"Después de un accidente devastador, Leonardo Priego se enfrenta a una realidad cruel: su esposa está en coma y él ha quedado inválido. Con su hija de 4 años dependiendo de él, Leonardo se ve obligado a tomar una decisión desesperada; conseguir una sustituta de su esposa. Luna, una joven con una vida difícil acepta, pero pronto se da cuenta de que su papel va más allá de lo que imaginaba. Sin embargo, hay un secreto que se esconde en la noche del accidente, un secreto que nadie sabe y que podría cambiar todo. ¿Podrá Leonardo encontrar el amor y la redención en esta situación inesperada? ¿O el pasado y el dolor serán demasiado para superar? La verdad sobre aquella fatídica noche podría ser la clave para desentrañar los misterios del corazón y del destino".
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Todo empieza a mejorar.
Llegan los amigos por Fernando y se lo llevan a la fuerza. La persona que tengo enfrente extiende sus brazos. Camino hacia él, lo abrazo, y no puedo evitar llorar.
—Papá murió —le digo a Limber, mi vecino de tantos años, o como decía Estrella, mi primer amor.
—Lo siento, pequeña. Lo siento tanto... y siento más no haber estado —me dice. Su voz cálida y suave me consuela.
Me limpio las lágrimas cuando reacciono: estoy en mi trabajo.
—¿Trabajas aquí? —pregunta. Su mirada curiosa me hace sonreír.
—Sí, aquí trabajo —respondo, y él asiente.
—Señor Limber, hay que irnos —le dicen. Él se aleja con ellos para decirles algo que no alcanzo a escuchar. Yo camino en dirección contraria.
Termina mi turno. Me cambio y salgo. Limber está esperándome. Caminamos hasta el estacionamiento, abre la puerta de su carro para que suba.
—Cuéntame, ¿cómo has estado? —me pregunta mientras conduce.
—Del asco… ¿y tú? —respondo, mirando el paisaje urbano pasar por la ventana.
—Bien. Creo que bien —dice, sonriendo.
—¿Y tus padres? —pregunto, recordando a su familia.
—En casa, ahí están. Volveremos a ser vecinos —dice riendo, y yo sonrío con tristeza.
—Mi madrastra hipotecó la casa —le digo, sintiendo un nudo en la garganta.
—Si fue para salir adelante, está bien —me dice. Su voz calmada me consuela.
—Limber, mi tía lo hizo a mis espaldas. Desde que papá falleció, yo he trabajado, y ellas no me han dado ni un peso. Al contrario, me robaron lo que mi padre dejó para la universidad, y el dinero que me correspondía cada semana —grito, llorando. Era algo que necesitaba sacar.
—Lo que más me duele es que lo odié por tanto tiempo, y yo estaba equivocada —digo, con el corazón pesado.
—Tu padre tuvo mucha culpa. Debió dejar un albacea o algo —responde. Su mirada comprensiva me hace sentir mejor.
—¿Qué dice tu abogado? —pregunta.
Niego con la cabeza.
—No tengo —le contesto, y él asiente.
—Te conseguiré uno. Oye, mírame... Vas a ver que volverás a ser la misma Luna de siempre. Mi Luna —dice, y su sonrisa me derrite como siempre.
Me abraza. Nos quedamos así un rato. Me olvido de todo; siempre solía pasar cuando estaba con él.
—Ya se me hizo tarde. ¿Qué dices si vamos a donde solíamos ir? —pregunta.
—Me encantaría —respondo. Él enciende el carro.
Llegamos al mirador. Vemos las olas levantarse. El viento y el olor a sal me golpean la cara y me hacen sentir viva.
—¡Mira, esa es enorme! —grito, y él se ríe.
Me toma de la mano. Corremos juntos y nos metemos al mar. El agua fría me hace saltar, pero me río con él.
Reímos como solíamos hacerlo. Me olvido de todo.
—¿Y ya tienes a alguien? —pregunto, echándole agua en la cabeza.
—Hay alguien —responde, y siento una punzada en el pecho.
Asiento. Él se ríe.
—Aún nos estamos conociendo, pero solo es eso… nada serio —aclara. Yo sonrío.
—¿Y tú? —me pregunta.
En ese momento me acuerdo de la cena con Leonardo.
—¿Qué hora es? —pregunto, alarmada.
—Son las tres de la mañana —responde.
—¿¡Qué!? —grito. Él me mira sorprendido.
—Te llevaré a tu casa —dice.
—No, solo déjame en el centro o donde pueda tomar un taxi —le digo. Él asiente.
—¿Por qué? —pregunta.
Suspiro.
—Ya no vivo con mi tía y prima —respondo. Me mira con curiosidad.
—¿Y entonces con quién vives? —pregunta.
—Se me hace tarde... me estoy quedando en casa de una amiga —respondo, saliendo del mar. Él me pone su chaqueta sobre los hombros.
Nos despedimos. Paro un taxi. Voy muy nerviosa, pensando en la cena con Leonardo.
Llego y las luces están apagadas. Abro la puerta, entro y camino directo al cuarto. Saco ropa del ropero y, doblando como puedo la chaqueta, la meto dentro. El silencio es abrumador. Solo se escucha el eco de mis pasos.
Camino al baño y, de repente, las luces se encienden. Todo se ilumina con una intensidad cruel.
Leonardo está ahí, viéndome. Su mirada es intensa, molesta. Me hace sentir pequeña.
—Lo siento. Yo... de verdad, se me fue el tiempo. No volverá a pasar —digo, tratando de sonar convincente.
No dice nada. Solo me observa, en silencio, con una intensidad que me hace jugar con los dedos, nerviosa.
—Señor Leonardo, podríamos hablar sobre el matrimonio. Creo que lo mejor sería disolverlo. No hay razón para seguir con esto. Vaya... no somos un matrimonio real —le digo con cuidado.
—¿A qué te refieres con real? ¿Por qué? ¿No eres mi mujer? —pregunta. Su voz es baja, amenazante.
Me pongo nerviosa.
—¿Qué? No, para nada. No quise decir eso… no, nada que ver —intento aclarar.
—La cena se pospuso para mañana. Luna, si quedas mal… créeme que lo pagarás caro —dice. Su mirada es fría, calculadora.
Me meto al baño rápido, buscando refugio de su presencia.
Al parecer, le importa poco. Eso es bueno para mí. Mañana trataré de ver al abogado. Le expondré mi matrimonio también, a ver qué se puede hacer. Todo se está componiendo.
Suspiro. Sonrío.
Me baño y salgo con mi bata… pero la sonrisa se borra de mi rostro.
Leonardo tiene en sus manos la chaqueta de Limber.
Mi corazón late más rápido. Estoy segura de que la había guardado bien.
La incertidumbre me invade. No sé qué va a pasar.