"¿Qué harías por salvar la vida de tu hijo? Mar Montiel, una madre desesperada, se enfrenta a esta pregunta cuando su hijo necesita un tratamiento costoso. Sin opciones, Mar toma una decisión desesperada: se convierte en la acompañante de un magnate.
Atrapada en un mundo de lujo y mentiras, Mar se enfrenta a sus propios sentimientos y deseos. El padre de su hijo reaparece, y Mar debe luchar contra los prejuicios y la hipocresía de la sociedad para encontrar el amor y la verdad.
Únete a mí en este viaje de emociones intensas, donde la madre más desesperada se convertirá en la mujer más fuerte. Una historia de amor prohibido, intriga y superación que te hará reflexionar sobre la fuerza de la maternidad y el poder del amor."
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Lo que implica ser acompañante...
Mar caminó por el largo pasillo de la agencia sintiéndose extraña. Su cuerpo se tensó apenas cruzó la puerta del gran set de maquillaje y fotografía. El lugar estaba lleno de luces, cámaras, perfumes costosos y mujeres hermosas que reían despreocupadas, como si no acabaran de vender su dignidad ni de condenarse al juicio silencioso de la sociedad.
Ella, en cambio, solo sentía un nudo en la garganta.
—Buenos días, Martí. Traje a la señorita Montiel para que la pongas más bella para la sesión de fotos con Henry —dijo Kany, sonriendo con su tono alegre habitual.
Martina, una mujer de unos cuarenta y cinco años con una sonrisa cálida y ojos que inspiraban confianza, se acercó a Mar.
—Bienvenida, señorita Montiel. Tome asiento. Con ese rostro tan bello, no tendré mucho trabajo —dijo, intentando aliviar la tensión que notaba en la joven.
Mar se sentó en silencio frente al gran espejo iluminado, observando su reflejo. Le parecía ver a otra persona, una versión más cansada y asustada de sí misma.
—¿Qué tipo de fotos vamos a hacer hoy? —preguntó con voz baja, intentando sonar casual.
—Hoy haremos las fotos para el brochure —respondió Martina, mientras organizaba las brochas y sombras—. Algunas en bikini y otras en ropa más elegante.
Mar sintió cómo la sangre le bajaba del rostro. Trató de sonreír, pero por dentro solo quería desaparecer.
—¿Estás lista? —preguntó Martina con gentileza.
Mar asintió, aunque se sentía más insegura que nunca.
El maquillaje fue impecable. Martina trabajaba con manos expertas, y el rostro privilegiado de Mar le facilitó el trabajo. Sin embargo, cuando el fotógrafo Henry le indicó las primeras poses, una oleada de incomodidad la invadió.
Posar en bikini frente a una cámara le parecía exponer su alma. Cada flash era un recordatorio de lo lejos que estaba dispuesta a llegar por salvar a su hijo.
—¡Eso es perfecto! —exclamó Henry con entusiasmo—. Ahora pasemos a las fotos en ropa más elegante.
Mar respiró con alivio al cubrir su cuerpo con aquellos vestidos finos que, aunque costosos, le devolvían un poco de dignidad. Dos horas más tarde, la sesión finalmente terminó.
—Gracias, Martina —dijo, soltando un suspiro de cansancio—. Me siento mucho mejor ahora.
—De nada, querida. Eres una modelo natural, como pocas por aquí —bromeó Martina con una sonrisa amable.
Mar sonrió débilmente.
Al finalizar la sesión, fue enviada con Chloe, la asesora de imagen de la agencia. Chloe era una mujer alta, elegante y segura de sí misma, el tipo de persona que parecía dominar cualquier habitación con solo entrar.
—Bien, quítate el saco y párate frente al espejo —ordenó Chloe, sin rodeos.
Mar obedeció con timidez, sintiendo la mirada crítica y analítica de la mujer recorriéndola de pies a cabeza.
—Eres una de las chicas más bellas que ha pasado por aquí —comentó Chloe finalmente—. Tienes un rostro muy expresivo, un cabello hermoso y una piel impecable. Te enseñaré cómo vestir para cada ocasión. Aquí, la apariencia lo es todo.
Mar asintió, escuchando con atención. Sabía que ya no había marcha atrás.
—Este trabajo requiere que siempre te veas perfecta —continuó Chloe—. La elegancia y la actitud son tus mejores armas.
—¿Tú también trabajas como acompañante? —preguntó Mar de pronto, más por curiosidad que por atrevimiento.
Chloe sonrió con melancolía. Por un momento, la seguridad en su mirada se desvaneció.
—No, ya no —respondió—. Pero en algún momento lo hice. Cometí dos errores imperdonables: me enamoré de un cliente… y quedé embarazada de él.
Mar la observó en silencio, sin saber qué decir.
—Lo lamento mucho —susurró al fin.
—Yo lo lamento más —replicó Chloe con voz queda—. Aquello me costó el trabajo… y la vida de mi bebé.
Un silencio pesado las envolvió.
—¿Y cómo sigues aquí, si las cláusulas dicen…? —preguntó Mar con cautela.
— Yo entre aquí por gusto, queriendo salir de la pobreza, decidida a hacer lo que fuera para cumplir mis sueños. Les hice ganar millones a Willy y a Mirian —explicó Chloe con una sonrisa amarga—. Les pedí una oportunidad como asesora de imagen, y aceptaron. Supongo que sentían que me lo debían.
Mar la escuchaba, conmovida.
—¿Y el cliente? —preguntó finalmente.
Chloe soltó una risa seca, sin alegría.
—Ese cretino jamás supo nada. Y si lo hubiera sabido, estoy segura de que tampoco le habría importado. En este mundo, Mar, somos piezas reemplazables. Los clientes no ven personas, solo cuerpos. Recuerda esto: mantén tu corazón bajo llave.
Mar bajó la mirada. Aquel consejo se le grabó en el alma.
—No creo que sea mi caso —dijo con voz firme, aunque ni ella misma se creía del todo.
—Ojalá tengas razón —respondió Chloe con una sonrisa triste—. Bueno, guapa, terminamos por hoy. Dime, ¿tienes en tu armario ropa como la que usaste en la sesión?
—La verdad, no —admitió Mar—. Mi ropa es más de oficina, nada tan elegante.
—Entonces prepárate. Nos vamos de compras —anunció Chloe.
—No puedo… no tengo dinero —respondió Mar con vergüenza.
—¿Y quién te pidió dinero? —replicó Chloe con un guiño—. Ve a cambiarte. Te espero afuera en cinco minutos.
Chloe la llevó a las boutiques más exclusivas de Austin. Juntas escogieron vestidos de gala, trajes de cóctel, conjuntos para cenas, ropa informal, trajes de baño y lencería sensual. Además de zapatos, joyas y accesorios de diseñador.
Mar nunca había comprado tanta ropa en su vida. Sentía que cada prenda pesaba sobre su conciencia.
—Esto es demasiado… —susurró mirando las bolsas.
—No es demasiado, es necesario —corrigió Chloe—. Tienes que verte perfecta en todo momento.
El día terminó en una estética. Le hicieron las uñas, hidrataron su cabello, y terminaron con una depilación completa.
Mar llamó al hospital para disculparse con su pequeño por no haber ido a verlo. La agencia había consumido todas las horas de su visita, y ahora debía ir directamente al trabajo. Pasar un día sin ver a Jhosuat era un peso en su pecho, una punzada que le recordaba cuánto lo necesitaba.
El teléfono sonó unos segundos antes de que la voz dulce y alegre de su hijo le devolviera la vida.
— ¡Mami! —exclamó Jhosuat con entusiasmo—. ¿Ya saliste del trabajo?
Mar sonrió con ternura, aunque la fatiga se reflejaba en su rostro. Su voz, sin embargo, se quebró un poco al responder.
— Lo siento, mi amor… no pude ir a verte hoy. Él nuevo empleo me tuvo ocupada todo el día —dijo, intentando sonar tranquila, aunque la emoción la traicionaba—. Pero te prometo que mañana iré sin falta, ¿sí?
Del otro lado del teléfono se escuchó un suave silencio, seguido de una risita que derritió su corazón.
— No te preocupes, mami. Sé que estás trabajando mucho para costear mis medicinas y los gastos del hospital. Te amo… eres la mejor mamá del universo.
Mar cerró los ojos, conteniendo las lágrimas que pugnaban por salir.
— Ay, mi vida… —susurró con la voz temblorosa—. No sabes cuánto te amo yo también.
Jhosuat respondió con una carcajada breve, esa risa contagiosa que siempre lograba iluminarle los días más grises.
— Entonces estamos empatados, porque yo te amo hasta el cielo y más allá.
Mar apoyó la frente contra la pared y sonrió con ternura.
— Mi algodón de azúcar. Mañana te llevo tu jugo favorito y ese cuento que tanto te gusta.
— El del niño que podía volar —recordó él, emocionado.
— Ese mismo. Y ahora, mi amor, a descansar un poquito, ¿sí?
— Sí, mami. Descansa tú también.
Cuando colgó, Mar se quedó unos segundos en silencio, mirando el teléfono con el corazón encogido. Agradeció tener un hijo tan dulce, tan maduro para su corta edad. ¿Cómo no sacrificar todo por un ser que valía tanto? Su pequeño era su fuerza, su razón, el motivo por el que cada día se levantaba a luchar, aunque el mundo pareciera desmoronarse a su alrededor.
Mar había decidido seguir trabajando en el gastrobar hasta que se concretara el acuerdo con aquel misterioso cliente.
Su mente no dejaba de divagar. Idealizaba mil escenarios sobre cómo sería ese primer encuentro: qué debería hacer, qué decir, cómo comportarse. Las ideas se amontonaban unas sobre otras, como si su mente fuera un torbellino sin salida. Eran tantos los pensamientos que revoloteaban dentro de ella que terminó agotada, con la cabeza llena y el corazón oprimido por la ansiedad y el miedo a fallar.
El silencio del lugar la envolvía como un eco persistente. Solo se escuchaba el leve zumbido del refrigerador y el tic-tac insistente del reloj sobre la pared. Mar apoyó los codos en la barra y cerró los ojos unos segundos, buscando calma. Su corazón latía con fuerza, tan rápido que casi podía escucharlo.
Sabía, muy dentro de sí, que lo que estaba a punto de hacer no estaba bien… que cada paso que daba en esa dirección la alejaba un poco más de la mujer que había sido antes. Pero había algo más poderoso que el miedo o la culpa: el amor por su hijo.
Al llegar al apartamento, el cansancio se le notaba en cada movimiento. Se quitó los zapatos y dejó caer el bolso sobre el sofá con un suspiro largo. Caminó despacio hasta su habitación y, al encender la lámpara de noche, sus ojos se encontraron con una fotografía enmarcada de su pequeño Jhosuat.
La tomó con cuidado, como si fuera un tesoro frágil. En la imagen, su hijo sonreía con esa inocencia que le recordaba por qué seguía luchando. Mar acarició el rostro del niño en la foto con la yema de los dedos y, con la voz quebrada por la emoción, susurró:
—Lo hago por ti, mi amor… todo esto es por ti, hijo mío.
Una lágrima solitaria resbaló por su mejilla y se perdió entre sus labios.
El reloj marcaba las dos de la madrugada. Afuera, la ciudad dormía, indiferente al dilema que consumía su alma. Mar se recostó en la cama, con el corazón dividido entre el dolor y la esperanza. Cerró los ojos sabiendo que, cuando el amanecer llegara, su vida ya no sería la misma...