El Precio De La Lealtad

Los días se convirtieron en semanas, y aunque la inquietud seguía rondando la mente de Valeria, ella decidió no darle demasiada importancia. Esteban era el hombre con el que había construido una vida. No tenía sentido desconfiar de él sin pruebas concretas. Se repitió esa idea una y otra vez, tratando de convencerse de que todo estaba en su cabeza.

Sin embargo, los cambios eran innegables. Esteban llegaba tarde con más frecuencia, y cuando estaban juntos, su mirada parecía perdida en otro lugar. Los abrazos cálidos se habían vuelto fríos, sus besos mecánicos, y las conversaciones que solían fluir con naturalidad ahora se reducían a frases cortas y evasivas. Valeria intentaba justificarlos, diciéndose a sí misma que el trabajo de Esteban debía estar siendo especialmente demandante, pero el peso de la incertidumbre seguía creciendo en su corazón.

Una noche, mientras cenaban en silencio, Valeria decidió que no podía seguir ignorando la situación. La tensión en el aire era palpable, y ella sabía que debía abordar lo que estaba ocurriendo entre ellos.

—Te noto distante dijo, rompiendo el silencio que se había asentado sobre ellos como una pesada manta.

Esteban levantó la vista de su plato, visiblemente sorprendido. Su expresión pasó rápidamente de la sorpresa a una sonrisa tensa.

—¿Distante? No sé de qué hablas respondió, con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

Valeria observó con atención, buscando en su mirada algún atisbo de la verdad, algo que le dijera que sus preocupaciones eran infundadas. Pero todo lo que encontró fue una barrera, una pared de indiferencia que no lograba traspasar.

—No sé... simplemente siento que ya no eres el mismo. Como si estuvieras distraído insistió Valeria, su voz cargada de una mezcla de frustración y tristeza.

—Solo he estado ocupado con el trabajo. Es un proyecto grande, Val, y quiero que todo salga bien explicó Esteban, su voz cargada de una sinceridad que Valeria no logró creer del todo.

Ella asintió lentamente, obligándose a aceptar sus palabras. No quería ser la mujer que dudara de su pareja sin motivos claros. Tenía que confiar en él... ¿no?

Esa noche, mientras Esteban dormía a su lado, Valeria no podía conciliar el sueño. Las palabras de Camila resonaban en su mente: "Esteban no es quien crees que es." ¿Qué había querido decir con eso? ¿Qué sabía Camila que ella no?

En un intento de distraerse, tomó su teléfono y comenzó a revisar sus redes sociales, pero no podía concentrarse. Sus pensamientos volvieron una y otra vez a la conversación con Camila, a la extraña y perturbadora advertencia. Valeria había tratado de olvidarlo, de ignorar la semilla de duda que había plantado su amiga, pero ahora esa semilla estaba creciendo, echando raíces en su mente.

Un sonido la hizo girar la cabeza. El celular de Esteban vibró sobre la mesita de noche. Valeria dudó, su corazón latiendo con fuerza. No quería espiar su teléfono, pero la incertidumbre la carcomía. Lentamente, lo tomó entre sus manos y deslizó la pantalla. Un mensaje en la notificación iluminó la pantalla:

Número desconocido: ¿Lo pensaste? No tenemos mucho tiempo.

Un escalofrío recorrió su espalda. Su intuición le gritaba que esto no era una coincidencia. ¿Lo pensaste? ¿Sobre qué? ¿Y por qué no había un nombre en el contacto?

Antes de poder analizarlo más, el teléfono vibró de nuevo. Valeria miró a Esteban, que dormía plácidamente, ajeno a la tormenta que se desataba en su mente. Sentía una mezcla de culpa y determinación mientras miraba fijamente la pantalla del teléfono.

Número desconocido: Si decides hacerlo, avísame. No podemos esperar más.

Valeria sintió que el aire se volvía denso a su alrededor. ¿Decidir qué? La sensación de que algo estaba terriblemente mal crecía dentro de ella. Miró a Esteban, buscando alguna señal en su rostro dormido, algo que le dijera que todo estaba bien. Pero todo lo que encontró fue una máscara de paz que no correspondía a la realidad que se estaba desarrollando a su alrededor.

Apagó la pantalla y dejó el teléfono en su lugar, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que había cruzado una línea al revisar su celular, pero ahora tenía más preguntas que respuestas. La desconfianza estaba arraigada en su corazón, y no podía ignorar las señales que le decían que algo estaba mal.

Los días siguientes fueron una mezcla de ansiedad y vigilancia. Valeria trataba de actuar con normalidad, pero cada palabra, cada gesto de Esteban era minuciosamente analizado por ella. Él seguía llegando tarde, cada vez con excusas más vagas, y ella notaba cómo su sonrisa se desvanecía más rápidamente.

Decidida a descubrir la verdad, Valeria comenzó a observar a Esteban más de cerca. Notó pequeños cambios en su rutina, llamadas telefónicas que terminaban abruptamente cuando ella entraba en la habitación, mensajes que llegaban a altas horas de la noche. Cada nueva pieza de evidencia alimentaba su creciente sospecha de que Esteban estaba involucrado en algo más de lo que él admitía.