Santiago es el director ejecutivo de su propia empresa. Un ceo frío y calculador.
Alva es una joven que siempre ha tenido todo en la vida, el amor de sus padre, estatus y riquezas es a lo que Santiago considera hija de papi.
Que ocurrirá cuando las circunstancias los llevan a casarse por un contrato de dos años,por azares del destino se ven en un enredo de odio, amor, y obsesión. Dos personas totalmente distintas unidos por un mismo fin.
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La primera conversación.
***NARRADO POR SANTIAGO***
Miro a Paola entrar, y a mi hermano susurrar algo que no alcanzo a escuchar.
Observo a la mujer que está a mi lado, que no pierde de vista a Paola, quien, al verme, camina hacia nuestra mesa.
—Hola, querido —me dice, quitándose el chal y mostrando el escote del vestido; siempre ha sido así, con un aire coqueto.
—Hola, ex cuñada —le responde Jacobo, y se me había olvidado que sigue aquí.
—Ella es Alva, mi cuñada oficial. Bueno, tú nunca lo fuiste, así que está de más que te explique.
—Jacobo, tan gracioso. Ya me había olvidado de ti. Y sí, a ella la vi en una revista. ¿Puedo sentarme con ustedes?
—No, busca otra mesa —le dice Jacobo, y le señalo una silla al lado de él.
—Me voy mejor; no sea que piensen que me gustan las mujeres vulgares —dice molesto, y sonrío al verlo caminar hacia la mesa de sus padres, que solo nos observan de lejos.
Alva se levanta y alcanzo a sujetarla del brazo.
—¿A dónde vas?
—Lo dejo con su amiga para que puedan hablar con confianza —me dice, y me causa gracia la seriedad con la que intenta mostrarse.
—No tienes por qué irte, Alva, quédate —le dice Paola, y solo la observo. No sé por qué, pero de un momento a otro surge en mí la duda de hasta dónde seguirá manteniendo esa actitud.
Ella se tensa con mi agarre, y eso tiene el mismo impacto en mí, que me hace soltarla.
—Si me disculpan —dice, y la observo caminar hacia la mesa de postres.
—¿A qué juegas esta vez? —me dice Paola, agarrando una copa.
—No es de tu incumbencia.
—Siempre tan directo, eso me prende, ya sabes cómo.
Siento su pie acariciando mi pierna por debajo de la mesa.
—¿Por qué no nos perdemos? No creo que nadie lo note —me dice con una sonrisa coqueta.
—Ahorita no estoy para juegos.
—No quiero jugar, te extraño.
—Hoy no.
Me levanto de la mesa y camino, mirando hacia todos lados. Cuando no veo a Alva, la busco y no aparece.
—¿Buscas a tu esposa? —me dice Mauricio.
—Sí.
—Está en el pasillo con René.
Me lo dice y no termino de escuchar, pues camino rápido hacia el pasillo, hasta que la escucho reír.
—Te digo, Alva, si un día vas a ese lugar, te recomiendo visitar el museo.
—Mis padres están ahí, de hecho, yo los alcanzaré más tarde. Gracias por el consejo, será el primer lugar que visitaré —escucho decir a Alva, y no sé por qué me incomoda. Llego hacia ellos y me miran como si los acabara de descubrir haciendo algo.
—Me caes bien, Alva. Espero volver a verte para que me alegres con tu compañía —dice René, pasando a mi lado, y Alva se pasa las manos por el vestido.
—¿Qué hacías a solas con él?
—Solo nos encontramos.
—Si no es uno, es otro. En todas las fiestas me harás quedar como un imbécil.
—Lo tuyo con Paola se volvió a repetir igual.
—Así que te estás vengando.
—No es eso —me dice, mirando hacia atrás de mí. Volteo y veo a quienes menos quería ver.
—Hola, Alva, Santiago. Fui al baño y los vi, solo quería saludarlos —comenta quien dice ser mi madre. Yo la ignoro y Alva le medio sonríe. Caminamos a nuestra mesa y Paola ya no está.
—Miren lo que conseguí —nos dice Jacobo, dejando una botella sobre la mesa.
—Yo no tomo.
—Si quieres, llámale a tu padre para pedirle permiso —le dice Jacobo y ella le acerca un vaso para que le sirva. Sirve tres vasos y los tomamos de un golpe, pero ella apenas lo prueba.
—Cuñada, si se calienta, se pone peor.
—No tengo prisas, tengo que viajar —dice ella mirando su vaso. Se nota que es su primera vez, pues sus mejillas están rojas y su expresión ha cambiado.
—Alva, ¿qué carrera estudias?
—Licenciatura en medicina, pero para ser más precisa quiero el área de pediatría.
—¿Te gustan los niños?
—Los amo, y por eso quiero estudiar para ayudarlos. Pondré un consultorio para niños de bajos recursos.
—Clásico, las hijas de los riquillos —le dice Jacobo, y ella deja el vaso sobre la mesa, viéndolo mal.
—Tú igual eres un hijo de riquillos y no te veo ayudando.
Le dice ella, y Jacobo escupe lo que tiene en la boca.
—Ya veo que el alcohol te sienta la lengua, cuñada, y eso díselo a mi jefe, que yo solo recibo el pago y él manda.
He notado que no me mira a mí, solo a Jacobo, y es como si se detuviera cada vez que está a punto de hacerlo.
—Bueno, querida cuñada, te informo que Santiago tiene un fondo para niños sin hogar.
—Sé que el dinero que recauda de las subastas se va a ese fondo —completa ella, dejando sin palabras a Jacobo y a mí, sorprendido de que lo sepa.
—Ya estás viendo los bienes que me quitarás cuando nos… ¿divorciemos? —le digo y ella se toma todo lo que tiene en su vaso.
—No necesito nada de ti.
—¡Claro! Todo lo tienes con tu papi.
—Wow, wow, ¿cómo pasamos a ese tema? —dice Jacobo, ya tomado, sirviéndonos más.
—¿Saben qué es lo que yo me imagino? A mis sobrinos corriendo de aquí para allá y Alva detrás de ellos, mientras Santiago solo los mira con su cara de amargado —comenta Jacobo, y no dejo de insistir que solo habla puras estupideces.