Ava Becker nunca imaginó que cumplir su sueño de ser modelo la llevaría a un mundo de luces y sombras. Dulce, hermosa y con una figura curvy que desafía los cánones de la moda, logró convertirse en la musa de Aurora Lobo, la diseñadora más influyente de Italia. Sin embargo, detrás de las pasarelas y los reflectores, Ava sigue luchando contra sus inseguridades y el eco de las voces que siempre le dijeron que no era suficiente.
Massimo Di Matteo, miembro de la mafia italiana, jamás creyó en el amor a primera vista. Rodeado de mujeres perfectamente delgadas y dispuestas a todo por tenerlo, su vida parecía marcada por el poder, el control y el deseo superficial. Hasta que la ve a ella. Una mirada basta para romper todos sus estándares y derrumbar cada una de sus certezas: Ava no es como las demás… y justamente por eso, la quiere para sí.
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Cena familiar.
Massimo Di Matteo ❤️🔥
El aroma de la salsa casera de mi madre me golpea apenas entro en la mansión de mis padres, en Florencia. No importa cuántos restaurantes de lujo haya probado en el mundo, ninguna cocina se compara a la de mamá. Siempre dice que consentirnos con su sazón es la mejor manera de recordarnos quién manda de verdad en esta familia. Y aunque mi padre maneje negocios turbios y yo tenga bajo control una naviera que mueve mercancía de todo tipo, en esta casa la reina es ella.
—Massimo, amore mio —me recibe con los brazos abiertos, dándome un beso en la mejilla y un abrazo cálido que aún conserva ese olor a perfume floral y a hogar—. ¿Comiste algo en todo el día o vienes con el estómago vacío?
—Con el estómago vacío, mamá. Lo sabes bien, no hay lugar en el mundo donde coma mejor que aquí.
Ella sonríe satisfecha, como si hubiera ganado la batalla antes de empezarla. A mi lado, Gabriele, mi hermano menor de veinte años, me da un golpe amistoso en el hombro.
—Hermano mayor, ¿sigues vivo? —bromea.
—Más vivo que nunca —le respondo con una sonrisa torcida—. ¿Qué tal la universidad?
—Mejor de lo que esperaba. Aunque ya sabes… lo académico nunca será tan emocionante como lo que aprendemos en la organización.
Papá, sentado a la cabecera de la mesa, carraspea y lo interrumpe con su voz grave.
—Los estudios son importantes, Gabriele. Lo ilícito no perdona errores, y lo lícito te da la máscara perfecta para sobrevivir.
Mi hermano asiente, aunque noto en su expresión que lo que de verdad le emociona son los negocios sucios. No lo culpo, a su edad yo también soñaba con portar armas y dar órdenes. Con el tiempo uno aprende que el poder es tan pesado como atractivo.
La mesa está servida como si esperáramos a un ejército: platos de porcelana, copas de cristal, velas encendidas que iluminan la sala con un resplandor cálido. Mamá ha preparado pasta fresca, carne al horno, ensaladas y vino tinto. Nos sentamos, brindamos y comenzamos a cenar.
—Mamá, esto está espectacular —digo después del primer bocado.
—Siempre lo está —agrega Gabriele, lamiéndose los labios—. Si algún día me caso, será con alguien que cocine igual que tú.
Ella ríe con dulzura.
—Ay, mi niño… no hay segunda versión de mí. Pero espero que tu futura esposa lo intente.
Papá la observa en silencio, con una sonrisa discreta, como si cada palabra suya fuera música. Me impresiona verlos después de veinticinco años de matrimonio todavía mirándose así. Mi padre nunca le ha sido infiel, nunca le ha levantado la voz, nunca le ha fallado. En este mundo donde los hombres cambian de mujeres como cambian de relojes, él sigue siendo un esposo devoto. Ese tipo de amor es raro en nuestro entorno… y parte de mí lo envidia.
—¿Cómo fue tu día, Massimo? —pregunta mamá, sirviéndome más vino.
—Largo. La naviera requiere más atención de lo que pensaba. Hoy llegaron más armas de Bélgica, silenciosas, de las que me gustan. Y hay cargamentos de otros tipos en camino, de varias partes de Europa.
—¿Con los Becker? —pregunta papá, dejando el tenedor sobre el plato.
—Sí, los alemanes. Con Bastian y Cedric la cosa va bien, aunque ya sabes… nunca debemos confiar demasiado.
—La confianza en este negocio es como el aire —dice mi padre, mirando fijamente su copa—. Lo necesitas, pero no lo ves, y en cualquier momento puede faltar.
Terminamos la cena entre bromas, historias de cuando Gabriele era niño y anécdotas que mamá revive con cariño. Su risa suena como una canción que adorna la casa. Aunque el mundo allá afuera sea de sangre y pólvora, dentro de estas paredes todavía existe algo parecido a la paz.
Después de cenar, papá me hace un gesto con la mano.
—Massimo, ven conmigo. Tenemos que hablar.
Lo sigo hasta su oficina, un espacio amplio, con estanterías llenas de libros de derecho, economía y varios títulos que jamás pensaría que un mafioso tendría. En el centro, un escritorio de madera oscura y detrás, una gran ventana que da al jardín.
Papá cierra la puerta y se sirve un whisky, luego me ofrece uno.
—¿Cómo están los cargamentos? —pregunta, sin rodeos.
—Entraron dos este mes. Armas desde Bélgica y parte de una nueva droga sintética desde Polonia. Todo limpio, sin rastros de aduanas. Los contenedores salieron hacia Marsella y Génova.
—Bien. Quiero que la próxima vez incluyas también el intercambio con los alemanes. Los Becker están presionando por ampliar su cuota, y mantenerlos de nuestro lado es estratégico.
Asiento, aunque en mi cabeza ya pienso en los riesgos. Los Becker son poderosos, pero también impredecibles.
—Lo manejaré.
Papá me observa con esos ojos grises que no se pierden detalle.
—Eres joven, pero tienes instinto. Eso no se aprende, Massimo. Me enorgulleces.
No lo dice a menudo. Lo escucho y siento un peso en el pecho. Siempre busqué su aprobación, aunque lo niegue.
Cuando la conversación termina, salgo de la oficina con una mezcla de cansancio y responsabilidad. Al cruzar el pasillo me encuentro con mamá. Ella me abraza sin pedir permiso, como cuando era niño, y me revuelve el cabello.
—Mamá, basta —protesto, arreglándome el peinado—. Ya no tengo diez años.
—Para mí siempre los tendrás —responde con una sonrisa tierna.
—¿Qué hablabas con papá?
—Negocios. Nada nuevo.
Ella me mira con esa mezcla de orgullo y preocupación que solo una madre puede tener. Luego, como si nada, suelta:
—Tu prima Aurora está feliz. Al fin encontró a la modelo perfecta para su nueva colección.
—Me alegro por ella —respondo distraído, sin darle demasiada importancia—. Aurora siempre sabe sorprender.
—Lo dice con un brillo especial en los ojos. Yo creo que esa chica va a marcar la diferencia.
No contesto. He visto tantas modelos que ya todas me parecen iguales. Delgadas, perfectas, superficiales. No imagino qué puede tener de diferente la nueva musa de mi prima.
Después de despedirme, salgo de la mansión. El aire fresco de la noche me recibe mientras mis hombres me abren la puerta del coche blindado. Atrás queda la casa donde mi familia mantiene una ilusión de normalidad, y yo regreso a mi penthouse en Florencia, donde el silencio y el trabajo me esperan.
La mafia no se detiene. Y yo tampoco.
Yo pienso que Bastian necesita un empujoncito, para que se decida por Aurora 🤔
Me encantó 💕