Una cirujana brillante. Un jefe mafioso herido. Una mansión que es jaula y campo de batalla.
Cuando Alejandra Rivas es secuestrada para salvar la vida del temido líder de la mafia inglesa, su mundo se transforma en una peligrosa prisión de lujo, secretos letales y deseo prohibido. Entre amenazas y besos que arden más que las balas, deberá elegir entre escapar… o quedarse con el único hombre que puede destruirla o protegerla del mundo entero.
¿Y si el verdadero peligro no es él… sino lo que ella empieza a sentir?
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Capítulo 8
ALEJANDRA
Estaba furiosa.
No un simple enojo de esos que se disipan con una ducha caliente o una caminata.
No. Esto era ira.
Ira masticada, contenida e hirviendo por dentro mientras caminaba de un lado a otro de mi habitación como un animal enjaulado.
—¡Maldita mujer! —murmuré entre dientes—. ¡Maldita reina de hielo, aristócrata del infierno!
Mis pasos retumbaban en el suelo de madera mientras el eco de su voz seguía en mi cabeza:
"Estabas conversando y no estas aqui para eso. Ahora te puedes retirar."
Como si yo fuera una intrusa. Una oportunista. Una cualquiera que se cuela en la vida de su hijo buscando una silla en su mesa de oro.
¡Por favor!
Me detuve frente al espejo. Mi reflejo tenía las mejillas encendidas y los labios tensos. Ni siquiera parecía yo.
Tocaron la puerta suavemente. No respondí, pero se abrió igual.
Clara entró con su andar tranquilo, como si ya supiera lo que iba a encontrar.
—¿Estás bien? —preguntó con esa voz templada que usaba cuando no quería presionar demasiado—. Te vi salir del cuarto de Damián como si estuvieras por prender fuego la casa. Y ahora estás aquí, refunfuñando entre dientes. ¿Qué pasó?
—¿Qué pasó? —repetí, girándome hacia ella con una risa amarga. —La querida señora Reginald decidió irrumpir en la habitación de su hijo como una emperatriz romana, y me trató como si yo estuviera cazando una joya familiar.
Clara alzó las cejas.
—¿Qué te dijo?
—Que me retirara. Que no estaba trabajando, que estaba "conversando". Como si eso fuera pecado. Como si yo estuviera allí para seducirlo, no para controlarle la fiebre.
—Seguro fue un malentendido…
—¡No fue un malentendido, Clara! —espeté, avanzando hacia la ventana sin abrirla—. No viste el tono. No viste la forma en que me miró. Como si fuera una serpiente deslizándome en su jardín.
Ella suspiró y se sentó al borde de la cama.
—¿Y qué esperabas? Esta gente… no ve el mundo como nosotras. Para ellos todo es territorio, alianzas, control. Incluso sus emociones o sus hijos.
Me giré hacia ella sin poder contenerlo más.
—Estoy harta. No veo la hora de largarme de este lugar. Me siento sucia, vigilada, usada. Como si mi única función fuera servir… como si lo que valgo se resumiera a tener las manos firmes para coserles la piel.
Clara me miró triste y seria.
—Te entiendo. Más de lo que imaginas. Pero si quieres salir de aquí, Alejandra, tendrás que seguir agachando la cabeza un poco más. No puedes provocarlos. No puedes exigirles moralidad en un mundo que no conoce esa palabra.
Me dejé caer en la cama con un suspiro cargado de agotamiento emocional.
El colchón era suave, caro, perfecto… y sin embargo, se sentía más frío que una camilla de hospital. Me cubrí el rostro con las manos, conteniendo las lágrimas que no me permitía soltar.
—Quiero volver a mi vida, Clara. A mi viejo departamento. A las madrugadas de café y guardias eternas. A las conversaciones con mis compañeros en la sala de descanso. A mis amigos. A mi gente. A mi hermano.
Clara levantó la vista.
—¿Tienes un hermano?
Asentí con la cabeza.
—Se llama Tomás. Es más grande que yo por cuatro años y aun asi me llama cada vez que algo se le quema cocinando. O cuando no sabe qué serie ver. Siempre me pregunta si ya publiqué algo nuevo… aunque nunca entienda lo que investigo. —Sonreí, sin quererlo—. Debe estar volviéndose loco. De seguro ya fue a todos los hospitales del país pensando que estoy muerta, porque ese seria el unico motivo por el que me iria sin avisarle.
—¿Y no tienes pareja? —preguntó Clara con suavidad.
Negué con la cabeza.
—Terminé con alguien hace un año. No era el momento. Mi carrera estaba en un punto decisivo… y él quería que yo dejara todo para mudarme con él a otra ciudad. Al final… ni me apoyó, ni me entendió.
—Entonces ahora solo tienes que apoyarte en ti para salir de esto.
—Y en ti —dije, mirándola—. Porque si no fuera por esas cenas clandestinas y tus sopas, ya me habría quebrado.
Clara sonrió. Una sonrisa cansada, pero sincera.
—Lo vas a lograr. Lo vamos a lograr.
Yo quería creerlo.
De verdad.
Pero mientras el rostro de María volvía a aparecer en mi mente, tan perfecto, tan frío, tan… invulnerable, no podía evitar sentir que nuestra libertad no era una opción… Sino una negociación aún no cerrada.