Thiago Andrade luchó con uñas y dientes por un lugar en el mundo. A los 25 años, con las cicatrices del rechazo familiar y del prejuicio, finalmente consigue un puesto como asistente personal del CEO más temido de São Paulo: Gael Ferraz.
Gael, de 35 años, es frío, perfeccionista y lleva una vida que parece perfecta al lado de su novia y de una reputación intachable. Pero cuando Thiago entra en su rutina, su orden comienza a desmoronarse.
Entre miradas que arden, silencios que dicen más que las palabras y un deseo que ninguno de los dos se atreve a nombrar, nace una tensión peligrosa y arrebatadora.
Porque el amor —o lo que sea esto— no debería suceder. No allí. No debajo del piso 32.
NovelToon tiene autorización de jooaojoga para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 21
Gael no salió de casa por tres días.
Canceló reuniones. Ignoró llamadas.
El apartamento, antes sofisticado y silencioso, ahora era oscuro, sofocante, sucio.
Botellas de agua esparcidas.
Vajilla acumulada en el fregadero.
Persianas cerradas todo el día.
Él ya no lloraba más.
Solo existía.
O al menos lo intentaba.
Se quedaba tumbado en el sofá, mirando al techo como si esperase que se cayera con él.
Con el celular apagado.
Con el pecho pesado.
Con el gusto amargo de todo lo que no dijo, y todo lo que perdió.
⸻
En la empresa, el nombre de Gael aún resonaba.
Rumores. Especulaciones.
Dudas camufladas de preocupación.
Y Thiago, en medio de todo eso, fingía que estaba entero.
Tecleaba planillas. Respondía correos electrónicos.
Sonreía de lado.
Pero por dentro… estaba en ruinas.
⸻
Fue al final de la tarde que ella apareció.
Helena.
Alta, elegante, envuelta en un abrigo beige, tacón fino y mirada de quien sabe dónde pisa.
Vino como quien aún pertenecía a aquel lugar.
Y mientras todos se alejaban, ella anduvo directo hasta Thiago.
— Hola. — dijo con una sonrisa. — ¿Podemos conversar?
Thiago vaciló.
Estaba solo en la sala de archivos, organizando papeles.
La puerta se cerró tras ella.
— Diga.
Helena se acercó, pero no invadió el espacio.
Su tono era calmo.
Pero el veneno ya se escurría en las entrelíneas.
— Gael siempre fue un hombre complicado. Solitario. Y extremadamente influenciable cuando se siente débil.
Thiago frunció el ceño.
— ¿Y me estás diciendo eso por qué?
Ella sonrió.
Una sonrisa dulce como ácido.
— Porque a veces, personas como tú… confunden gentileza con permanencia.
— ¿A dónde quieres llegar?
— Solo me parece admirable tu coraje.
De estar aquí.
De ilusionarte.
De creer que puedes ocupar un lugar que no te pertenece.
Thiago sintió el estómago revolverse.
Pero se mantuvo firme.
— ¿Y quién decide a quién pertenece?
— El mundo. Las reglas. La historia. — Helena respondió, seca.
Después se acercó un paso más.
El perfume caro tomó el aire.
— ¿Sabes cuál fue el mayor error de Gael?
Creer que podía vivir fuera de lo que fue programado para él.
— ¿Y tu error? — Thiago devolvió, la voz baja, firme. — Fue creer que yo soy lo suficientemente débil para recular.
La sonrisa de ella desapareció por un instante.
Pero luego volvió, más ensayada que nunca.
— Veremos.
Y salió de la sala como si nada hubiese acontecido.
Thiago quedó parado.
La mano temblorosa.
Pero los ojos… firmes.
Llenos de una furia silenciosa.
La guerra ahora era directa.
Y él no iba a recular.
⸻
Del otro lado de la ciudad, Gael aún estaba en el sofá.
El teléfono seguía apagado.
Y el mundo… cada vez más distante.
Hasta que, finalmente, él susurró solo:
— Necesito levantarme.
Antes de que me entierren en vida.
Gael despertó al tercer día.
No porque estuviese mejor.
Sino porque el silencio estaba ensordecedor de más.
El celular aún estaba apagado.
El cuerpo dolía como si lo hubiesen golpeado.
Pero había una única cosa pulsando con fuerza:
La ausencia de Thiago.
Él no soportaba más.
Se vistió sin pensar. Cogió las llaves.
Y fue.
⸻
El edificio de Thiago era pequeño, antiguo, demasiado lejos de las rutas lujosas a las que Gael estaba acostumbrado.
Pero allí… estaba la única cosa que aún tenía sentido.
Golpeó la puerta.
Una vez.
Dos.
Thiago abrió con expresión de susto, después tensión.
Estaba en camiseta, cabello desarreglado, ojeras profundas.
— ¿Gael? Qué…
— No aguanto más. — cortó, directo. — Escúchame. Por favor.
Thiago vaciló.
Dejó que él entrase.
El apartamento era simple, pero lleno de señales de vida real.
Libros apilados. Una taza con café frío. Ropa en el tendedero.
Gael paró en medio de la sala.
Miró alrededor como quien estaba pisando un mundo que quería llamar hogar.
— Me equivoqué. — dijo, por fin. — Debí haberte contado todo. Quise protegerte, pero solo te alejé. Lo sé.
Thiago lo miró. Los ojos rojos.
— No fue solo eso.
Helena apareció hoy.
En la empresa.
Gael se heló.
— ¿Qué?
— Me humilló.
Con una sonrisa en el rostro y palabras educadas.
Pero yo entendí todo.
Ella quiso recordarme que yo nunca voy a ser suficiente.
Y tú… tú no estabas allí para defenderme.
Gael caminó hasta él. Casi sin aire.
— Quiero sacarte de esto. De todo esto. Pensé…
Tal vez podríamos irnos. Desaparecer. París, Madrid, qué sé yo.
Comenzar de cero.
Sin nombre.
Sin presión.
Thiago cerró los ojos.
La propuesta parecía un sueño, pero venía cargada de desesperación.
— Gael… huir no es solución.
— Es mejor que verte siendo atacado por mi causa.
— ¿Y tú crees que huir va a apagar todo esto?
Gael se calló.
— Te amo. — él dijo, por fin. — Y no quiero perderte.
Thiago respiró hondo.
El corazón dolía.
Las ganas eran de decir “sí”, coger las maletas y desaparecer en el mundo con él.
Pero la realidad…
no está hecha solo de amor.
— Gael…
Tal vez sea mejor que paremos por aquí.
Los ojos de Gael temblaron.
— ¿Estás terminando conmigo?
— Estoy intentando salvarme a mí mismo.
Y tal vez… salvarte a ti también.
El silencio cortó a los dos.
Más que cualquier pelea.
Más que cualquier ofensa.
— Dime que ya no sientes nada. — Gael pidió, como quien implora.
Thiago miró bien dentro de él.
Y no consiguió mentir.
— Lo siento todo.
Pero amar a alguien no apaga el mundo alrededor.
Gael bajó la cabeza.
Se apoyó en la pared.
Cerró los ojos.
Y, por segunda vez, sintió el suelo desaparecer.
⸻
Minutos después, él salió.
Sin palabra final.
Sin beso.
Sin promesa.
Solo el sonido de la puerta cerrándose.
Y un amor aún vivo…
pero sofocado demasiado para respirar.