El nuevo Capo de la Camorra ha quedado viudo y no tiene intención de hacerse cargo de su hija, ya que su mayor ambición es conquistar el territorio de La Cosa Nostra. Por eso contrata una niñera para desligarse de la pequeña que solo estorba en sus planes. Lo que él no sabe es que la dulzura de su nueva niñera tiene el poder de derretir hasta el corazón más frío, el de sus enemigos e incluso el suyo.
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La apetecible niñera
Gabriele
Entro a la casa presionando la parte baja de mi estómago, que no deja de sangrar. La cuchilla del soldado de La Cosa Nostra hizo un buen trabajo, pero no tanto como mi pistola lo hizo con su cabeza.
No voy a detenerme hasta eliminar al último hombre de La Cosa Nostra. Tengo que limpiar la tierra de su asquerosa y cobarde sangre. No importa el precio, sacrificaría cualquier cosa o persona.
Camino en dirección a la escalera, pero el sonido de música me atrae a la cocina. Saco mi arma de inmediato cuando veo a una mujer que no conozco bailando en mi cocina mientras bebe leche.
Me acerco sigilosamente y la cojo por el vientre y clavo mi pistola en el costado de su cabeza llena de rizos negros.
–¿Quién mierda eres? –pregunto furioso.
–Yo… yo…–balbucea la voz y luego suelta el vaso que cae al suelo y se rompe en docenas de trozos.
Subo mi mano por su pequeño cuerpo, y luego la cojo por el cuello con brusquedad para que entienda que hablo en serio.
Si el Capo de la Camorra hace una pregunta esta debe ser respondida.
–No me hagas volver a repetir la pregunta –reclamo.
El pequeño cuerpo cálido se acomoda en el mío, y aunque ni siquiera haya visto su rostro comienzo a excitarme. Respiro su nuca y me encanta el olor dulce que emana, a vainilla y a algo más, que no consigo identificar.
Furioso conmigo y con ella por todavía no responder, presiono más su cuello, intentando sofocarla para que me responda.
La mujer lanza un dulce gemido y comienza a moverse contra mi cuerpo, calentando mi sangre.
–Maldita sea, estás disfrutando esto –mascullo en su nuca y sin poder evitarlo acaricio la dulce piel de su cuello. La mujer empieza a juntar sus piernas y a moverse buscando un alivio. –¿Quién eres, preciosa? –pregunto–. Por favor, dime que no eres la puta niñera –pido.
Si fuera una sirvienta nueva podría cogérmela ahora mismo, sin siquiera esperar por su consentimiento. Sin embargo, si es la niñera, esa mujer atrevida que no conoce su lugar, no puedo cogerla. No lo haría nunca, porque es justo lo que mi padre espera, y no pienso darle en el gusto.
Vamos, nena, dime que eres una sirvienta para poder devorarte en este mismo lugar, pienso irritado.
–Lo soy –responde en una súplica.
Maldita sea mi mala suerte. La mujer en mis brazos está prácticamente rogando ser follada, pero no puedo hacerlo.
–Santa mierda –suelto furioso y la mujer lanza un gemido que me hace desearla con más fuerza.
Arrastro mi boca hacia su oído: –Estás mojada, ¿no? –pregunto antes de volver a respirarla.
–¿Qué… qué es esto? –pregunta inocentemente mientras menea su culo contra mí, provocándome dolor físico.
–Lo que sientes clavándote en la espalda, si tienes suerte, será tu juguete favorito. Ríndete a tu Capo –ordeno olvidando mi resolución de no follarme a la niñera, ella lo está pidiendo.
La mujer en mis brazos deja de menearse y se congela.
–Quítame tus asquerosas manos de encima, y más te vale que la humedad que dejaste en mi espalda sea sudor –amenaza.
Me rio y tomo sus rizos en mi mano y la obligo a recostar su cabeza en mi pecho.
–Es sangre, preciosa. No soy un novato, nunca terminaría antes de verte sollozando al menos un par de veces.
Se gira y antes de poder detenerla golpea mis testículos con su rodilla.
Maldita perra.
Acostumbrado a sentir dolor, ignoro su inútil intento de lastimarme, cojo sus manos y las coloco en su espalda, antes de aplastarla contra la isla de la cocina.
Pongo mi mano y presiono su rostro con fuerza, sin importarme si la lastimo o no. Esta niña tiene que aprender una lección.
–Si vuelves a intentar atacarme, no dudaré en entregarte a mis hombres o a obligarte a trabajar en unos de los prostíbulos de la Camorra, y ni siquiera en uno bueno, preciosa, te llevaré al que van los hombres que les encanta someter a las mujeres a golpes.
–Quisieras –sisea y comienza a luchar contra mi agarre.
Pero que niñata tan terca.
El sonido fuerte de un bramido interrumpe nuestro enfrentamiento.
–Es Mía –dice y se suelta de mí y coge un monitor blanco.
–¿Mía? –pregunto sin saber a quién se refiere.
–Sí –dice mirándome por primera vez a los ojos. Los de ella son oscuros, misteriosos e insolentes también. El hombre en mí exige doblegar su voluntad y hacerle saber quién es el que manda–. Es tu hija.
–No tiene nombre.
–Claro que no, porque su papá no tiene tiempo –dice haciendo unas fastidiosas comillas en el aire–. Pero no pienso decirle bebé hasta que se te ocurra ponerle un nombre. –Antes que le conteste sigue hablando: –Ven a la pieza de Mía, tengo un botiquín y podré ayudarte con eso –agrega apuntando mi herida antes de girarse y marcharse de la cocina.
Solamente la sigo porque ver su culo subiendo la escalera es una de las visiones más apetecibles que he visto en mi puta vida.
Entra a la habitación y se acerca a la cuna y coge a la hija de Kate en brazos.
–Ya, preciosa, ya estoy aquí –le susurra–. Espérame en el baño –ordena sin siquiera dedicarme una mirada.
Pero quién mierda se cree que es.
Quisiera decirle un par de cosas, pero me detengo al ver lo mucho que ha cambiado la habitación, ahora entiendo los gastos extras de la tarjeta de crédito. En el baño hay muchas cosas nuevas, incluso una pequeña bañera rosada de plástico y docenas de paquetes de pañales sin abrir.
Me siento al borde de la bañera de mármol y reviso la herida. La maldita cuchilla estaba oxidada, tardará en sanar.
La niñera entra al baño sin dedicarme una sola mirada y se inclina para alcanzar un botiquín.
Tiene un cuerpo de infarto. Punto para mi padre. El idiota conoce mi gusto en mujeres y se buscó a la más apetecible para tentarme.
Su cuerpo es menudo, pero demasiado bien proporcionado. Cintura estrecha, pechos y culo del tamaño perfecto. Lindo cabello y bello rostro. El puto paquete completo.
Se acerca a mí con las manos con guantes y comienza a tocar mi herida.
–Está infectada.
–Lo sé –respondo.
Saca alcohol en spray y lo lanza contra mi herida con una sonrisa maliciosa en su bello rostro.
–¿Duele? –pregunta inocentemente.
–Estoy acostumbrado al dolor –respondo sin dejar de mirar sus gestos y la diversión en sus ojos.
–Necesitas sutura.
–¿Sabes hacerlo? –pregunto con desconfianza por la malicia en su mirada.
–Claro, siempre curaba a papá cuando llegaba lastimado.
–¿Tu papá trabaja para la Camorra?
–Trabajaba –responde mientras prepara los instrumentos para coser la herida–. Murió hace siete años.
–¿Haciendo su trabajo o por exceso de drogas o alcohol?
–Haciendo su puto trabajo –dice y clava con fuerza la aguja en mi piel–. Papá era un buen hombre, un buen soldado, y un excelente padre. Lástima que no se pueda decir lo mismo de otras personas.
Maldita cría.
–¿Y quién era ese excelente hombre? –pregunto con burla.
–Leonardo Palermo.
Leonardo. Mi maestro. Quién me enseñó todo.
–¿Eres la hija de Leonardo Palermo?
–Sí, genio –responde y vuelve a clavar la aguja con fuerza.
–Él me enseñó todo lo que sé. Fue quién me enseñó a usar armas y a pelear.
–Sí, papá siempre decía que tenía que enseñarle a los que tenían problemas cognitivos, me imagino que eres uno de los niños especiales.
La cojo del cuello, furioso, pero soy interrumpido por mi amigo.
–Quería saber cómo habías llegado, pero veo que estás estupendamente –dice con una enorme sonrisa mientras sus ojos codiciosos recorren el cuerpo de la niñera.
Yo y mi puta suerte.