Doce Años En La Sombra

Punto de vista de Ignacio

Llamé a Felipe tan pronto como mi padre se fue, aún temblando por la conversación en el estacionamiento. Mauricio Hernández no solo estaba vivo, sino que probablemente era la mente maestra detrás de Alexander D'Angelo.

Nos encontramos en un club privado, un lugar discreto donde los susurros no viajan. Felipe, siempre impecable, estaba pálido, pero su mente funcionaba a toda marcha.

—¿Me estás diciendo que el tipo que acaba de robarte a tu hermana, la empresa de tu padre y que planea hundirnos a todos es un socio de un convicto que tu padre le arruinó la vida? —preguntó Felipe, sirviéndose un whisky fuerte.

—Esa es la única conclusión lógica —respondí, pasando mi mano por mi pelo—. Alexander D'Angelo apareció de la nada. Es una fachada. Mauricio Hernández es el hombre que quiere la venganza, y D'Angelo es el martillo que está usando.

Felipe tomó un trago largo, sus ojos entrecerrados con una inteligencia fría.

—Bien. Si es Hernández, sabemos exactamente lo que quiere. Destrucción total. Si es un socio, queremos saber por qué Alexander se involucraría en una venganza tan personal y sucia. Necesitamos el origen de D'Angelo.

—Intenté investigarlo. Es como si hubiera nacido hace cinco años. No hay registros de su vida anterior a su primera gran adquisición en Europa.

—Tú eres un idiota, Ignacio —dijo Felipe sin rodeos—. Tienes que ir más profundo que los registros públicos. Yo tengo contactos en servicios de inteligencia privada. Gente que borra y crea identidades. Ellos sabrán cómo encontrar la grieta en esta "fachada D'Angelo".

Me encogí, aceptando el insulto. La desesperación de perder a Sofía y la empresa me había nublado el juicio.

—¿Qué necesitas?

—Necesito todo lo que tengamos de Alexander: números de cuenta en el extranjero, propiedades, el nombre de su asistente, Mónica. Ella es su única conexión constante. Y necesito que encuentres la confirmación de la sentencia de Mauricio Hernández. La sentencia original y la fecha de su supuesta salida.

—Ya tengo eso. Salió hace tres años y desapareció.

—Perfecto. Si D'Angelo apareció hace cinco, hay un desfase de dos años. Eso nos dará una línea de tiempo para la metamorfosis.

Felipe se levantó, su postura ahora firme, lista para el combate.

—Mientras yo muevo los hilos por la vía de la investigación, tú y Elías se encargarán de Sofía.

—¿Sofía? ¿Qué tiene que ver Sofía?

—Sofía es el trofeo y la debilidad de D'Angelo, ¿no lo ves? Si la tienes, lo tienes a él. Pero ella es mi hermana. La forma más rápida de detener esta boda es convencer a Sofía de que su prometido es el verdugo de su familia. Necesitas decirle lo que sospechamos. Necesitas exponer el nombre de Mauricio Hernández.

—Ella no me creerá. Está ciega por la fundación.

—Entonces muéstrale las pruebas. Manda a investigar los movimientos de la firma D'Angelo y la firma Hernández. Lo que sea que Sofía encuentre, lo usará contra él.

La idea de usar a mi hermana, de exponerla a ese peligro, me dio asco, pero la alternativa era la destrucción total.

—Lo haré. Pero si este plan sale mal, nos hundiremos juntos.

Felipe me miró con una sonrisa sombría.

—Ignacio, ya estamos en el fondo. Ahora solo podemos cavar o luchar. Y yo prefiero luchar.

Punto de vista de Sofía

El penthouse se había convertido en una prisión, si, llena de lujos, pero, prisión al fin. Después de la entrevista, Alexander no dijo una palabra más. Me había aprobado como un producto, y yo le había devuelto una advertencia. El silencio era el campo de batalla en el que ahora vivíamos.

Estaba en la biblioteca improvisada del piso, revisando los balances de la fundación, cuando mi teléfono vibró. Era un número desconocido. Dudé, pero la insistencia de la llamada me hizo deslizar el dedo.

—¿Sí?

—Sofía, soy yo, Ignacio. Necesitas escucharme.

Mi hermano. Su voz era un susurro nervioso y urgente. No hablábamos por teléfono sin supervisión desde que Alexander puso su mano en la empresa, por lo que su llamada me puso inmediatamente en guardia.

—¿Ignacio? ¿Cómo conseguiste este número?

—No importa. Tienes que irte de ahí. Sal de ese penthouse ahora mismo. Él es peligroso.

Me reí, una risa fría y sin alegría.

—Alexander es muchas cosas, Ignacio, pero ya me ha dado todo lo que pidió a cambio. He cumplido. Estoy a salvo.

—No has cumplido nada, Sofía. Acabas de entrar en la verdadera trampa. Alexander D’Angelo no es quien dice ser. Él es la fachada de una venganza que nos va a consumir a todos.

Me puse de pie, sintiendo un escalofrío. La alarma en la voz de mi hermano era real.

—Explícate.

—Tu compromiso, la compra de la empresa... todo es una venganza orquestada por alguien que nuestro padre y yo pensábamos que estaba muerto.

—¿De qué hablas, Ignacio?

—Mauricio Hernández.

El nombre me golpeó como una bofetada. Alexander se había desestabilizado cuando lo mencioné, pero pensé que era una conexión de negocios. ¿Una venganza?

—¿Quién es?

—Es un fantasma de nuestro pasado. Hace quince años, nuestro padre y yo le arruinamos la vida. Lo hicimos ir a la cárcel por un crimen que cometió, solo para proteger los negocios de la familia. Él salió de prisión hace tres años, y Elías pensó que se había suicidado. Pero no. Está vivo y está aquí.

La sangre se drenó de mi rostro. Alexander me había dado el anillo simple, había pagado la cirugía de una niña moribunda... ¿y todo era parte de un plan de venganza personal y frío?

—¿Y tú crees que Alexander D’Angelo trabaja para él?

—No lo sé. Pero es la única pieza que encaja. Alexander aparece hace cinco años, y Mauricio Hernández sale de la sombra. Te ha tomado a ti como un rehén, Sofía. Eres la esposa de un hombre que odia a tu familia hasta el tuétano.

Me acerqué a la ventana, mirando la ciudad que parecía tan ajena a mi terror.

—Necesito pruebas, Ignacio. No me voy a mover por un miedo que tú y papá sienten.

—¡Las tendrás! Felipe está usando sus contactos. Necesitamos que tú también actúes. Investiga a Alexander. Busca en sus registros, en sus propiedades, en sus cuentas bancarias, si puedes. Y Sofía... —Su voz se hizo un susurro desgarrador—: Si ese hombre te ha dado algo personal, algo que no encaje en la imagen de un magnate... ahí está el secreto.

Colgó antes de que pudiera responder.

Me quedé quieta, la mano temblándome. Alexander era un vengador. No un socio de negocios, no un rival, sino la personificación del castigo por los pecados de mi padre. Y lo más personal que me había dado, lo que no encajaba, era el pequeño anillo simple de su madre.

Ahora lo sabía: la clave no estaba en la corporación; estaba en el corazón roto de un hombre que había perdido a su madre por culpa de los Montenegro.

Alcancé el anillo. Su pequeño diamante, antes un símbolo de una historia de amor simple, ahora era la prueba de un pasado violento y un futuro peligroso. Tenía que investigar su origen, su valor. Tenía que averiguar quién era realmente Alexander D’Angelo y quién fue su madre.