Mico brilla bajo las luces de los escenarios, Tina vive entre raíces sencillas y reale. Sus mundos nunca debieron haberse cruzado, pero lo hicieron; entre secretos y la presión de la fama, tendrán que decidir si lo que sienten vale el riesgo de perderlo todo.
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capitulo 8: Chispas
El ruido del set la mareaba. Gente corriendo con cables, luces encendidas, cámaras que se movían y un director que no paraba de gritar órdenes. Tina respiró hondo mientras se ajustaba la credencial de “asistente temporal” que le colgaba del cuello. No podía creer que estaba ahí y menos aún por culpa de ella.
—Excelente —murmuró para sí, mirando de reojo hacia el fondo del set, donde Mico, impecable como siempre, revisaba su maquillaje frente a un espejo iluminado—Justo lo que necesitaba.
Desde que había aceptado el trabajo, todo le parecía surrealista. Había pasado de servir cafés en una pequeña cafetería a traer botellas de agua y toallas a una estrella pop. No podía negar que el sueldo era bueno, pero la idea de tener que soportar a Mico, eso era otra historia.
—Tina, ¿podés alcanzarle esto a Mico? —le pidió una productora con un auricular en la oreja, tendiéndole una carpeta de guiones.
Tina rodó los ojos y tomó la carpeta. Caminó entre los cables con cuidado hasta llegar a donde estaba la cantante. Mico notó su presencia enseguida; su perfume caro se mezclaba con el olor a polvo del estudio.
—Ah, mi nueva asistente —dijo sin mirarla, con ese tono entre arrogante y burlón—Qué honor tenerte en mi reino.
Tina apoyó la carpeta con un golpe seco sobre la mesa.
—Tu reino tiene mucho ruido —respondió, cruzándose de brazos.
Mico levantó la vista. Esa insolencia la desconcertaba, pero también la divertía. Nadie le hablaba así y menos alguien que dependía del trabajo que ella misma había conseguido.
la verdad es que muchas veces las contestaciones de ellas no eran reales, luego de los días que pasaron juntas eran más tolerante para la otra.
—No todos pueden con el ritmo de la realeza —contestó Mico con una sonrisa ladina.
—Por suerte, no todos quieren —retrucó Tina sin dudar.
Por un segundo, se quedaron mirándose. Había algo eléctrico en el aire, algo que ninguna de las dos quiso admitir. Mico fue la primera en apartar la vista, fingiendo revisar su guion.
—Tenés que traerme un café, con azúcar esta vez por fa.—dijo con tono distraído.
Tina suspiró.
—Claro, Su Majestad.— comenta con fingida seriedad.
Mico sonrió apenas. No sabía por qué, pero esa chica le causaba algo extraño. No miedo, no molestia; más bien una mezcla de curiosidad y adrenalina.
Un par de horas después, mientras el equipo ajustaba las luces, Mico decidió tomarse un descanso. Caminó hacia una esquina menos transitada del set y se sentó sobre una caja de utilería. Tina estaba cerca, revisando una lista con los horarios del día.
—¿Siempre fuiste tan mandona? —le preguntó Mico, rompiendo el silencio.
Tina levantó la vista, sorprendida.
—¿Yo? Vos sos la estrella, no yo.
—No me contestaste.
Tina se encogió de hombros.
—Supongo que no. Solo aprendí a defenderme.
—¿Defenderte de qué?
—De todo un poco —dijo ella, bajando la mirada— De mis padres, del trabajo, de la vida.
Mico la observó un momento. Había algo en la forma en que lo decía, tan honesto, que la descolocó. No estaba acostumbrada a escuchar respuestas sin filtros.
—Eso suena agotador.— murmuró.
Tina sonrió apenas.
—Lo es. Pero no todos pueden esconderse detrás de cámaras y brillos.
El comentario le dolió más de lo que esperaba. Mico no respondió.
Durante unos segundos, solo se escuchó el zumbido de los focos y el murmullo del equipo trabajando.
—¿Y tu? —preguntó Tina entonces, levantando la vista— Siempre fuiste tan, ¿perfecta?
Mico soltó una risa breve, sincera.
—Perfecta, ¿yo? —negó con la cabeza— No sabés cuántas veces me caí antes de aprender a posar sin tropezar.
Tina arqueó una ceja.
—Entonces lo disimulás bien.
Mico la miró otra vez. Esa chica tenía una forma extraña de hablarle, sin miedo ni sumisión. Y eso, por alguna razón, le resultaba refrescante.
El resto de la jornada transcurrió con roces leves, como si ambas probaran los límites de la otra. Mico pedía cosas solo para ver hasta dónde Tina aguantaba; Tina le respondía con sarcasmo disfrazado de cortesía. Pero entre tanto juego, había algo más: pequeñas miradas que duraban un segundo de más, sonrisas que no tenían motivo.
Al final del día, cuando casi todos se habían ido, Tina se quedó recogiendo botellas vacías. Mico aún estaba en su camerino. La puerta estaba entreabierta y Tina escuchó su voz tarareando algo. No era una de sus canciones conocidas, sino una melodía suave, casi triste.
—No sabía que cantabas fuera del escenario.—dijo Tina, asomándose con cautela.
Mico levantó la vista, algo sobresaltada.
—No lo hago.
—Bueno, te salió bonito.
Mico la miró fijamente. Esa sinceridad sin adornos otra vez.
—Gracias.
Tina dio un paso atrás, insegura.
—Mañana a las ocho, ¿no? —preguntó, intentando romper el momento.
—Sí —respondió Mico— Y traé ese sarcasmo tuyo, me sirve para mantenerme despierta.
Tina sonrió, negando con la cabeza.
—No prometo nada.
Salió del camerino y mientras caminaba por el pasillo, se descubrió sonriendo sola. Algo estaba cambiando, aunque no sabía qué.
Mico, en cambio, se quedó un rato más sentada, mirando su reflejo en el espejo. Su corazón latía más rápido de lo normal. No entendía por qué una simple asistente podía desordenarla tanto.
Tal vez porque Tina no la veía como Mico, la estrella.
La veía como ella.
Y esa idea, por primera vez en mucho tiempo, le gustó.