Mauro Farina es el Capo de la mafia Siciliana y el dueño de Lusso, la empresa de moda más importante del mundo, y quiere destronar a sus competidores con la nueva campaña que lanzará.
Venecia Messina es heredera de la ´Ndrangueta y el cártel de Sinaloa, y su nueva becaria.
Mauro no ha olvidado el rechazo que sufrió a manos de esa pequeña entrometida hace años, y ahora que está a su merced se vengará de esa ofensa. Lo que él no sabe es que Venecia viene para quedarse y no se dejará amedrentar por él.
¿Quién ganará esta batalla de voluntades?
Te invito a descubrirlo juntas.
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Reunión
Mauro
Presiono el botón que me comunica con Natasha y me contesta de inmediato.
–¿Señor?
–Búscale a la señorita Messina una oficina en este piso.
–¿En este piso, señor? –pregunta y lucho por controlar mi cabreo. Odio tener que repetir las cosas.
–En este piso. La necesitaré cerca –ladro.
–Está bien, señor. Su café está listo.
Mi cabreo sube a otro nivel.
–Ha pasado más de media hora desde que te lo pedí, Natasha, ya no quiero nada –digo y cuelgo furioso.
Que mujer tan incompetente.
Espero que la señorita Messina no me decepcione o la correré cuando cometa el primer error.
Quería despedirla en cuanto la vi, porque todavía quema el recuerdo de su rechazo, aunque nunca lo admitiré delante de ella. Estuve a punto de mandarla por donde vino, pero su cabreo me hizo retractarme.
–Es dura y apasionada –susurro y sonrío.
Eso es justamente lo que necesito. Lo que Lusso necesita.
Solo una chica que es mitad italiana y mitad latina puede tener ese fuego en su piel. Fuego que estaba muy apagado cuando entró a mi despacho.
Parecía una mujer golpeada por la vida. Una mujer que ha dejado que un imbécil la haga sentir que no merece la pena, y esa actitud no es la que necesito.
–Parecía una mujer abatida, pero una mujer al fin y al cabo –digo mientras recuerdo a la señorita Messina sentada frente a mí.
Su cuerpo envuelto en esa blusa y falda tubo invita a un hombre a imaginar lo que hay debajo. Y esos tacones Louboutin hacen que un hombre desee sentir el pinchazo en sus hombros cuando la esté follando completamente desnuda, a excepción de esos tacones.
–Sí, Venecia todavía tiene un efecto en mí. Tendré que detenerlo. No puedo dejar que nada ni nadie me distraiga de la siguiente campaña.
Mi celular sigue zumbando en mi pantalón y molesto leo los mensajes de mis socios, los cuales siguen disculpándose.
Sí, socios. No amigos.
Al menos ahora lo sé. Nunca encajé completamente con ellos e imagino que está bien. Ya no quiero seguir fingiendo.
Les escribo rápidamente que para cualquier tema comercial le escriban a Nikki y me salgo del grupo.
No necesito ese ruido molesto en mi celular ni en mi cabeza.
Hoy solo me preocupa Lusso.
*****
–Lorena –la llamo cuando el encargado de marketing sigue hablando sin detenerse.
–Muchas gracias, Víctor –lo corta Lorena y se lo agradezco, yo no soy tan diplomático como ella.
Lorena es la abogada de Lusso, y es una mujer competente, inteligente y firme, además de atractiva. Los proveedores siguen su firme trasero, con una mirada lujuriosa, cuando camina hacia la pantalla.
Idiotas. Ellos no lo saben, pero Lorena y yo nos parecemos mucho. A ambos nos gustan demasiado las mujeres.
Creo que el récord de Lorena es mucho más impresionable que el mío. Me ha sacado ventaja desde que estoy con Vanity. Llevamos juntos seis meses y no he querido conocer a nadie más por el momento.
Con Vanity tengo diversión y buen sexo. Al menos por ahora es suficiente.
–¿Revisaste los posibles conflictos legales que tendremos con Hermès? –pregunto antes de que comience a explicarles los contratos de relación comercial a los posibles proveedores.
–Lo he hecho –responde de inmediato–. Y puedo asegurarte de que no tendremos problemas. Estamos blindados.
–Hermès tiene fama de demandar a cualquiera que atente contra su imagen –interrumpe Venecia– ¿Cómo puedes estar segura de eso?
Lorena repasa a la chica frente a mí y luego me mira a mí, esperando mi reacción. Asiento para que le responda.
–No estamos copiando sus productos ni sus estrategias de venta –explica Lorena con una sonrisa–. Haremos nuestros propios bolsos –dice enseñando su Mini Kelly marca de Hermès, un bolso que debe costar por lo menos cincuenta mil dólares–. Estuve en una lista de espera de dos años y tuve que gastar miles de dólares antes de que siquiera me dejaran comprar este bolso.
–Exclusividad –interfiere Venecia– Es uno de los atributos de Hermès.
–Lo que tu llamas exclusividad yo lo llamo escasez controlada –contradice Lorena–. Es una de sus sucias maniobras de venta para inflar absurdamente el precio de sus productos. Este bolso me costó cincuenta y cinco mil dólares y antes tuve que gastarme otros treinta mil en cosas que no quería para que me siguieran ofreciendo sus productos. Es un robo a mano armada –agrega–. Y aunque crean que es su punto fuerte, no lo es, es su punto débil.
–Y es ahí donde los golpearemos –agrego conforme con la respuesta de Lorena.
Venecia mira su bolso Birkin y arruga su ceño. –¿Cuánto es el costo real de producir uno de estos bolsos?
Claude, mi jefe de finanzas, interfiere. –De tres mil dólares a quince mil, depende de la piel que se use, y de los minerales para los broches –explica–. Generalmente usan oro o plata. Y por supuesto hay bolsos que tienen diamantes, lo que encarece en demasía el costo del producto, pero te aseguro que está muy lejos del monto de venta.
–¿Cuánto es el porcentaje de ganancia de Hermès por bolso? –pregunta Venecia y sé que debería detener sus preguntas, pero me gusta su curiosidad y su arrojo.
–En algunos casos bordean el tres mil por ciento –responde Claude.
–Eso sin contar la porquería que te obligan a comprar antes –agrega Lorena molesta–. Pero eso va a cambiar, caballeros. Bienvenidos a la mejor oferta que tendrán –les dice a los proveedores que estamos tentando–. Les aseguramos que, ni Hermès ni Chanel y mucho menos Cartier, les ofrecerán estos incentivos.
Mientras Lorena les explica cada detalle del contrato frente a ellos a nuestros, si todo sale bien, futuros proveedores, sonrío. Al fin estamos dando el primer paso.
Mira esto, papá, pienso con amargura.
Saber que debe estar atormentado por mi éxito me hace sentir más ligero, más en paz.
De alguna manera tenía que vengarme de ese viejo asqueroso. Sobre todo, cuando la oportunidad de matarlo me fue arrebatada por La Camorra.
Venecia anota todo en su IPad ahora sin interrumpir. Claude está atento a la explicación de Lorena, pero no puede evitar que sus ojos vuelvan a Venecia cada poco segundos.
Cuando los ojos de Claude navegan hacia los pechos de Venecia, interrumpo.
–Ya no te necesitamos, Claude –digo con voz firme.
Lorena arruga el ceño, porque sabe tan bien como yo, que lo necesitaremos si alguien quiere renegociar su contrato, pero ignoro su mirada.
Los hombres frente a mí serían idiotas si no firman este contrato.
Además, no quiero que un hombre se coma a Venecia con la mirada. Para eso estoy yo aquí.
Sé que no puedo tenerla, pero al menos, por ahora, disfrutaré de las vistas.
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