Mia Saviano sabe lo quiere desde que era una niña, ser la Capo de la Camorra y no dejará que nada intervenga en su camino, menos el hombre que es su enemigo número uno y al cual deberá matar eventualmente.
Leo Saviano quiere ser presidente de los EEUU y no dejará que ningún escándalo arruine su oportunidad.
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Consejo a medianoche
Mía
Me giro nuevamente sobre mi cama tratando de buscar una posición cómoda para dormir. Cuando eso no funciona lanzo las mantas fuera de la cama. Mi cuerpo quema por los recuerdos de lo que pasó hace un par de horas en ese puñetero restaurante.
–Maldito Ivanov –mascullo cuando no encuentro ningún alivio.
Doy manotazos en la oscuridad hasta encontrar el control del regulador de la temperatura de mi departamento. Bajo la temperatura a dieciocho grados e intento cerrar los ojos por quinta vez desde que me acosté, pero los abro enseguida al ver detrás de ellos a Alek.
Alek excitado. Alek hambriento. Alek confundido.
Alek.
Alek.
Alek.
El puto Alek.
¿Qué derecho tiene a quitarme mi paz mental? Ninguno. Tampoco tiene el derecho de voltear mi mundo con un solo beso.
Ese beso.
Furiosa me levanto de la cama y camino al walking closet para vestirme, necesito un consejo.
Amarro mi cabello cuando miro en el espejo el desastre que provoqué con tantas vueltas.
Mañana lo peinaré, o quizá me lo corte.
Salgo de mi departamento y me subo a mi Ducati. Me tomo un segundo para disfrutar del sonido de su motor y me permito entusiasmarme con el viaje que tengo por delante.
Salgo del estacionamiento y acelero por las calles más despejadas de Nueva York, gracias a la hora, camino a la autopista.
Necesito a mamá.
Quizá se asuste cuando me vea llegar cerca de las tres de la mañana, pero sé que ella me dirá lo correcto. Ella me ayudará, siempre lo ha hecho. Es a la primera persona que recurro y cuando no obtengo la respuesta que necesito voy al cementerio a visitar a mi madre Kate.
Es la mejor caja de resonancia que tengo.
Acelero cuando veo la enorme casa en la que crecí. Hombres armados están custodiando la entrada.
–Hola, chicos –los saludo.
–Mi Capo –dicen y hacen una pequeña inclinación con su cabeza en señal de respeto.
–¿Quién está en la casa? –pregunto al ver las luces del primer piso encendidas.
–El señor Leo –contesta Mario–. Llegó hace media hora.
Asiento. Por lo visto no soy la única que necesita a su mamá hoy.
Dejo mi moto en la entrada y abro la puerta de la casa. Sigo las voces a la cocina y veo a mamá y a Leo conversando mientras toman una taza con un líquido caliente.
–¿Todo bien? –pregunto nerviosa al ver a mi hermano pálido y asustado.
–Pasó de nuevo –susurra antes de bajar su mirada.
Me acerco y me arrodillo frente a él.
Tomo su mano entre las mías. –No es tu culpa, Leo.
Niega con la cabeza. –Lo es.
–No –insisto–. Gabby es una mujer adulta.
–¡Ella debería escucharme! –grita con desesperación–. Ella debería quererse un poco más –susurra.
Me levanto y lo abrazo.
–No puedes luchar contra el amor y Gabby ama con todas sus fuerzas.
–No merece su amor, quizá nadie lo haga nunca.
Mamá me mira y sé lo que está pensando. Leo ama a Gabby, pero no lo sabe o no quiere verlo. La forma en que la defiende, la forma en que abandona cualquier cosa cuando ella lo necesita. La forma en que la mira, como si quisiera poner el mundo a sus pies, como si quisiera quitar todas las piedras del camino para que no tropiece y todas las espinas de las rosas para que no se lastime. La sonrisa genuina en su rostro cuando está con ella. Es la única persona que logra que mi hermano sea él mismo y no lo que la sociedad espera de él.
Todo eso me dice que la ama y haría cualquier cosa por ella. Pero imagino que ambos no quieren enfrentar la realidad y arruinar su amistad.
Una amistad como la de ellos se da pocas veces en la vida.
–¿Papá? –pregunto.
–Fue a revisar la seguridad del recinto –explica mamá mirando preocupada a Leo–. ¿Té?
–Por favor –digo y me siento al lado de mi hermano–. Tienes que entenderla.
–No lo hago. Yo no podría estar al lado de alguien que me lastima de esa manera –devuelve con rabia–. ¿Por qué no puede verlo? –pregunta con desesperación.
–No está lista aún.
–¡Tonterías! –dice levantándose bruscamente–. Si esto no se resuelve pronto seré yo mismo quién acabe con su miserable vida –jura y sé que está hablando en serio.
–Gabby no te lo perdonaría nunca –le digo tratando de opacar el odio que veo en sus ojos.
–Ella estaría a salvo. Puedo vivir con su odio.
–No creo que lo hagas –devuelvo.
–Yo… –calla y camina hacia la sala–. Tengo que ir a ver cómo está –explica antes de desaparecer de nuestra vista.
–Mierda –digo.
–La situación con Gabby lo supera –se lamenta mamá–. Me gustaría poder hacer algo para ayudarlos a ambos.
–Lo sé –susurro mientras recibo la taza de té que me ofrece.
–¿Qué pasó? –pregunta directo al hueso como siempre lo ha hecho.
Respiro profundamente y luego niego con mi cabeza. Mis problemas son nada al lado de lo que le está pasando a Leo y a Gabby.
–Nada. No es importante.
Mamá ríe. –No puedes mentirme, Mía, nunca has podido.
–El Capo de la Bratva, Alek Ivanov, me besó –confieso.
Los ojos de mamá brillan como glicerina. –Y ese besó significó algo –declara.
–¿Cómo puede ser posible que un beso sea tan distinto a todos los que he dado en mi vida?
Mamá suspira.
–Mi primer beso me lo dio tu padre y sentí que el mundo en el que vivía cambió después de eso. Luego, cuando tu papá se alejó de mí porque tenía miedo de lo que sentía –dice y yo me rio. Me encanta la historia de mis padres–, besé a un lindo y agradable chico con el que salí y no sentí nada. Ni siquiera un cosquilleo. Niente –declara–. Imagino que cuando es la persona correcta es diferente. Es importante.
–Alek no es el correcto –digo de inmediato–. No lo soporto, mamá.
Ríe. –Yo tampoco soportaba a tu papá.
–No es lo mismo –replico–. Ustedes nacieron para estar juntos. Yo no estoy hecha para compartir mi vida con nadie.
–No vuelvas a decir una cosa así, Mía Saviano –me regaña–. Entiendo que estés confundida, cielo, pero todos merecen amor. Especialmente tú, cariño. Te mereces el amor más profundo y fuerte de todos.
–No es él –insisto.
–Pero será alguien.
–Me mantendré alejada de él. No voy a permitir que arruine mi paz mental.
Mamá se levanta y deja un beso sobre la cima de mi cabeza.
–Ay, cariño, eres igualita a tu papá –dice con voz risueña–. Y no es un cumplido. El amor no es una amenaza.
–Lo es cuando merma tu fuerza y autocontrol.
Suspira y niega con la cabeza, divertida.
–Imagino que disfrutaré viendo como cambias de opinión. Al igual que disfruté viendo a tu padre –dice sonriendo.
Gruño y dejo caer mi cabeza sobre su hombro.
Es la primera vez que espero que mamá esté equivocada.
Tiene que estarlo, ¿verdad?