Esta historia trata sobre un hombre muy poderoso y con enormes riquezas, pero con el corazón de hielo…
Y una mujer rechazada desde su nacimiento, pero con el corazón lleno de calor…
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Capítulo 24
ELLA
Nuestra venida al hospital ha sido frecuente, parece que mi mundo entero está aquí, con estos bebés. Ya hace quince días que vengo tomando las medicaciones y, por increíble que parezca, ya estoy produciendo.
Hoy, la enfermera me va a auxiliar a colocarlos para que mamen de mí. Ella me orienta con delicadeza, pero soy yo quien conduce el momento con una calma casi inesperada.
Gustav está conmigo. Apoyado en la pared, los brazos cruzados, el pecho inquieto, pero no me siento cohibida con él aquí, al contrario. Su presencia me calma, solo no sé explicar el porqué de todo esto.
Enfermera: Puedes intentar, si quieres... no necesitas, si es incómodo.
Acomodo a Gael en mis brazos con cuidado, lo acerco al pecho... y espero. Y entonces... él comienza a mamar.
Una lágrima se escapa, no de dolor, es algo mayor, un alivio y una conexión, y sí, una felicidad que yo ni sabía que era posible sentir.
Ella: Él está mamando... él lo consiguió... Yo me quedo admirándolo mientras él mama.
Minutos después, es el turno de Ellie.
Cambio a los bebés con cuidado, mientras la enfermera me ayuda a posicionar a la pequeña en mis brazos. Ella es más delicada, más pequeñita... Parece aún más frágil que el hermano. Respiro hondo y sigo el instinto, ese que, poco a poco, he aprendido a escuchar.
Ellie apoya su carita en mi pecho, respira despacio... y, lentamente, comienza a mamar, con los ojitos cerrados.
Siento como si hubiera sido elegida por ellos. Un vínculo silencioso naciendo allí, entre mi cuerpo y los de ellos. Y, en mi corazón, palpita un amor nuevo. Puro. Inmenso.
Abro los ojos y encuentro los de Gustav. Él continúa en el mismo rincón de la sala, pero algo en su semblante ha cambiado. No sé explicar... pero él no dice nada.
Luego, se aproxima despacio, como quien no quiere romper la delicadeza del instante. Arrodillándose a mi lado y observa a Ellie con un cuidado que me desarma.
Gustav: Ella está tan pequeña... pero parece tan fuerte.
Asiento, con una sonrisa que aún guarda lágrimas.
Ella: Ellos son así. Pequeños por fuera... enormes por dentro.
Nos quedamos allí, juntos. Con nuestros hijos. Con todo lo que no fue planeado, pero que de algún modo se volvió correcto.
Gustav: Tú... eres increíble. Yo entré en esto pensando que estaba protegiéndote y protegiéndolos. Pero, al final... creo que eres tú quien me ha protegido de mí mismo. Sin decir una palabra.
Ella: Uno se protege cuando elige cuidar, Gustav. Y... yo elegí.
Él me encara, sin prisa y sin desviar la mirada.
Y en esa mirada... hay algo que no sé explicar, algo que no necesita más ser dicho. Algo que sobrepasa el acuerdo. Que comienza a nacer allí, del modo más simple. Pero verdadero...
GUSTAV
Llegó la hora en que Ella y yo salimos de ese mundito que fue creado, en aquella sala y cada vez que la veo, ahora, el dolor se dibuja en su rostro. Y eso me desestabiliza.
No puedo caer en la trampa, la convivencia diaria, su delicadeza en cada gesto... Exactamente por eso, necesito dar un paso atrás. No puedo hundirme en esos sentimientos confusos. Necesito ser racional.
Gustav: Ella, vamos, te dejo en casa.
Ella: No, gracias. Yo no vivo más en aquella casa. Estoy con Asha ahora. Voy para allá.
Miro para él. Espero algún trazo del hombre que estuvo a mi lado dentro de la UTI. Pero él no me mira. Está diferente. Más cerrado. Más lejos.
Gustav: Está bien, te llevo también.
Ella: Gracias.
Entramos en el coche y entonces, el silencio. Un silencio incómodo, como si el aire se hubiera puesto pesado. Si yo supiera que me sentiría así, tal vez no hubiera entrado en este coche.
Gustav: Ella... Ella, ¿me estás escuchando?
Ella: Hola... Sí.
Gustav: Vamos a casarnos la semana que viene, ¿necesitas algo?
Ella: No.
¿Es solo eso? ¿Ninguna explicación? ¿Ningún “cómo estás”? Me quedo mirando el paisaje pasar por la ventana y dentro de mí, solo una certeza, todo irá a cambiar.