nieto, así como su gran amor lo cambio a él.