¿Morir por amor? Miranda quiere salvar la vida de Emilio, su mejor amigo. Pero un enemigo del pasado reaparece para hacerla sufrir por completo. ¿Cómo debe ser la vida cuando estás a punto de perderlo todo? ¿Por qué a veces las cosas no son como uno desea? ¿Puede haber amor en tiempos de angustia? Miranda deberá elegir entre salvar a Emilio o salvarse a ella. INEFABLE es el libro tres de la historia titulada ¡Pídeme que te olvide!
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EN DEUDA CONTIGO
*Miranda*
Entré a mi habitación. Estar de vuelta en este lugar me hizo sentir un poco nostálgica. La pared llena de hojas de papel impreso y esos garabatos de arte lineal, me acordé de Fernando. De aquella vez que lo traje a conocer la ciudad aquel fin de semana. ¿Dónde estaba él en este mismo momento? Lo había dejado en mi casa, allá en San Francisco. ¡Le encargué mucho la granja y a los muchachos!
¿Cuánto había cambiado mi vida desde la última vez que vine a esta casa? ¡Recordé la vez que tuve que huir de aquí! ¿Por qué regresar?
Pase al sanitario, orine un poco, acicale mi rostro y quise estar en fachas el resto del día. Me quito la ropa, camino hasta el clóset en ropa interior y abro las puertas. Me pongo un pantalón de algodón gris y una playera holgada blanca. Aunque me sentía algo cansada, preferí solo lavarme la cara, el agua fría ahuyento el sueño y así podría aparentar que seguía estando en guardia.
Escuché que mi celular empezó a sonar con el tono de llamada.
—Acabo de terminar la reunión. ¿Sigues en el hospital?
—No. Hace como veinte minutos que regresamos a casa. Dieron de alta a Emilio y ya estamos de vuelta.
—¡Orales! Eso fue muy rápido. ¿Cómo está él?
—Está muy tranquilo. Yo supongo que se siente feliz de ya no estar en el hospital —sonreí—. Es muy aburrido estar limitado a una cama. ¡Él no lo soporta!
—Creo que nadie puede desear permanecer mucho tiempo en una cama de hospital.
—¡Ya sé! Eso sería algo que no le deseo a nadie. No me gusta ver la tristeza de Emilio.
Hubo un breve silencio entre nosotros.
—¿Ya comieron?
—Sí. Les compré cemitas. Emilio tenía antojo y decidí invitar al nuevo chofer a que se quedara a comer.
—¿De verdad invitaste al nuevo empleado a tu casa?
—Sí.
—¿Es bueno en su trabajo?
—Todo indica que sí. Aunque estaba un poco nervioso al principio, pero lo he convencido de que estamos en confianza y al final accedió a venir. ¡Ya sabe que soy su jefa!
Me pareció escuchar una risita por parte de Édgar.
—Cuando le hicieron la entrevista de trabajo, dijo que era su primer empleo y que necesita el dinero.
—Qué bueno que lo contrataste. Alex parece ser un buen chico. Respetuoso y algo tímido.
Comencé a caminar por mi habitación, me acerqué para poder abrir la ventana.
—Y bueno, ya que les compraste comida a ellos, ¿compraste también para mí?
En la cubierta de mi escritorio hay un sobre de carta de color blanco. Eso era extraño.
—Te compré dos. ¿Ya vienes para la casa?
—Estoy afuera, terminando de estacionar el auto.
Me sorprendió demasiado, fue muy inesperado que dijera eso.
—Pues entonces apúrate, ya te preparé el lugar en la mesa.
—¿Me estás esperando para comer?
Me reí.
—No soy tan cursi como para estar esperándote.
—Eso lo sé. Pero podrías intentarlo.
—¡Nel! Tú sabes que eso del romance ya no se me da bien.
Escuché que cerraba una puerta, seguramente acababa de entrar. Con mis dedos, acaricie suavemente la carta envuelta en su sobre.
—¿Dónde estás? Solo veo a Emilio y a Alex.
—En mi habitación. Necesitaba cambiarme.
—Está bien. ¡Te espero para comer! Aquí los chamacos ya están comiendo.
Todo comenzaba a tornarse sospechoso. ¿Por qué había una carta en mi escritorio?
—No me esperes. No bajaré enseguida.
Mi curiosidad estaba puesta en la posible carta anónima sobre mi escritorio. ¿Cómo había llegado hasta aquí?
—Bueno. ¿Todo está bien?
—Sí. Todo está...
Ni siquiera pude terminar de hablarle. Se apagó mi teléfono, la batería se agotó por completo. Conecte el móvil a cargar y me tumbe en mi cama con la carta entre las manos. Sentí un dolor leve en el cuello, lo más probable es que fuera el resultado de mi estrés y mis ganas de solucionar esto. ¿Solucionar? ¿Que estaba mal conmigo? ¿Por qué parecía que siempre estaba rodeada de líos?
Abrí la carta, desdoblé la hoja y una pequeña fotografía con el rostro de mi madre, de Sandra, me hizo temblar un poco. ¿Qué era todo esto? ¿De dónde había salido esta carta? El remitente me causo escalofríos.
¡Él había vuelto!
...Querida Miranda:...
...¡Espero que estés bien! La neta es que yo he estado mucho mejor después de lo que hiciste ese día en la graduación. ¡Ya sé que estoy loco! Pero tú también lo estás. Estás loca, dañada y bien lastimada. ¡Y me las vas a pagar!...
...Lo más probable es que me odies o me guardes mucho rencor. ¡Lo siento si sueno muy arrogante! No me voy a disculpar por lo que hice o por cómo te traté. Solo quise escribir esto para decirte que prometo arruinar tu vida, así como tú me arruinaste mi futuro. ¡Ahora nadie quiere creer en mí a causa de lo que pasó ese día en la graduación! ...
...¿Qué hice yo para merecer esto, si la culpa siempre fue tuya? Tú misma me obligaste a querer tocarte de forma profunda, quise tenerte y aún hay días en los que pienso en ese deseo de poder acostarme contigo. ¿Es culpa mía el sentir esto? ¡Claro que no! Todo es culpa tuya. Tu maldita belleza y timidez flecharon a mi corazón. Así que la culpa te corresponde, tal vez si hubieses sido hombre, las cosas serían diferentes. ¡Yo no tengo la culpa de que hayas nacido como mujer! ...
...Si el tiempo se pudiera regresar, ¿habrías aceptado estar conmigo? ¡Qué lástima que el tiempo no regresa y el pasado no se borra! Y te lo digo de forma directa y cruda: pienso hacerte pagar por haberme arruinado. ¡Disfrutaré todo el proceso! ...
...Te veré pronto. ¡Cuídate mucho!...
...Atentamente Aldo....
Al final de la carta había algo pegado al papel. Arranque la fotografía, era una postal que había publicado en mi catálogo muchos meses atrás. Un cielo lleno de nubes con sombras profundas de color azul. En la parte trasera tenía escrita dos preguntas interesantes: ¿De quién es la culpa? ¿Del deseo intenso al que me incita tu belleza o de esa inocencia que tu mirada destella?
Y entonces, intentando no querer estresarme más, yo misma me obligué a aparentar fortaleza.
¿Cómo era posible que Aldo tuviera una fotografía de Sandra? ¿Cuáles eran las verdaderas intenciones de este chamaco? ¿Debería quedarme callada? ¿Por qué es que todos mis malos recuerdos comenzaban a aparecer para querer hacerme miserable la vida? ¡Maldito pasado! No lo podía cambiar. ¿Y qué debía sentir ahora? ¿Miedo? ¿Más angustia?
De algo sí podía estar segura. Esto se iba a poner feo y no era el momento para volver a ser débil. ¡El pasado no me quería dejar olvidar! Aún no había terminado la guerra y esta batalla, debía ganarla yo.
*Emilio*
Miranda había decidido subir a su habitación en vez de acompañarnos a comer. Mi oportunidad de pasar más tiempo con ella se vio obstruida por sus ganas de querer descansar. Que, aunque ella no me lo había expresado aún, al instante yo podía percibir que algo estaba aplastando a su corazón. ¡Conocía a Miranda casi a la perfección!
—¿Y siempre soñaste con trabajar de chofer?
—Pues no, pero tenía que aprovechar la vacante. En estos momentos tengo algo de necesidad.
—Si te sirve de consuelo no eres el único con problemas. Lo bueno que ya encontraste empleo y te puedo asegurar algo. Tu jefa es bien chida.
Di un sorbo a mi agua de zarzamora, la neta que sí estaba bien buena.
—¿Conoces a Miranda desde hace...?
—Desde que éramos niños. La conozco de muchos años, por eso te puedo asegurar que tienes un buen empleo.
Alex sonrió. Mordí mi cemita, la carne enchilada estaba bien sabrosa.
—La verdad, no pensé que ella fuese mi jefa. Bueno, es que Édgar no me explico. Cuando me mando a recogerlos, solo me dijo que tenía que ir por una chica muy especial y su amigo. Di por sentado que tal vez ella sería su novia.
¿Su novia? ¡Ojalá no existiese esa posibilidad!
—Pues no, ellos no son novios.
—¿Y ustedes?
—Tampoco lo somos. No me estás prestando atención, te dije que somos amigos desde que éramos niños.
Escuche que la puerta de la entrada se abría. No pude evitar sentirme en estado de alerta, pero tampoco es que pudiera hacer mucho, todo por culpa del maldito yeso.
—Alex, ¿puedes ir a ver quién es? Parece que alguien quiere entrar.
¡Que fastidio cuando las cosas no te salen como tú más quieres que sucedan!
—¿Cómo estás, Emilio?
La neta no pensé que Édgar pudiera preguntar eso.
—Pues ando chido.
—¡Te ves chido! Miranda me dijo que ya te habían dado de alta. Qué bueno que ya estás de regreso.
¡Canijo! Si supiera que el dichoso regreso no era lo máximo.
—Sí, ella me dijo que preguntabas por mí casi todo el tiempo.
—Es lo menos que podía hacer. Después de todo, ella estaba muy preocupada por ti. Le preocupas mucho.
Alex ya había tomado asiento para continuar con su cemita. ¡Triste Édgar! Seguro que solo estaba tratando de quedar bien con mi amiga.
—¿Quieres acompañarnos? Hay cemitas en la bolsa, Miranda compro de más.
—Sí, eso me dijo. Acabe de hablar con ella luego que llegue. ¿Sabes si está bien?
—La neta se ve cansada y algo estresada. Pero ella dice que se siente bien —es lo único que puedo informarle.
—Yo también creo que algo le pasa. ¿Te ha dicho algo?
—No. ¿Y a ti?
—Solo me dijo que no bajaría a comer con nosotros —dijo Édgar.
¿Qué se supone que estaba ocultando Miranda? Es que ella es bien buena para quedarse las cosas y es toda una experta para aparentar que se siente chida. ¡Pero esta vez era diferente! Algo en su esencia no concordaba con las ojeras de mapache que se cargaba en el rostro.
¡Era obvio que algo andaba mal!