El Desafio Del Alfa

Luna de sangre.

Pasaron dos años desde aquel día. Dos años desde que el alfa de la manada Luna Negra me rechazó y me humilló. Dos años desde que huí de la ciudad y me refugié en el corazón del bosque bajo el cuidado y protección de mi tío Aston, el rey de los vampiros.

Mi vida había cambiado, pero no de la forma en la que había esperado. Terminé mi carrera universitaria, pero no ejercí mi título como profesora de Historia. Mi tío no me dejó espacio para pensar en cosas que deberían ser irrelevantes. Había mucho que hacer en el reino, y él me involucró en todos los asuntos posibles. Me convertí en su mano derecha, ocupando mi mente y mis días con tareas que no me dejaban tiempo para recordar el dolor del pasado. Sin embargo, había algo que nunca podría llenar ese vacío: la falta de Amber, mi mejor amiga.

La extrañaba muchísimo. Durante los primeros meses, me limité a observar el mundo humano desde la distancia al igual que su manada y a través de las cartas que le enviaba a Amber por medio de cuervos. Había enviado el primer mensaje siete meses después de mi huida, asegurándole que estaba bien, aunque no le revelé toda la verdad sobre mi verdadera naturaleza. No le conté que había dejado de ser humana ni que mi loba Lina se había retirado, entrando en un sueño profundo del que no parecía despertar. Solo le expliqué lo que había sucedido con el alfa, pero con la esperanza de que el tiempo la sanara tanto a ella como a mí.

Las respuestas llegaron con la misma rapidez, una y otra vez. Cada vez que el cuervo regresaba al alfeizar de mi ventana, encontraba un nuevo mensaje.

"Te extraño, quiero verte."

"El alfa te está buscando por todos lados."

"Vuelve, está arrepentido, pero está bien que pague por tu ausencia, castígalo solo un poco más."

"Ya te demoraste demasiado."

"Voy a tener a mi primer cachorro."

Leí esas palabras con una mezcla de sentimientos. Estaba feliz por ella, por todo lo que había logrado, pero también me dolía profundamente. Sabía que en algún momento tendría que enfrentarme a mis propios sentimientos. Regresar al mundo de los humanos parecía una opción, pero no lo era. Ya no podía regresar. Como vampiro, la luz del sol era una condena, y con ella, mis posibilidades de acercarme a Amber en su propio terreno se desvanecían. El bosque era mi hogar ahora, y la distancia entre nosotros, entre mis dos mundos, era más grande que nunca.

Mi loba, Lina, ya no estaba. Desde el día del rechazo, ella se había retirado, sumida en un sueño profundo para poder soportar el dolor que Logan le había hecho. Ya no sentía su presencia a mi lado, ya no había esa conexión instintiva que alguna vez compartimos. Shayde, mi demonio, estaba al mando ahora. Ella dominaba mi mente y mi corazón, y mi cuerpo, aunque no me lo admitiera en voz alta, me sentía más conectada a ella que nunca.

Shayde, aunque menos afectuosa que Lina, era fuerte. Me ayudaba a mantenerme centrada cuando el dolor de la soledad se apoderaba de mí. Había días en que me sentía vacía, como si todo lo que había perdido me persiguiera sin descanso. Mi única compañía era la presencia de mi tío, pero, aunque su amor y su protección me daban seguridad, había una parte de mí que seguía anhelando lo que había dejado atrás.

La vida en el reino de los vampiros se volvía cada vez más absorbente. Los pasillos del castillo, la quietud del bosque que lo rodeaba, todo era diferente a la vida que había conocido en el mundo humano. Pero en mis sueños, a veces, sentía la presencia de Amber. La escuchaba hablar, reír, y me preguntaba si alguna vez volveríamos a ser las mismas, si alguna vez podría dejar de ser esa extraña criatura atrapada entre dos mundos y poder conocer a su hermoso cachorro. El cuervo me trajo fotografías de él y su madre, adorables. Anhelaba abrazarlos a ambos.

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La víspera de La luna de Sangre había llegado. Mi tío, Aston, esperaba la llegada de los vampiros de los clanes y aquelarres más importantes para la gran fiesta que celebrábamos en honor a Lilith, nuestra deidad. La atmósfera estaba cargada de emoción y misterio, una energía palpable en el aire. La luna llena brillaba con fuerza, marcando la entrada a la noche más significativa del año para nosotros, los vampiros.

Me encontraba en mi habitación, con la ventana abierta, observando cómo la oscuridad del bosque rodeaba el castillo. El crujir de las hojas y el viento entre los árboles eran los únicos sonidos que me mantenían conectada con el mundo exterior. Dentro de las paredes del castillo, la expectación crecía.

De repente, la puerta se abrió y una criada entró, trayendo consigo una pequeña caja con un hermoso lazo rojo de raso negro, que contrastaba con el tono sombrío de la habitación.

—Esto es para usted, princesa —dijo, con una reverencia.

Dejó la caja sobre la cama y, antes de irse, me dijo que mi tío había pedido que lo abriera esta noche, antes de la fiesta. La criada salió de la habitación sin decir más, dejándome sola frente al regalo.

Desaté el moño con cuidado, sintiendo la suavidad del razo entre mis dedos. Al quitar el lazo, la caja se abrió, revelando un vestido largo de color negro. La tela fluía con elegancia, pero lo que me llamó la atención fue el corte audaz que comenzaba desde la cadera, abriendo el vestido hasta el muslo. Era una pieza impresionante, sensual, pero con un toque rudo que me hizo sonreír.

Mi tío conocía mi estilo. Desde que llegué a vivir con él, después de mi huida, me había acostumbrado a la ropa oscura, casi siempre sensual, algo que había dejado de elegir por mi cuenta. El primer vestido que había recibido aquí había sido el que Amber me había regalado. Desde entonces, mi tío se encargaba de darme solo prendas de este estilo: vestidos negros, de cortes dramáticos, prendas que no solo cubrían mi cuerpo, sino que también reflejaban la fortaleza que había aprendido a mostrar al mundo.

De repente, el dolor físico de mi cuerpo me alcanzó. Moría de hambre. Mi cuerpo ya no toleraba los alimentos humanos. Lo que una vez había sido un sustento necesario, ahora era impensable para mí. Desde que mi naturaleza cambió, y con ella la desaparición de Lina, mi loba, lo que mi cuerpo necesitaba era sangre. Animal, humana… pero sangre al fin.

Ya no necesitaba la comida de los humanos. El sabor de la carne y los alimentos que antes disfrutaba me resultaban repulsivos. La necesidad de sangre era insaciable, y en algún momento había tenido que acostumbrarme. Mi fuente de alimentación provenía de donantes que nos ofrecían su sangre de manera voluntaria, a cambio de algo de lo que necesitaban. A veces les ofrecíamos una o dos gotas de sangre, una forma de sanarlos de sus dolencias. Un intercambio justo, pero que debía mantenerse en secreto.

Los humanos nunca debían saber nuestra existencia. Si alguien descubría la verdad, el castigo era claro: la muerte. La protección de nuestra identidad era crucial, y todos los vampiros que formaban parte del reino de mi tío lo sabían bien. El peligro de revelar nuestra existencia a los humanos era algo que no podía tomarse a la ligera.

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Me senté en la cama, mirando el vestido en mis manos. El hambre ardía en mi interior, una necesidad casi primitiva que no podía ignorar. Beber de una bolsa de sangre no era suficiente esta vez. Mi instinto de caza exigía algo más real, algo más visceral. Suspiré profundamente y me levanté. Antes de prepararme para la fiesta, tenía que salir. Necesitaba cazar.

Abrí la ventana y, sin pensarlo dos veces, salté al exterior. El viento cálido de la primavera acarició mi piel mientras corría por el bosque, dejando atrás la mansión. La luna brillaba con intensidad, iluminando mi camino.

Cerré los ojos por unos segundos, permitiendo que mis sentidos se agudizaran. El murmullo de los insectos, el susurro de las hojas al viento y el canto de las aves me llenaban de calma. Pero entonces lo escuché: pasos ligeros, el sonido sutil de un animal moviéndose entre los árboles. Un venado.

Sonreí, dejando que la emoción me invadiera. No había nada como el momento previo a una cacería, ese instante en el que la presa y el cazador se encuentran en una danza de supervivencia. El venado percibió mi presencia y comenzó a correr.

Y yo... fui tras el amimal.