La Emperatriz Y Sus Concubinos.

En el campo de entrenamiento, todos estaban reunidos observando la pelea.

Minutos antes, los dos emperadores habían sido informados de lo que sucedía. Tanto Bastian como Steven no podían creer lo que les habían contado, así que se dirigieron rápidamente al campo para comprobar con sus propios ojos si era cierto.

Al llegar, Steven quedó impactado al ver la vestimenta de la emperatriz. No esperaba encontrarla vestida como un hombre. Bastian, por su parte, intentó acercarse, pero fue detenido por su hermano.

—¿Por qué no has detenido esta locura? Puede matarla.

—No lo hará. Solo mira.

—¿Qué está pasando aquí?

—Emperador —respondió un soldado haciendo una reverencia—, el capitán Aurelio Castillo aceptó el duelo que le propuso la emperatriz, y ambos ordenaron que nadie interviniera.

—Pero puede lastimarla.

—¿Y ahora te preocupas por ella? —Gael soltó una risa seca—. No interrumpas su duelo. Esto le enseñará a ese irrespetuoso a no meterse con mi hermana. Y que agradezca que fue con ella y no conmigo.

—¿Por qué dices eso? ¿Qué ocurrió?

—La emperatriz vino a entrenar conmigo desde temprano, pero al llegar, el capitán se mostró molesto con su presencia. Le dijo que ese no era lugar para buscar concubinos, que aquí se venía a entrenar en serio.

—Ah, con que así es...

Steven no preguntó más. Se quedó en silencio, observando con atención la pelea que se desarrollaba frente a todos.

Abigaíl se divertía como nunca desde que había llegado al imperio. Amaba luchar. Aunque el capitán le estaba dando pelea, no parecía cansada ni preocupada; al contrario, lo estaba burlando constantemente.

—Suficiente —gruñó el capitán—. Pelearé de verdad.

—¿Tan rápido te aburriste? Solo quería demostrarte que no eres un digno oponente para mí. Y eso que hoy apenas aprendí a usar la espada. Me pregunto... ¿será que obtuviste tu título gracias a los favores que tu hermana le hace al emperador?

—¡Cállate! No hables así de mi hermana, maldita.

—¿Y ahora me insultas porque digo la verdad?

—Te mataré.

—Perfecto, por fin pelearás en serio.

Abigaíl se dio cuenta desde el inicio de que él solo quería lucirse, así que decidió provocarlo para que luchara en serio. Tanto sus hermanos como el emperador se tensaron, pero se quedaron quietos cuando vieron cómo una de las manos del capitán caía al suelo.

—¡Aaahh... perraaa!

—Te lo advertí. No me culpes. Yo peleo a matar.

Con un movimiento limpio, Abigaíl le cortó una pierna. El capitán cayó de rodillas y trató de herirla con la espada, pero ella le amputó el otro brazo.

—Ups… lo siento, no fue intencional —dijo con una sonrisa siniestra—. Humm... creo que ya no tiene sentido dejarte con vida.

Puso su espada en su cuello, lista para cortarlo, pero en ese momento se escuchó un grito.

—¡Alto, hermano! —Maribel lloraba desesperada—. ¡Emperador, haga algo, por favor!

—Vaya... tu hermanita vino a salvarte.

—Máteme... por favor... máteme —suplicó el capitán, agonizando.

—Es suficiente —intervino Steven.

—Estoy en desacuerdo —respondió Abigaíl, soltándolo y dejándolo caer al suelo—. Espero que con esto quede claro que no me dejo insultar por nadie.

—Llevaste esto demasiado lejos. Mira cómo lo dejaste.

—Y habría sido peor. Pero lo reflexioné bien, y supongo que sirve mejor de ejemplo. Si sobrevive, todos sabrán qué pasa cuando alguien me insulta.

—Tú... maldita... ¿cómo te atreves a...?

Maribel no alcanzó a terminar su frase. Abigaíl le dio una cachetada que resonó en todo el campo.

—A mí me respetas. Y si no quieres terminar como tu hermano, te sugiero que bajes la cabeza y empieces a tratarme como merezco. Porque si no, las próximas extremidades que cortaré serán las tuyas.

La concubina quedó temblando. La emperatriz emanaba un aura asesina que paralizaba a todos. Maribel cayó de rodillas al suelo.

—Lo siento, emperatriz. Disculpe mi insolencia. No volverá a suceder.

—Así me gusta.

Los soldados estaban en shock. Nadie se atrevía a moverse ni a decir una palabra. Todos observaron cómo la emperatriz se retiraba del lugar junto a sus hermanos, quienes aún no salían de su asombro ante la sangre fría con la que ella había actuado.

—Llévenselo a la enfermería. Y llamen a un médico.

—Sí, majestad.

—¿No va a hacer nada, emperador? ¡Vio lo que hizo! ¡Ella enloqueció!

—Yo vi todo. El capitán la insultó.

—Sí, la emperatriz solo defendió su honor.

—Además, él aceptó el duelo sabiendo que ella le había advertido lo que podía pasar.

—Es cierto.

—Silencio. Ya fue suficiente. Concubina, vuelva al harén.

—Pero emperador...

—Guardias, acompáñenla a sus aposentos.

—Sí, majestad.

Steven regresó a su estudio. No sabía qué ocurriría a partir de ahora, pero estaba seguro de que los nobles estarían furiosos al enterarse de lo sucedido.

Por otro lado, Abigaíl, al salir del campo con sus hermanos, fue interceptada por Bastian, quien la miró de arriba abajo. Su mirada se detuvo en el brazo izquierdo, donde había un pequeño rasguño. Frunció el ceño.

—¿Me puedes decir qué fue todo eso? ¿Y por qué carajos tú no la detuviste? Podrían haberla matado.

—Tranquilo, hermano. Estoy bien. Solo es un raspón. Ni siquiera llegó a cortarme. Y lo que ocurrió allí fue para que comenzaran a respetarme. Fui amable, respetuosa, bondadosa, caritativa... y aun así seguían viéndome como alguien débil, sin carácter. Hoy les demostré que no es así. Cualquiera que me insulte aprenderá que hay consecuencias.

—Para mí estuviste estupenda. La forma en que le cayó el último brazo fue...

—¡Gael! No la elogies. Y tú, esa no es la forma de demostrar poder ni fuerza.

—Tal vez no, pero sí es la forma de defender mi honor. Me llamó zorra.

—¿Qué hizo qué?

—Dijo que solo estaba allí para buscar concubinos. Cuando claramente estaba entrenando con Gael.

—Es cierto, por eso no intervine.

—Bueno... en ese caso... No, no, estuvo mal. Con unos cuantos azotes y dos dedos menos bastaba. Te pasaste, le cortaste ambos brazos.

—Pero te apuesto a que de ahora en adelante lo pensarán dos veces antes de insultarme.

—De eso no cabe duda. Igual, no te confíes. Aún tienes mucho que aprender. Aunque en algo tenías razón: a ese joven seguro lo ascendieron por su hermana. Porque si tú, que apenas estás empezando, lograste vencerlo, dejó claro que ese puesto le quedaba grande. Y no es por insultarte, hermana, pero todavía no dominas bien la espada.

—Lo sé. Por eso ustedes dos me van a enseñar todo lo que saben.

—Está bien. Prefiero asegurarme de que puedas defenderte bien.

—Vamos, hermano, quita esa cara. ¿O me vas a negar que estuvo fabulosa en su primera pelea?

—Esa cara de psicópata era igualita a la de papá. Creo que más de uno de esos guardias se orinó del miedo.

Los tres hermanos llegaron al palacio. Luego de una ducha reparadora, se reunieron para desayunar juntos, ya que el ejercicio les había abierto el apetito.