Issabelle Mancini, heredera de una poderosa familia italiana, muere sola y traicionada por el hombre que amó. Pero el destino le da una segunda oportunidad: despierta en el pasado, justo después de su boda. Esta vez, no será la esposa sumisa y olvidada. Convertida en una estratega implacable, Issabelle se propone cambiar su historia, construir su propio imperio y vengar cada lágrima derramada. Sin embargo, mientras conquista el mundo que antes la aplastó, descubrirá que su mayor batalla no será contra su esposo… sino contra la mujer que una vez fue.
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CAPÍTULO 5. Un matrimonio roto.
Capítulo 5
Un matrimonio roto.
El murmullo de la gala regresó como un oleaje lejano. Invitados pasaban entre columnas, músicos recogían arcos y partituras, camareros retiraban copas vacías.
El mundo volvía a su ritmo. Pero Issabelle y Giordanno quedaron suspendidos en un instante fuera del tiempo.
Issabelle apoyó la espalda contra la pared, cruzó los brazos bajo el pecho y lo desafió con la mirada.
—Un baile —susurró con un atisbo de burla.
Giordanno inclinó la cabeza en señal de respeto y, con un gesto elegante, le ofreció el brazo. Issabelle lo tomó, notando el calor de su piel bajo el tejido frío de su vestido.
—Gracias por ayudarme... Supongo que los príncipes también existen fuera de los cuentos —susurró con gracia, sacándole una sonrisa al magnate italiano.
Él sonrió, y sus ojos brillaron con una promesa contenida. Por un momento, supo que era ella, la mujer con la que siempre quiso estar.
—A veces los cuentos los escribimos nosotros mismos.
Issabelle sintió un cosquilleo en el estómago. Aquel hombre, tan distinto a Enzo, la miraba como si descubriera una joya inesperada. Y ella, por primera vez desde que renació, se permitió sentir algo sin miedo. Por efímero que fuera.
A lo lejos, Enzo conversaba con el Conde Ferrara y algunos socios. De vez en cuando alzaba la vista hacia Issabelle, buscando recobrar el control de una situación que ya se le escapaba de las manos.
La vio tomar el brazo de Giordanno, caminar hacia la pista y girar con él como si fueran la pareja estelar del baile. Su mandíbula se apretó. Esa vieja llama que creía extinta reverberó con fuerza.
Eva, junto a él, notó el cambio en su expresión y sonrió con malicia.
Creyó ver confirmada su venganza definitiva: Issabelle atrapada en otro hechizo, olvidando su papel de esposa y Enzo dándose cuenta de que ella seguía siendo una mujer cualquiera.
El Conde Ferrara observó la situación y apretó ligeramente el brazo de Enzo con un susurro severo:
—Cuida bien lo que haces, muchacho. No dejes que un invitado te arrebate lo que es tuyo.
Enzo asintió con un hilo de rabia contenida. Sus ojos se cruzaron con los de Issabelle por un instante, y en aquella mirada hubo reproche, dolor y un atisbo de súplica.
Pero Issabelle ya no era la mujer que solía suplicar.
Giró el rostro hacia Giordanno y, al separar sus manos del brazo de él, sintió la certeza de que su vida había tomado un nuevo rumbo.
Cuando la música terminó, Giordanno acompañó a Issabelle hasta el umbral de la puerta que comunicaba con la galería de arte contigua. Allí se detuvieron.
—Esta noche ha sido… agradable —dijo él, haciendo una pausa casi dramática—. Me gustaría continuar esta conversación lejos de las miradas ajenas.
Issabelle lo miró fijamente, evaluando el riesgo. El pulso le retumbaba en las sienes.
—Mañana tengo compromisos con Ferrara y Rossi —respondió—. El día después, con la baronesa. No sé si tendré tiempo para… situaciones agradables.
Giordanno alzó una ceja, su expresión divertida, comprendió que aquello no era más que un rechazo educado.
—No pido horas, solo un momento. ¿Un café o una cena?
Issabelle sintió que el aire se hizo espeso, imposible de respirar.
—Gracias por su invitación —rechazó finalmente, de manera cordial—. Me temo que esta vez paso.
Él sonrió, era justo lo que esperaba.
Alzó la mano para rozar apenas sus dedos contra los de ella. Fue un roce eléctrico, breve, que encendió un fuego contenido.
—Entonces —comentó él —, hasta pronto. Señora Mancini.
Y se alejó con paso silencioso, perdiéndose entre las sombras del corredor.
Issabelle vio cómo su figura se desvanecía y sintió un vacío cálido en el pecho. Apoyó la mano en el marco de la puerta, cerró los ojos un instante y respiró hondo.
El dolor en la sien había desaparecido, reemplazado por un cosquilleo de esperanza.
Aquella noche, mientras los últimos invitados se despedían con elegancia y el hotel recuperaba su silencio, Issabelle permaneció en la antesala, contemplando su reflejo en un espejo de obsidiana. Vio a la mujer que murió hace unas horas y que renació para obtener su redención.
Esa que juró no volver a ser la víctima.
Vio a una reina dispuesta a reclamar su trono, en los negocios y en el amor.
En un momento, Enzo emergió de entre los últimos grupos de invitados como un depredador herido: los hombros tensos, el rostro encendido por la ira contenida.
Avanzó hasta Issabelle, que aun contemplaba su reflejo en el espejo, y la tomó del brazo con brusquedad.
—¿Qué ha sido todo eso? —su voz vibró con reproche—. ¿La torpeza con la copa, la charla interminable con Lombardi, ese baile…? ¿Desde cuándo te permites humillarme así delante de nuestros socios?
Issabelle giró con lentitud, como si despertara de un ensueño. Sus ojos grises se posaron en él sin rastro de duda o remordimiento.
Separó el brazo del agarre de su esposo con un movimiento suave, y apoyó una de sus manos en las caderas.
—No hay humillación, señor Milani —respondió con frialdad—. Simplemente estoy construyendo alianzas. Negocios, nada más. Giordanno Lombardi es un hombre influyente; conversar con él no es un capricho, es una estrategia. Y el baile… fue un gesto de cortesía. Recuerde que de esta alianza depende el futuro de nuestra empresa.
Enzo apretó los puños, incapaz de disimular el temblor de rabia. Sus ojos recorrieron el vestido blanco de Issabelle, la postura erguida, la mirada segura.
Por primera vez se preguntó con verdadero miedo: ¿en qué momento esa mujer dejó de necesitarlo?
—¿Estrategia? —escupió con desdén—. ¿Y yo qué soy en todo esto, un simple espectador? Creía que éramos marido y mujer… pero parece que me convertiste en un peón irrelevante.
Issabelle ladeó la cabeza, como estudiando un objeto curioso.
—Usted eligió no involucrarse —afirmó—. Sigue estando ausente día tras día y cuando me habla, lo hace solo para recordar que en su vida no he sido más que un contrato. Ahora recojo los frutos de mi esfuerzo. Si eso le molesta, no es mi problema.
Sin esperar réplica, dio media vuelta y caminó hacia el extremo opuesto de la galería. Cada paso resonó en el mármol, marcando la distancia creciente entre ellos. Enzo la siguió unos metros, luego se detuvo, jadeante, con la mandíbula apretada.
Mientras Issabelle se perdía tras una columna, él se quedó inmóvil bajo la luz vacilante de un candelabro.
El murmullo distante de los últimos invitados y el eco de sus propios latidos llenaron el silencio.
Enzo apretó los dientes y murmuró para sí:
—Veremos quién tiene la última palabra…
Y en ese instante supo que la partida apenas comenzaba.
Desde las sombras, Giordanno observaba la escena entre Issabelle y Enzo. Su sonrisa fue un secreto compartido con la noche: ya nada sería igual.
El matrimonio de Issabelle se quebraba en cada paso y él, estaba dispuesto a aprovechar las grietas.