La autora de esta historia se queda dormida frente a la computadora y, mágicamente, la protagonista de su propia novela la obliga a tomar su lugar, ya que le pareció muy injusta la forma en que la autora trató a su familia.
¿Podrá nuestra autora sobrevivir a su propia trama...?
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capítulo 24
Al llegar al Imperio de Málaga, las emperatrices Leonor de Zenda y Camila de Málaga se encontraban en la gran sala del palacio, rodeadas por una docena de retratos. La atmósfera, en apariencia ligera, ocultaba una misión que ambas se habían autoimpuesto: buscar, de una vez por todas, una esposa digna para Alcides, el joven príncipe heredero de Málaga… y, en palabras de su madre, un incorregible mujeriego.
—¿Qué opinas de esta? —preguntó Leonor, señalando el retrato enmarcado de una joven de sonrisa angelical, hija de un conde muy estimado en la corte.
Camila entrecerró los ojos al verla. La imagen le era más que familiar. Se cruzó de brazos y respondió con tono seco:
—La vi huir hace como un mes de la habitación de mi hijo… y créeme, no parecía precisamente decente mientras se subía la falda corriendo por el pasillo. Dios, ¿qué voy a hacer con este muchacho? Hijo de tigre tenía que ser...
Leonor, confundida, ladeó la cabeza.
—¿A qué te refieres con eso?
Pero antes de que Camila pudiera explicarse, una luz intensa apareció de la nada, interrumpiendo la charla. Ambas se pusieron de pie instintivamente mientras un portal resplandeciente se abría a escasos metros de ellas. Del vórtice emergió una figura imponente con capa de terciopelo oscuro, cabello largo recogido y una expresión que destilaba severidad.
Era Regulus, el gran mago del reino. Su llegada era inesperada, pero lo que más las sorprendió fue la expresión furiosa en su rostro.
—Vaya… ahora entiendo por qué nadie notó lo que estaba pasando —dijo con tono gélido, lanzando una mirada despectiva a la mesa repleta de retratos—. ¿Cómo puede ser que un compromiso sea más importante que la estabilidad de este mundo?
Leonor, que hasta ese instante mantenía una sonrisa divertida, frunció el ceño y dio un paso al frente.
—¡Oye! ¿Qué te sucede? No nos ves en años y así es como nos hablas. Un simple "hola" habría bastado.
Regulus la miró con dureza, sin inmutarse.
—¿Qué me sucede? Que parece que todo el tiempo que invertí en ustedes no sirvió de nada. Sé perfectamente que estás al tanto de la situación en Vorlon y Ungalos.
Leonor bajó la mirada por un segundo, reconociendo en silencio la gravedad del asunto, pero se defendió.
—Eso es algo que se escapa de nuestras manos… Nosotros no estamos directamente involucrados en ese conflicto.
—¡Por los dioses! —exclamó el mago—. Creamos la Alianza de los Imperios con un propósito. Tú y Neftalí fueron elegidas por la Diosa como Guardianas de la Luz. Su deber era intervenir si el equilibrio se rompía, ¡y eso es precisamente lo que ha sucedido!
—¡Regulus, cálmate! —intervino Camila al ver que su prima quedaba enmudecida por la acusación—. Entendemos lo que dices, pero también tenemos deberes. Nos hemos enfocado en cuidar a nuestra gente, en mantener la paz dentro de nuestras fronteras. ¿Qué se supone que debíamos hacer?
—No lo sé… llamarme, por ejemplo —replicó él, dando un paso hacia adelante con fuerza—. Cuando me necesitaron, estuve. Cuando la oscuridad amenazó Atenea, cuando el norte fue invadido por las bestias de las nieblas, yo estuve. ¡Y ahora, cuando más se necesita unión, desaparecen en recepciones y banquetes!
Leonor no encontró palabras. Aquella dureza en su viejo amigo le dolía. No era el Regulus que conocía, el maestro paciente y sabio. Algo más pasaba.
Camila, incapaz de quedarse callada, se cruzó de brazos.
—Oye, Merlín, bájale dos rayitas a tu enfado. Ya te entendimos, pero no vengas a gritarnos como si fuéramos tus aprendices.
Regulus la miró, con los ojos encendidos.
—Y tú… no creas que me he olvidado de ti.
—Ah, no, pues. ¿Y yo qué hice?
—Eso mismo me pregunto. Tú vives pegada a Ungalos, tienes relaciones comerciales, diplomáticas. ¡Debiste intervenir, apoyar a su gente! Pero no, es más importante casar a tu hijo que velar por la seguridad de un imperio.
—¡Oye, yo no te debo nada! Y a Ungalos tampoco. Ese imperio ya estaba condenado antes de que Cristian tomara el trono. El ex emperador fue un déspota, su esposa una bruja manipuladora... ¿Y tú dónde estabas, eh? Te quejas, pero te desapareces una década y vuelves solo para repartir culpas cuando ya se quemó el arroz.
El silencio cayó por un instante. Regulus respiró hondo y su expresión cambió. Por primera vez, ambas mujeres notaron cansancio en su rostro.
—Yo también tengo una familia… por si no lo sabían —dijo con la voz más baja—. Mi esposa está por dar a luz. Estoy preocupado, agobiado… y aun así tengo que venir a solucionar un problema que creí resuelto. Mi ayuda en el pasado no fue gratuita, Camila. Ahora es su turno de actuar.
—¿Actuar cómo? —preguntó Leonor, dando un paso hacia él.
—Necesito a mis discípulos. ¿Dónde están?
Camila parpadeó, confundida.
—¿Discípulos? ¿De qué estás…?
Pero no pudo terminar la frase. Desde el jardín llegó una voz.
—¿Regulus?
La joven Úrsula, hija de Camila, apareció entre los rosales, sorprendida. A su lado venía Alcides, el nuevo emperador de Málaga. Ambos llevaban espadas en la cintura y una expresión de alerta.
Regulus los miró fijamente.
— Regulus. ¿Qué hacen aquí? ¿Está todo bien?
—No… no lo está —respondió Regulus con seriedad— Vamos. Les explicaré en el camino.
Camila abrió la boca para detenerlos, pero antes de que pudiera decir algo, Regulus ya había abierto un nuevo portal. Con un gesto de su mano, lanzó a ambos jóvenes a través del vórtice y luego miró a Camila con expresión sarcástica.
—Te los devuelvo en unos días… con prometida incluida. No me agradezcas.
Y sin más, se marchó.
El portal se cerró con un sonido agudo y ambas emperatrices se quedaron paralizadas, mirando el vacío donde había estado el mago.
—Este se voló… y se llevó a mis hijos —dijo Camila, aún en shock.
—Vele el lado positivo —respondió Leonor con una sonrisa forzada—. Dijo que te los devolvería con prometida. Ya no tendrás que seguir organizando recepciones.
Camila la miró con una ceja alzada, entre el enojo y la incredulidad.
—Voy a enviarle una nota a Neftalí… Tal vez ella sepa qué demonios está sucediendo.
—Buena idea —respondió Leonor, volviendo a sentarse lentamente—. Porque si esto se desata… vamos a necesitar más que una lista de candidatas para salvar el continente.
Ambas mujeres regresaron a sus asientos, confundidas y alertas. Lo que había comenzado como una búsqueda de esposa para Alcides acababa de convertirse en el inicio de una nueva amenaza.
porque hasta yo ya los hubiera mandado a la mi**da!
Se creen superiores los otros cuando también tuvieron que conocerse en malas circunstancias, estúpidos!