NO SOY BUENA.

...Melisa....

No voltes, No voltes, no voltes, se ve igual que siempre, guapo, hermoso, carajo ya volte a verlo. Okay ahora sí ya no volteare. Me lo prometo, me lo prometo, me lo prometo.

— Señorita perdón por la tardanza. — Llegó mi asistente. Gracias a Dios. Ahora tendré con quién distraerme.

— Siéntate y pidamos algo de comer.

— ¿De verdad?

— ¿Por qué dudas?

— No. Por nada. — Ella se sentó, pedimos la carta y ordenamos.

— ¿Qué está haciendo?

— Habla con el señor Roberto y se ve un poco enojado.

— ¿Y ahora?

— Se levantó. Y ya se fue. — Me gire y puede ver cuando salió por la puerta.

— Okay. Gracias.

— De nada señorita, un placer.

— ¿Hiciste lo que te dije ayer?

— Si. Y ha recibido varias propuestas. El señor Suárez, el señor Benavides, el señor Montreal y el señor Villanueva me mandaron sus propuestas.

— Ha pasado solo un día. ¿Están listas tan rápido?

— Cualquiera quiere ser socio de la empresa Gutiérrez. Tiene fama internacional, los mejores diseñadores se pelan por un puesto, además sus ingresos son excelentes. No dude que tenían listas sus propuestas para el día que alguien decidiera vender. — Y yo pensando que podía permanecer más tiempo en la empresa. Da igual, creó que es mejor de está manera.

— Muéstrame.

— Claro. — Ella sacó los documentos, leí cuidadosamente y ví que todas eran buenas, aunque la mejor sin duda era la del señor Villanueva. Alguien que no conozco.

— ¿Quién es el señor Villanueva?

— Es un empresario que hace poco empezó a ser conocido, tiene varias boutiques, y clubes nocturnos. Es hijo del poderoso magnate Jorge Villanueva.

— ¿El qué tenía denuncias de acoso?

— El mismo.

— No sé si quiero tratar con el hijo de un hombre así. — Cómo si yo tuviera un padre muy decente. No sé quién de los dos es peor. — Llama al señor Benavides. Dile que firmaré con el.

— Si señorita. ¿Otra cosa que necesite?

— Quiero dos guardaespaldas.

— ¿Qué?

— Hazme una cita con la agencia que se encarga de la seguridad de la empresa. Para esta tarde.

— Si señorita. ¿Puedo hacerle una pregunta?

— Claro. Dime.

— ¿Qué pasará conmigo ahora que usted se va?

— No te preocupes. Te voy a recomendar con el señor Benavides. O quién esté a cargo, para que no te quedes sin empleo.

— ¿Haría eso por mi?

— Eres buena en lo que haces. No tengo por qué no hacerlo.

— Muchas gracias señorita. Si no es indiscreción. ¿Puedo preguntarle que hará usted? — Yo tampoco se.

— No. Eso no te lo puedo responder.

— Está bien. Yo me encargo de lo que me pidió.

— Muy bien.

... Volví a mi casa y de nuevo ví ese auto rojo que me perseguía. Quisiera no ponerme nerviosa, pero no puedo evitarlo. Trate de ir a lugares concurridos. No quiero estar sola en éste momento.

Jeny me llamo y dijo que mi cita era a las tres. Falta hora y media. Por lo que decidí irme a la agencia de inmediato. No hay lugar más seguro que uno donde hay gente entrenada para defender a otra.

Al llegar una mujer se ofreció a darme un recorrido. Yo acepté y me llevaron a dónde practican defensa, algunos chicos estaba sin camisa, pude deleitarme con esos músculos bien formados.

Carajo Melisa, deja de ver eso. Desvíe la mirada. Terminé el recorrido y fue a la oficina, para esperar a los elegidos. Ellos tardaron unos minutos, pero cuándo llegaron venian armados y arreglados.

— Señorita Melisa, déjeme presentarle a sus nuevos guardaespaldas. El señor Rodrigo Madrigal, y el señor Jesús Solares. — Observe a ambos y los dos tienen muy buen cuerpo. ¿Pero que carajo? Mejor dejo de verlos. Son mis empleados.

— Soy Melisa Torres. ¿Quién de ustedes tiene el sueño más pesado? — Pregunté, ambos se rieron avergonzados y uno de ellos levantó la mano.

— Yo señorita.

— Usted me cuidará durante el día. Y su compañero durante la noche. Doce horas cada uno. Tendrán un día de descanso a la semana, no la misma semana claro está y su sueldo lo pueden elegir ustedes.

— Excelente.

— Señor Martínez, fue un gusto. — Le dije al encargado.

— El gusto fue mío señorita Torres.

— El del sueño ligero venga conmigo. — Camine por delante hasta mi auto. El abrió la puerta para mí y pude relajarme un poco. Mientras el conducía yo leía las noticias en mi teléfono.

— Disculpe señorita. ¿Dónde queda su casa? — Le di la dirección y el dejó de interrumpir mi lectura. Al llegar a mi casa salió mi empleada a recibirnos.

— Buenas tardes señorita. ¿Pongo la mesa ahora?

— No..Yo voy a cenar en mi habitación, dale algo de comer a sueño ligero.

— Me llamo Rodrigo. — Dijo el en tono serio. Yo me di la vuelta y lo miré.

— ¿Cómo?

— Mi nombre es Rodrigo. No sueño ligero. — Respondido de nuevo.

— Bien. Dale de cenar a Rodrigo. Y arregla su habitación. Se quedará enfrente de la mía.

— Si señorita.

— Señor Rodrigo. No olvide cuidarme bien.

— Así lo haré señorita.

— Excelente.