Esposa Abandonada

El viernes ha llegado. Eliot y Emilie se han marchado a Texas para ultimar detalles y comunicarle a sus familias que se quedarán en Londres. Miro mi maleta y me doy cuenta de que no tengo nada bonito ni llamativo que ponerme; todo lo que tengo es negro o gris, y sé que voy a desentonar por completo entre esas personas. ¡Dios! Qué difícil es esto; hace años que no me preocupo por verme atractiva.

Mi móvil suena, y veo que Klaus me ha enviado un mensaje.

—Ya estoy afuera, preciosa.

—Ya salgo, señor Bulgari.

Respondo rápidamente.

Dejo la maleta a un lado. Iré a Grecia y me dedicaré a comprar ropa nueva para renovar mi outfit. Me miro al espejo una última vez. Llevo unos vaqueros ajustados de color azul, una blusa blanca con botones de perlas y zapatos altos. Tomo mi chaqueta, la cartera, me pongo los lentes de sol y, antes de salir por la puerta principal, me aseguro de llevar mis tarjetas, mi pasaporte y todo lo importante.

Mis empleados me despiden deseándome suerte, y les encargo que estén pendientes de mis amigos cuando vuelva.

Klaus baja del vehículo con una sonrisa en los labios, y nota que no llevo equipaje.

—Te ves preciosa, Samantha. Pero, ¿y tu equipaje?

Me encojo de hombros y le doy un beso en la mejilla a modo de saludo.

—No preguntaré por las maletas. —Finge indignación, llevándose una mano al pecho— No puedo creer que el primer beso que me obsequias sea en la mejilla. Eres cruel, Samantha Moore.

Le sonrío mientras él abre la puerta del copiloto. Al subir, noto las tres camionetas que nos escoltarán hasta la pista donde espera su jet privado. Klaus cierra la puerta con cuidado y da la vuelta para subirse al auto.

—¿Sabes una cosa, Sam? Mi madre y mis hermanas siempre necesitan tres vehículos adicionales para su equipaje cada vez que salen de viaje, y tú solo llevas tu cartera y un par de lentes de sol. ¿Qué hay de malo en ti?

Arranca el auto, y yo lo miro sonriendo. El reflejo del sol acaricia su rostro, resaltando sus facciones. Su sonrisa juguetona le da un aire juvenil que resulta irresistible, haciéndome difícil apartar la mirada de la suya. Sí, este tipo es jodidamente atractivo.

—Pensaba ir de compras ya que no tengo nada que amerite la ocasión. Toda mi ropa es casual o ejecutiva. —Hago un pequeño gesto de vergüenza; es julio, y el clima puede ser impredecible—. ¿Me puedes llevar?

Él sonríe ampliamente sin perder de vista la carretera y asiente.

—Te compraré todo el centro comercial si lo deseas. Adoro ir de compras, y ya te imagino con un hermoso vestido blanco. De bodas, de fiesta, o un simple pedazo de tela holgada que marque tu bello cuerpo con el viento en las costas de Santorini. Así que sí, te llevaré.

—¿Bromeas, verdad? —Pregunto estupefacta, aunque el tono en su voz me dice que no está alardeando.

—Ok, el vestido de novia puede esperar un poquito más.

Sacudo la cabeza mientras suelta una pequeña carcajada.

—Yo pagaré mi propia ropa, gracias. Ahora dime, ¿qué debo saber de tu cultura y de tu familia para estar preparada? —Cambio de tema y él lo nota.

Miro a Klaus mientras me habla, su voz es cálida, suave, con un ligero tono de diversión que me hace sonreír sin darme cuenta. Sus palabras revolotean en mi mente, y la imagen de un vestido blanco ondeando al viento en Santorini se convierte en una fantasía tan nítida que casi puedo sentir la brisa marina en mi piel. Me cuesta procesar la idea de que alguien como él, tan sofisticado, me vea así, como parte de un futuro que no imaginé.

A medida que avanzamos por la carretera, me invade una mezcla de nervios y emoción. Klaus, con su carisma y esa seguridad arrolladora, me hace sentir especial de una manera que no había experimentado en mucho tiempo. Hay una parte de mí que quiere entregarse a esta aventura sin reservas, dejarse llevar por su propuesta, pero también hay una voz que me recuerda que debo mantener los pies en la tierra.

Cuando él menciona su familia, un leve nudo se forma en mi estómago. Sé que estoy entrando en su mundo, un universo diferente al mío, lleno de códigos y expectativas que desconozco. La responsabilidad de causar una buena impresión me pesa, pero su presencia a mi lado me da un extraño consuelo, como si, de alguna manera, todo fuera a estar bien.

Mientras seguimos en camino, una suave calma me envuelve, como si el simple hecho de estar en su compañía tuviera el poder de ahuyentar mis preocupaciones. Lo miro una vez más, observando cada detalle de su rostro bajo la luz del sol, y me doy cuenta de que, por ahora, estoy dispuesta a seguir adelante y ver hasta dónde nos lleva este viaje juntos.

—Bien, llegamos al final del primer recorrido y confieso, estoy un poquito más enamorado que ayer. —Detiene el auto y apaga el motor. —Apuesto que tú también, solo me estás haciendo sufrir para que te demuestre que soy digno de ti. Tu plan es más maligno que el mío al parecer.

Se baja y, como de costumbre, abre mi puerta y me ayuda a bajar.

—¿Qué dices, Klaus? —Poco a poco me voy acostumbrando a la personalidad de este hombre. —Yo no tengo ningún plan, solo me estoy dejando llevar. ¿No era esto lo que querías?

—¿De verdad te estás dejando llevar? ¿Desde cuándo lo haces? —Me acerca a su cuerpo con un rápido movimiento, sin ser brusco, y acomoda un mechón de mi cabello detrás de mi oreja. —Dime, preciosa. ¿Me estás dando una oportunidad de conocerte?

Respiro hondo, me lleno de coraje y valor, y digo mirando sus hermosos ojos negros:

—Tal vez. ¿Abordamos?

—Un "tal vez" no es un rotundo "no". —No te arrepentirás de hacer este pequeño viaje conmigo.

Klaus no me deja apartarme; sus ojos parecen escudriñar en mi alma, ofreciéndome una sensación de seguridad inesperada. Con suavidad, me toma de la mano y me guía hacia el jet privado. Al abordar, noto la lujosa cabina que nos rodea, pero lo que más me impresiona es la calma que emana de Klaus. A pesar de que no es un viaje de placer, hay una extraña tranquilidad en el ambiente.

Durante el vuelo, hablamos de todo un poco: nuestros gustos, nuestras experiencias, incluso de nuestras expectativas sobre el viaje. —Aunque no es precisamente una escapada romántica, bueno en realidad lo es. — Klaus parece determinado a hacer que me sienta cómoda. Sus comentarios sobre lo que espera de nuestra visita a Santorini son medidos, pero puedo sentir que hay algo más que lo preocupa, algo que no dice en voz alta.

El tiempo en el aire pasa rápido, y pronto comenzamos el descenso hacia Atenas. A pesar de lo que nos espera, no puedo evitar sentir una emoción latente al ver el mar Egeo extendiéndose debajo de nosotros. El breve vuelo desde Atenas a Santorini me permite admirar el paisaje, pero mi mente está ocupada pensando en lo que nos espera en la isla.

Aterrizamos en Santorini bajo un sol brillante. La isla es tan hermosa como la imaginé, con sus icónicas casas blancas y techos azules, pero no puedo dejar de sentir una ligera tensión en el aire. Klaus mantiene su mano en la mía mientras caminamos hacia el coche que nos espera.

—Estoy nerviosa, Klaus. ¿Qué tal si no les agrado? Acepté la invitación para no ser descortés con tu madre, pero me aterra no gustarles —comento, intentando aliviar la tensión con un tono ligero, mientras los nervios me hacen sudar las manos.

Klaus me mira de reojo, y aunque asiente lentamente, me reconforta su sonrisa.

—Mi madre no suele invitar a nadie a nuestra casa en Santorini a menos que tenga algo importante que decir. Está deseando conocer a la única mujer de la que le he hablado —su tono es tranquilo y alegre—. Pero quiero que sepas que, pase lo que pase, estoy aquí contigo. Les vas a gustar tanto como me gustas a mí, y si por algún motivo no les agradaras, me importaría poco no estar de acuerdo con mi madre. Mis hermanas te volverán loca, pero te amarán. No somos una familia que incomoda a sus invitados.

El trayecto hasta la residencia familiar de Klaus es una mezcla de belleza y expectación. La carretera serpentea por la costa, ofreciéndonos vistas impresionantes del mar, pero mi mente sigue volviendo a la razón de nuestra visita. Finalmente, llegamos a una majestuosa villa encaramada en un acantilado, que domina el océano.

Al detenernos frente a la entrada principal, Klaus me sujeta suavemente por los hombros, mirándome directamente a los ojos.

—¿Estás lista para conocer a estas locas?

Asiento, sintiendo un nudo en el estómago, pero también una tranquilidad renovada. Este fin de semana no será fácil, pero estoy dispuesta a enfrentar lo que venga, con Klaus a mi lado.