En un pintoresco pueblo, Victoria Torres, una joven de dieciséis años, se enfrenta a los retos de la vida con sueños e ilusiones. Su mundo cambia drásticamente cuando se enamora de Martín Sierra, el chico más popular de la escuela. Sin embargo, su relación, marcada por el secreto y la rebeldía, culmina en un giro inesperado: un embarazo no planeado. La desilusión y el rechazo de Martín, junto con la furia de su estricto padre, empujan a Victoria a un viaje lleno de sacrificios y desafíos. A pesar de su juventud, toma la valiente decisión de criar a sus tres hijos, luchando por un futuro mejor. Esta es la historia de una madre que, a través del dolor y la adversidad, descubre su fortaleza interior y el verdadero significado del amor y la familia.
Mientras Victoria lucha por sacar adelante a sus trillizos, en la capital un hombre sufre un divorcio por no poder tener hijos. es estéril.
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Capitulo 11
La casa de Mathias Aguilar estaba perfectamente iluminada esa noche. Las lámparas cálidas, la vajilla de porcelana, las velas de aroma suave, todo estaba dispuesto con esmero. Sobre la mesa del comedor, una elegante cena esperada: filete en reducción de vino, espárragos a la mantequilla, un postre fino cubierto en chocolate amargo. Una botella de champagne enfriaba en un balde de plata. El aroma de rosas frescas impregnaba el ambiente.
Mathias se miró al espejo por última vez, ajustando el cuello de su camisa. En su mano temblaba una pequeña caja aterciopelada que guardaba un delicado collar de diamantes, recién traído de una de las joyerías más exclusivas de la ciudad.
Había invertido tiempo, dinero y esperanza en esa noche. Quería que Karla sintiera que aún había amor, que aún podían luchar juntos por ese sueño que alguna vez compartieron: tener una familia, una hermosa llena de mucho amor.
Cuando el reloj marcó las ocho, escuchó el sonido de la puerta principal. Karla había llegado.
—¿Mathias? —preguntó desde la entrada, con tono desconfiado.
—Aquí, amor… en el comedor.
Karla apareció con su bolso colgando de un hombro, cansada, envuelta en un traje de oficina oscuro. Sus ojos recorrieron la escena con sorpresa, aunque no con la alegría que él esperaba.
—¿Se está celebrando algo?
Mathias se acercó, tomó su mano con delicadeza y le sonrió.
—Sí. A ti. A nosotros. A lo que fuimos y aún podemos ser.
Ella arqueó una ceja, esbozando una sonrisa forzada.
—¿Todo esto… para mí?
Él asintió y, sin soltar su mano, le ofreció la pequeña caja.
Karla la abrió, y sus ojos se posaron sobre la joya. Era hermosa. Costosa. Delicada. Pero su rostro no se iluminó. Solo la observó en silencio.
—Déjame ponértela —dijo él suavemente, colocándosela en el cuello—. Quería recordarte lo mucho que te amo. Y que sigo dispuesto a todo por ti mi amor.
Cenaron en silencio. El chisporroteo de las velas era lo único que se atrevía a romper la tensión.
Después del postre, Mathias tomó aire. Sabía que debía hablar, aunque le doliera.
—He estado pensando mucho en nosotros —comenzó, sin mirarla—. Y sé que lo que estamos pasando no es fácil… pero no quiero rendirme. Te amo, Karla. Quiero que tengamos una familia. Si no podemos hacerlo de forma natural… podemos considerar otras opciones.
Ella lo miró en silencio.
—Podemos buscar un donante, amor —continuó, con voz temblorosa pero esperanzada—. O adoptar… Hay tantos niños allá afuera que necesitan amor. Incluso podríamos adoptar a dos, darles un hogar. Seríamos buenos padres. Lo sé. Lo siento en el corazón.
Karla dejó el tenedor a un lado, con un golpe sordo sobre el plato.
—No —dijo con frialdad.
Mathias se quedó callado.
—No quiero hijos de otro hombre. No quiero criar hijos que no son míos —repitió—. Quiero los míos propios, Mathias. Los nuestros. Y si eso no es posible… no quiero nada.
—Pero… Karla… —intentó decir él, dolido—. ¿Y si eso nunca ocurre? ¿Nos rendimos así nomás?
Ella se levantó de la mesa sin responder, tomó su bolso y caminó hacia las escaleras.
—Dormiré en la habitación de invitados —dijo, sin siquiera voltearse—. Como he hecho las últimas semanas. Buenas noches.
Mathias no se movió. Solo la miró subir escalón por escalón hasta que su silueta desapareció.
La casa volvió a quedarse en silencio, y todo el esfuerzo puesto en esa noche se sintió tan vacío como su corazón. Tenía negocios que prosperaban, cuentas bancarias llenas, contactos, propiedades… pero le faltaba lo más importante.
Una familia. Amor de verdad. Alguien con quien compartirlo todo.
Y esa noche, más que nunca, Mathias Aguilar supo que su vida estaba completa solo en apariencia. Porque por dentro… se estaba quedando solo.
...
Mathias despertó temprano, aunque no había dormido bien. Había pasado la noche solo en su habitación, repasando mentalmente cada palabra dicha por Karla la noche anterior. Sus ojos estaban rojos, pero no de sueño, sino de agotamiento emocional.
Sabía que necesitaba hablar con alguien, desahogarse, buscar consejo. Pensó en su prima Mónica Cruz, médica general y una de las pocas personas en su vida que sabía escuchar sin juzgar. Ella trabajaba en el hospital del sur, y aunque su agenda era apretada, siempre le hacía un espacio a él.
Pasó por una cafetería cercana, compró dos capuchinos y se dirigió al hospital.
Mónica lo recibió con una sonrisa cálida, vestida con su bata blanca y el cabello recogido en una coleta alta. Siempre había sido una mujer directa, inteligente y sensible.
—¿Mathias Aguilar madrugando para verme? Debe ser grave —bromeó, mientras lo invitaba a pasar a su consultorio.
—Es grave —respondió él con una sonrisa triste, tendiéndole el café.
Ya sentados, Mathias le contó todo. La cena fallida, las palabras de Karla, la frialdad con la que lo trataba, y ese deseo suyo —cada vez más profundo— de formar una familia, de convertirse en padre. Mónica lo escuchó con atención, sin interrumpirlo.
—Tienes derecho a sentirte triste, Mathias —dijo con tono suave—. Pero también tienes que entender que no todos procesamos las cosas de la misma forma. Karla está frustrada, dolida, probablemente se siente incompleta… Y tú también. Pero pelear entre ustedes no va a darles lo que tanto anhelan.
—¿Y qué hago? ¿Me siento a esperar a que me deje? Porque eso es lo que parece…
—Dale espacio. Tiempo. Tal vez necesite entender lo que tiene contigo, antes de enfocarse en lo que no puede tener. A veces, lo que queremos no es lo que necesitamos —agregó Mónica, dándole un pequeño apretón en la mano—. Pero no te hundas tú solo. Hay muchas formas de ser feliz, Mathias. Solo no cierres tu corazón.
Mathias suspiró profundamente. Mónica siempre tenía la palabra justa.
—Gracias, prima. De verdad. Eres de las pocas personas que todavía me hace sentir que no estoy solo.
—Nunca lo estás —respondió ella—. Pero ahora me toca atender pacientes, ya sabes… salvar el mundo una receta a la vez.
Ambos se rieron suavemente. Mathias se despidió con un abrazo y salió del consultorio.
Mientras caminaba por el pasillo principal del hospital, rumbo a la salida, algo lo detuvo sin previo aviso.
Una joven mujer se acercaba en dirección contraria. Su cabello castaño oscuro estaba suelto y le caía suavemente sobre los hombros. Tenía la piel tersa, los ojos negros brillantes y una expresión serena, aunque cansada. Su embarazo era evidente, y aún así, su figura se movía con una gracia natural y una dulzura que a Mathias lo dejó sin aliento por un segundo.
"Qué hermosa se ve embarazada"… pensó, casi con culpa. Parece tan joven… y tan fuerte a la vez.
Ella también lo notó.
Victoria había ido esa mañana a su control de rutina. Aunque se sentía pesada, se había arreglado un poco para no parecer tan desaliñada. Y de pronto, ese hombre alto, de porte elegante, con el cabello oscuro perfectamente peinado y unos ojos tan claros que parecían casi irreales, apareció en su camino.
"Wow… qué guapo es. Parece salido de una película".
Sus miradas se cruzaron solo un par de segundos, pero fue suficiente para que ambos sintieran una extraña electricidad en el pecho.
Sin decir palabra alguna, continuaron caminando cada uno en su dirección.
Sin saber que ese fugaz cruce de caminos sería apenas el primero de muchos momentos destinados a cambiar sus vidas para siempre.