Los Hermanos Casasola

Emiliano le había dado un ultimátum a M&D Corporation, bueno, a Katherine, para que probara que podía ser una buena socia para Global Holdings. No era solo un proyecto, era una prueba de fuego, una carrera a reloj que cambiaría su futuro en los negocios… y chance también con Emiliano.

A pesar de llegar siempre tarde, Katherine daba resultados. Cada tres meses, los números eran mejores de lo esperado. Su equipo era una máquina y sus campañas pegaban fuerte en los medios, algo que Emiliano casi no veía.

—Llega tarde, pero siempre trae buenos resultados —dijo Augusto Jr. en una junta, sin saber que Emiliano ya lo había notado.

Lo que Emiliano no decía era que le molestaba no poder entenderla.

Katherine podía entrar sonriendo tranquilamente, hablar de negocios como si nada y desaparecer por días. No contestaba mensajes ni llamadas. A veces llegaba sin avisar a las oficinas, otras mandaba a alguien, y cuando volvía, volvía con todo resuelto.

—Es una Villanueva, ellos hacen las cosas a su manera —le dijo su padre, sin siquiera mirar el periódico.

—No es profesional —rezongó Emiliano.

Pero por dentro, empezaba a dudar. Katherine no era como las chicas ricas que él conocía. Sí, usaba ropa cara, tenía autos lujosos y hablaba de arte como si nada.

Pero también la había visto trabajar hasta tarde, defender a su equipo a capa y espada, y quedarse sola revisando detalles que nadie más notaba.

Una noche, casi al final del primer trimestre, Emiliano fue a M&D Corporation a revisar la campaña. Ella no estaba en su oficina. Su asistente le dijo que estaba en el estudio de grabación. Ahí la vio sentada en el piso, con una libreta y una tablet, dirigiendo la edición de un comercial.

—Ese corte no. Tres fotogramas atrás… ahí. Ahora que el texto entre más lento, quiero que emocione más. Esto va en horario familiar —dijo, sin darse cuenta de que Emiliano la veía desde la puerta.

Cuando terminó, lo vio.

—¿Cuánto llevas ahí?

—Lo suficiente para saber que no solo eres una cara bonita que llega tarde a las juntas.

Ella sonrió, entre orgullosa y cansada.

—Lo sé. Pero seguro pensaste que era una niña consentida jugando a ser empresaria en el negocio de papá.

—Lo pensé —aceptó él—. Pero empiezo a creer que eres más que eso.

—No me importa lo que pienses o entiendas, Emiliano. Me importa que cumplamos el objetivo. Aunque… —se levantó, sacudiéndose el pantalón— admito que me gusta que empieces a ver un poco más.

—¿Siempre trabajas así?

—Cuando algo me importa, sí.

Ese cuando algo me importa le dio vueltas en la cabeza por días.

Pero en secreto, Emiliano se preguntaba: ¿Por qué Katherine Villanueva, con todo a su favor, se había esforzado tanto para que esta sociedad funcionara?

Y ahí recordó algo que ella había dicho casi jugando: Tengo algo que demostrar, pero no es a ti.

Eso fue antes de mirar por la ventana con una tristeza que no iba con su sonrisa engreída.

Katherine trabajó sin parar. Tenía ojeras, el pelo amarrado como pudo y tazas de café vacías por todos lados. Pero sus ojos brillaban con ganas. No iba a fallar.

Tenía bocetos, guiones y estrategias para redes sociales diseñadas para atraer a todo el mundo: desde inversionistas serios hasta jóvenes buscando una marca con valores e imagen moderna.

—Tenemos que emocionar, no solo impresionar —dijo Katherine a su equipo—. Global Holdings no se convence con palabras huecas. Buscan algo real.

Su equipo asintió, contagiado por su entusiasmo.

—¿Y si usamos historias de verdad? —propuso Alan, su editor—. Testimonios de mujeres que crecieron inspiradas por M&D Corporation.

—¡Eso es! —dijo Katherine, sonriendo—. Y en cada comercial quiero una frase que diga lo importante. Que lo hacemos por amor, pero también con cabeza. No solo es vender, es conectar.

Horas después, su celular vibró. Era un mensaje de Emiliano.

Mañana a las nueve. Presenta tu propuesta en la sala de juntas. Quiero verla personalmente.

Katherine tragó saliva. Era el momento.

A la mañana siguiente, llegó a Global Holdings a las 9:35 con una carpeta negra y un USB. Iba vestida sencilla pero bien: un traje azul marino con una blusa blanca de seda. Entró segura por el edificio, notando todas las miradas.

En la sala de juntas todos la esperaban. Emiliano, impecable como siempre, estaba al fondo revisando documentos. Vio su reloj. No levantó la vista hasta que sus ojos se encontraron, y por un segundo, todo se detuvo.

—Señor Casasola, señores —saludó ella con profesionalidad, aunque nerviosa.

—Katherine —dijo él sin formalidades—. Llegas tarde, adelante. Sorpréndenos.

Ella conectó el USB, respiró hondo y empezó su presentación. Mostró imágenes, datos, audios y, al final, el comercial principal: una joven maquillándose frente al espejo mientras su hija la mira. La voz decía:

Porque tu fuerza no necesita permiso. Porque tu belleza no se mide por estándares. Porque ser mujer es tu poder.

Emiliano no quitó la vista ni un segundo. Observaba cada movimiento de Katherine, cada palabra. Cuando ella terminó, la sala quedó en silencio.

—¿Y bien? —preguntó ella, tratando de mantener la calma.

Todos callaban, Augusto y Martín sonrieron cómplices. Emiliano se levantó y caminó hacia la ventana.

—No es lo que esperaba.

El corazón de Katherine se hundió. Había dado todo, ¿no era suficiente?

—Es mejor de lo que imaginé —añadió él, volteando a verla—. Felicidades, tienes el contrato.

Katherine parpadeó, sorprendida.

—¿En serio?

—¿Alguna vez he bromeado contigo?

Ella soltó una risa nerviosa y negó con la cabeza.

Por fin firmaron el contrato. La sociedad era oficial. La alianza entre Global Holdings y M&D Corporation era un hecho. Hubo aplausos y brindis por todo lo alto.

—Gracias, no se arrepentirá.

—Eso espero —respondió él, caminando hacia la puerta, pero se detuvo—. Por cierto, esta noche hay una cena con posibles inversionistas. Me gustaría que vinieras conmigo.

—¿Como representante de M&D Corporation?

—Como tú —dijo él y se fue.

Esa noche, mientras se arreglaba, Katherine se vio al espejo con otros ojos. No era la misma que lo tuvo todo y se derrumbó. Ahora era más fuerte, más segura. Los medios no tardaron en hablar de la dupla del año.

En la cena, él la presentó con orgullo. Ella hablaba con facilidad, era inteligente y encantaba a todos. Al terminar, él la acompañó a su coche. La noche era fresca y las luces de la ciudad brillaban en sus ojos.

—Gracias por confiar en mí —dijo ella.

—No fue confianza —respondió Emiliano—. Fue certeza.

Se despidieron con un apretón de manos, tal vez ocultando sentimientos, pero con un corazón cerrado y una llave perdida... Una llave que chance podría abrirlo.

Esa noche, Emiliano volvió a revisar la carpeta con información que su equipo le había preparado sobre ella y M&D Corporation. No confiaba en nadie fácilmente. Pero lo que encontró lo sorprendió: notas sobre una adolescencia rebelde, viajes al extranjero por decisión de su padre, rumores de que su madre los había dejado cuando tenía trece años y un expediente de psiquiatría que alguien había intentado borrar hace un año.

Cerró la carpeta preocupado y con respeto. Había mucho más detrás de esos tacones y esa actitud relajada.

Y estaba decidido a saberlo todo.