El silencio puede ser ensordecedor, como dijo algún poeta cuyo nombre ya olvidé. La oscuridad puede ser más cruel que la luz. Y algunas prisiones no necesitan barrotes para ser imposibles de escapar.
Si decidiste abrir este libro, debes saber que estás a punto de cruzar una frontera peligrosa. Aquí, no hay garantía de finales felices, ni promesas de redención. Esta no es una historia de amor común. Es una historia de posesión, dolor y supervivencia.
Las páginas que siguen contienen temas intensos y perturbadores. Aquí nada está suavizado. Aquí nada es fácil de digerir…
Aquí, las cadenas no siempre son visibles…
Aquí, el deseo y el miedo caminan de la mano…
Aquí, nadie sale ileso.
Este libro no trata de cuentos de hadas. No hay héroes ni villanos evidentes. Solo hay supervivencia. Y la línea entre víctima y prisionero, entre pasión y miedo, entre amor y obsesión… es más delgada de lo que parece.
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Capítulo 5
Florida, EUA.
...~...
Vini dejó los recuerdos atrás. No quería acordarse de aquella maldita sonrisa, de toda aquella gentileza proveniente de aquel hombre que ahora lo mantenía cautivo y t0rtur4d0.
Algunos minutos más tarde, escuchó a alguien entrar en la habitación. Era una mujer muy elegante y muy parecida a aquel monstruo.
—No has comido nada —dijo ella, mirando el plato intacto—. Te voy a dar un consejo, muchacho, obedécele y vas a estar bien. Ahora, ¡come! Al menos las frutas.
Ella salió nuevamente de la habitación, llevando la bandeja intacta y dejando algunas frutas en la mesita. La cabeza de Vini daba vueltas, ¿cómo fue a parar a aquella pesadilla? Él solo quería ir a casa, abrazar a sus tíos, acostarse en su cama, quedarse escuchando el ruido de la ciudad y al otro día ir a la playa, surfear un poco o solo quedarse holgazaneando hasta salir para entregar currículum.
Era bueno trabajar en el puesto de los tíos, pero él quería y necesitaba ganar un poco más, al menos lo suficiente para pagar una facultad. Vini también quería irse de Río de Janeiro, estaba cansado de aquellas personas hipócritas y mezquinas; a él le gustaba conversar con los turistas que parecían ser mucho más sinceros… Vini no sabía explicar, apenas sentía que allí no era su lugar.
Sin embargo, ahora, preso en aquel cuarto lujoso, quién sabe en qué lugar de los Estados Unidos.
Él tomó una de las frutas, una manzana, y la comió. Pensó que sería bueno tener el mínimo de fuerza posible para responder cualquier ataque.
Vini quería llorar, pero no conseguía. No tenía lágrimas. Solo quería dormir y, con suerte, tal vez despertaría de aquella pesadilla terrible que parecía tan real.
Él dormía casi que profundamente, los cobertores tirados sobre su cuerpo hasta la cabeza, cuando, de repente, sintió manos fuertes agarrando sus brazos. En un instante, fue arrancado del colchón con brutalidad, el impacto del movimiento cortando el aire y lanzándolo al suelo sin ningún aviso. La violencia del acto lo despertó completamente, el corazón disparado, sin entender lo que había acontecido.
—¿No escuchaste lo que te dije? Ve ya a bañarte.
Aún aturdido, Vini miró el reloj en la pared y vio que eran las 20 horas. Para ser exacto, eran las 20 horas y 10 minutos.
—¡Vamos!
Stefan estaba irritado con la desobediencia del muchacho, entonces lo agarró por el brazo y lo arrastró hasta el baño.
—Tienes diez minutos para bañarte, pasar los aceites y aguardarme en la cama. No te pongas ropa o tu castigo va a ser peor.
Sin hablar más, Stefan salió del baño, pero regresó.
—Aún no has entendido tu situación, ¿no es así? —él se aproximó a Vini y sujetó su mentón obligándolo a mirar a sus ojos—. Tú eres mío y yo voy a usarte como me plazca. Cuanto más obediente seas, mejor va a ser. Caso contrario, habrá consecuencias.
Antes de salir nuevamente del baño, Stefan fue tomado por sorpresa por Vini que avanzó sobre el hombre con el soporte para productos de higiene que era todo de metal con detalles en plata y oro.
Stefan al ser alcanzado, perdió el equilibrio momentáneamente, pero cuando se estabilizó, estaba más enfurecido que nunca. Arrastró a Vini por los cabellos hasta el cuarto, tomó el cinturón que había quitado pocos minutos atrás y asestó algunos golpes contra Vini que apenas se encogió, cuando vio que no conseguiría resistir más.
Sin decir nada, Stefan forzó a Vini a acostarse boca abajo en la cama, prendiendo sus pulsos con esposas en el centro de la cabecera de la cama y lo s0d0m1z0 de forma intensa. Cuando terminó el acto, Stefan soltó las manos de Vini y salió del cuarto sin decir nada.
Vini permaneció acostado por lo que pareció horas, hasta que se arrastró hasta el baño y se bañó. Así que el agua lo tocó, cada hematoma y cada excoriación ardió.
Vencido por el agotamiento, se adormeció, encogido en un rincón, abrazando las rodillas.
Vini despertó sobresaltado al sentir a alguien tocando su hombro. Se frotó los ojos y, al voltearse, vio a una mujer. Pero no era la misma del día anterior.
—Querido, ven a comer un poco —dijo ella con un fuerte acento, denunciando que había aprendido portugués recientemente.
Ella aparentaba tener cerca de cuarenta años y permaneció a su lado hasta que él terminase la comida que había preparado.
—¿Dónde estamos? —él preguntó, aún intentando procesar la situación.
La mujer posó los cubiertos en la mesa y respondió con naturalidad:
—¿El señor Höllenfeuer no te dijo? Estamos en Florida, Estados Unidos.
Vini frunció el ceño.
—¿Señor quién?
—Höllenfeuer. Stefan Höllenfeuer.
Él respiró hondo, intentando memorizar aquel nombre.
—¿Y cómo se llama la señora?
—No es necesario que me llames señora, querido. Mi nombre es Magda.
—El mío es Vini. ¿Cómo hago para salir de aquí?
El silencio de Magda fue inmediato. Ella dudó, como si escogiese sus palabras con cuidado.
—Lo lamento, pero… no hay cómo salir de aquí.
El corazón de Vini se aceleró.
—Eso no es posible… ¡tiene que haber una manera!
Magda sujetó sus manos con delicadeza.
—Infelizmente, no la hay. Lo siento mucho.
La mente de él hervía. Él necesitaba ayuda.
—Mis tíos… necesito hablar con ellos…
La expresión de Magda cambió sutilmente, y Vini lo percibió.
—¿Qué pasó?
Ella desvió la mirada, bajando la cabeza.
—Difícilmente tus tíos o cualquier otra persona vaya a ayudarte…
—¿Cómo así?
Ella respiró hondo antes de responder, como si las palabras pesasen en su boca.
—Si ellos no aceptaron dinero para dejar a los Höllenfeuer en paz… entonces, ya están muertos.
El choque fue inmediato. El aire pareció faltar. ¿Cómo así? ¿Sus tíos lo habían vendido? ¿O estaban muertos? ¿Cuál de las hipótesis era peor?
Magda se levantó y caminó hasta la puerta.
—¿Puedo salir de aquí?
—Me temo que no. Apenas con órdenes expresas del señor Höllenfeuer.
Vini asintió, sintiendo el desespero crecer. ¿Qué más podría hacer?
—¿Magda?
Ella paró con la mano en el picaporte y lo miró.
—¿Sí?
—Gracias por haber hecho la curación en mi brazo ayer.
Aun estando en el infierno, al menos debería mantener la educación. Pero la respuesta de ella lo tomó por sorpresa.
Magda sonrió de manera casi avergonzada.
—No fui yo. Fue la señora Höllenfeuer, madre del señor Stefan.
Diciendo eso, abrió la puerta y salió.
Vini quedó boquiabierto. Entonces, ¿la mujer del día anterior era la madre de aquel monstruo?
Un escalofrío recorrió su espina dorsal al acordarse de ella.
Él pasó horas intentando encontrar una salida de aquella prisión, pero luego percibió que era inútil. Y, si consiguiese escapar, ¿qué haría? ¿Para dónde iría?
Con un suspiro resignado, él se recostó en la pared. El peso del destino parecía acomodarse sobre sus hombros.
Y tal vez él estuviese comenzando a aceptarlo. Al menos por ahora.