El nuevo Capo de la Camorra ha quedado viudo y no tiene intención de hacerse cargo de su hija, ya que su mayor ambición es conquistar el territorio de La Cosa Nostra. Por eso contrata una niñera para desligarse de la pequeña que solo estorba en sus planes. Lo que él no sabe es que la dulzura de su nueva niñera tiene el poder de derretir hasta el corazón más frío, el de sus enemigos e incluso el suyo.
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Tarde en la piscina
Gabriele
–¿Han sacado algo en limpio? –pregunto.
–No, Capo, no han dicho nada relevante.
–¿Han intentado con tortura física?
–Sí, pero no han dicho una palabra.
Miro por la ventana de mi despacho, que tiene una amplia vista hacia una de las piscinas.
–Elimínenlos entonces.
–Sí, Capo.
Recuerdo lo desesperados que están los de La Cosa Nostra y de lo que son capaces de hacer con tal de recuperar el territorio que le hemos quitado. Debo hacer algo.
–Una cosa más. Aumenta la seguridad de mi casa. Está mi hija aquí y puede convertirse en un blanco para ellos.
–Lo veré de inmediato. –Escucho antes de cortar la llamada.
Ellos no saben que no quiero a mi hija como un padre lo haría, por lo que atacarla debe ser una de sus prioridades. Al menos yo hago eso. Ataco a mis enemigos en sus puntos débiles.
Sofía aparece en mi campo de visión usando un biquini rojo con Mía en brazos.
Hablando de debilidades.
Recorro su cuerpo semidesnudo con impaciencia. Esa mujer ya debería haber estado en mi cama, pero que manera tiene de evitarme. No me he podido acercar a ella estos últimos dos días. Y lo he intentado, pero siempre se excusa con la niña. Sé que si la empujara solo un poco estaría donde pertenece, en mi cama, bajo mi cuerpo.
Por lo menos no ha salido de la casa y eso quiere decir que no se ha visto con ese imbécil que se atrevió a besarla. Aún no he podido borrar esa imagen de mi cabeza.
Odio cuando alguien toca lo que es mío. Soy hijo único así que nunca me vi obligado a compartir, y no pienso empezar ahora.
Sofía se inclina para dejar a Mía sobre el pasto y tengo una visión clara de su perfecto trasero respingón.
Maldita sea.
Cierro el notebook y camino hacia mi habitación. Creo que se me antoja darme un chapuzón hoy.
Cambio mi pantalón y camisa por un traje de baño, y luego voy hacia la piscina.
Mía está en la piscina con la ayuda de un flotador. Sus carcajadas resuenan por todo el lugar. Sofía también se encuentra en la piscina y empuja el flotador, logrando que Mía suelte más carcajadas.
–No sabía que le gustaba el agua –digo mientras me acerco.
Sofía se gira y sus ojos recorren mi cuerpo lentamente. Sus mejillas comienzan a tornarse de ese adorable color rosa cuando me mira fijamente.
–¿Qué haces aquí? –pregunta sin apartar su ojos de mi estómago.
–Volvemos con lo mismo. Es mi casa, Sofía, puedo ir y venir a mi antojo.
Sus ojos dejan mis abdominales y suben a mi rostro. –Pensé que un Capo tenía muchas ocupaciones para poder disfrutar de un día de piscina.
–Incluso los Capos tenemos derecho a una tarde libre –devuelvo antes de lanzarme a la piscina en un piquero.
–¡Fanfarrón! –Escucho que dice, pero decido ignorarla.
Nado de un extremo al otro, lentamente, disfrutando del agua fresca. Hace años que no nadaba. Siento como mi cuerpo se relaja con cada braceada que doy. No sabía lo tenso que estaba últimamente. Entre la lucha contra La Cosa Nostra, trabajar con Dante, que aunque sea mi amigo también es un Capo y es difícil ponernos de acuerdo, los intentos pocos sutiles de mi padre de emparejarme con alguna de las hijas de sus amigos, y Sofía, me tienen algo estresado.
Nado hacia donde está ella jugando con Mía.
La niña me recibe con una adorable sonrisa en la que puedo ver dos pequeños dientes. Golpea la masa de agua con sus puños mojándome, lo que la hace reír.
Sofía le sonríe a mi hija, pero cuando me mira a mí su sonrisa se pierde de inmediato.
–¿Te molesta mi presencia?
–Para nada –se apresura en responder.
–Entonces, ¿no te pongo nerviosa? –Niega con la cabeza. Me acerco más a su lado hasta que nuestros cuerpos chocan–. ¿Ahora?
–Estás perdiendo tu tiempo, Gabriele.
Maldita sea, me encanta como suena mi nombre en su boca.
–Es mi tiempo, mi problema.
–Podrías ocupar ese tiempo en conocer a tu hija –devuelve con severidad.
Miro a la niña, quien me sonríe. –Ya nos conocemos bastante. Estoy interesado en conocer más a la niñera de mi hija.
Sofía sonríe de forma fanfarrona. –Es una pena que yo no quiera conocerte más.
Saco un mechón de pelo mojado de su cara y paso mi pulgar acariciando su labio inferior y mentón. Tomo su cintura bajo el agua y la apego más a mi cuerpo. Un jadeo, que me sabe a gloria líquida, sale de los labios de Sofi.
–Hay partes de mí que no conoces –susurro mirando fijamente sus hermosos ojos oscuros–. Partes de mi cuerpo que están deseando poder sentirte.
–No estás siendo justo –susurra tan despacio, que apenas consigo escucharla–. No deberías acercarte así, alguien puede vernos.
–Que lo hagan, no me importa. Lo único que quiero está al frente de mí.
La mano de Sofía se mueve debajo del agua y acaricia mis abdominales de la misma forma que lo hizo antes. Pero esta vez no se detiene y sigue bajando.
Cierro los ojos cuando me presiona con fuerza por sobre el traje de baño, fuera de la vista de cualquiera que pueda acercarse.
Bajo mi bañador, tomo su muñeca y le enseño cómo debe acariciarme.
–Así –digo en un gruñido.
Sus ojos me miran febriles mientras su mano obedece. Se ve preciosa. Tan linda, tan joven, tan inocente… Pronto voy a cambiar eso, estoy seguro.
Después de unos segundos mi cuerpo comienza a tensarse. Comienzo a mover mi cadera, incapaz de quedarme quieto. Me estoy follando su mano como un quinceañero y sin duda es una de las mejores experiencias que he tenido.
Quisiera poder controlar mi cuerpo y poder seguir disfrutando sus caricias por todo el tiempo que quiera brindarlas, pero no puedo. Estoy a un par de movimientos de terminar y no pienso correrme en la piscina.
Tomo su muñeca y la alejo de mí.
–No en la piscina –gruño.
Los ojos de Sofía se enfocan primero en mí, y luego buscan a mi hija.
–Mierda –maldice mientras nada hacia la niña, quien está a unos cuatro metros de distancia.
–Mía está bien –digo malhumorado por no haber terminado, pero sobre todo por el cambio en la actitud de Sofi.
Vuelve con ella y sale de la piscina hecha una furia.
–Sofía –la llamo, pero me ignora. Salgo de la piscina y la sigo. Tomo su brazo para detener su paso–. ¿Qué mierda te pasa?
–No puedo creer que haya hecho… Mía estaba en la piscina… con nosotros.
–Mía no sabe lo que estábamos haciendo.
–Pero yo si lo sé –devuelve con irritación. Besa la mejilla de la niña–. Eres una mala influencia para mí –agrega molesta. Me rio de su comentario–. ¡No es gracioso!
–Soy un Capo, por supuesto que soy una mala influencia.
–No puedo creer lo que hice –susurra mirando hacia el suelo–. Voy a quemarme en el infierno.
Vuelvo a reír. –No seas dramática.
–No estoy siendo dramática. Lo que hicimos está mal.
–Sí, ahí está Anna y la nona de Dante –digo apuntando a su dulce cabecita.
Golpea mi mano y ríe. –No puedo creerlo.
–Deja a la niña con Anna y ven a mi habitación –le pido mientras sostengo su mejilla con mi mano.
Sus ojos me miran y sé que se muere por decir que sí, pero niega con un movimiento de su cabeza.
–Nop –dice con una sonrisa descarada, que la hace ver más preciosa si se puede–. Ya perdí el interés nuevamente.
Cierro los ojos y gruño divertido.
–Maldita sea, no debí hablar.
–Sí, abriste la boca y mágicamente perdí el interés. Nos vemos, Capo –dice antes de girarse y caminar hacia la casa.
Miro su trasero y vuelvo a gruñir. –Tu trasero hizo desaparecer parte de tu traje de baño –la molesto, mirando parte de su nalga desnuda.
Se gira y me sonríe con diversión. –Hoy me siento generosa –devuelve antes de volver a caminar hacia la casa, moviendo sus caderas de forma exagerada, como una modelo borracha.
Comienza a reír y Mía la sigue, como si ambas lo hubiesen planificado todo.
Miro hacia el cielo y rio a carcajadas como lo hacía mi hija hace unos momentos.
Que delicia de día.