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Cuando Abrió Los Ojos, Descubrió El Amor

Cuando Abrió Los Ojos, Descubrió El Amor

Status: Terminada
Genre:CEO / Amor-odio / Amor eterno / Enfermizo / Completas
Popularitas:1.5k
Nilai: 5
nombre de autor: Luciara Saraiva

La puerta chirrió al abrirse, revelando a Serena y a la enfermera Sabrina Santos.

—Arthur, hijo —anunció Serena—, ha llegado tu nueva enfermera. Por favor, sé amable esta vez.

Una sonrisa cínica curvó los labios de Arthur. Sabrina era la duodécima enfermera en cuatro meses, desde el accidente que lo dejó ciego y con movilidad reducida.

Los pasos de las dos mujeres rompieron el silencio de la habitación semioscura. Acostado en la cama, Arthur apretó los puños bajo la sábana. Otra intrusa más. Otro par de ojos recordándole la oscuridad que lo atrapaba.

—Puedes irte, madre —su voz ronca cortó el aire, cargada de impaciencia—. No necesito a nadie aquí.

Serena suspiró, un sonido cansado que se había vuelto frecuente.

—Arthur, querido, necesitas cuidados. Sabrina es muy experta y viene con excelentes recomendaciones. Dale una oportunidad, por favor.

NovelToon tiene autorización de Luciara Saraiva para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 20

El resto de la tarde fue tranquilo. Pero las luchas y fragilidades de Sabrina le impedían tranquilizarse.

Por la noche, cerca de dormir, Sabrina hizo los últimos cuidados a Arthur, y se alejó de su cama y fue a la suya, que había sido cuidadosamente arreglada en el rincón opuesto del cuarto. Ella se sentó en el borde, quitándose los zapatos e intentando alejar los pensamientos sobre el mensaje que había recibido antes. La traición de su novio parecía distante, casi irreal, ante la responsabilidad que sentía por Arthur. Él era su prioridad ahora.

Horas pasaron. La luz de la luna invadía el cuarto a través de las cortinas entreabiertas, lanzando sombras largas y silenciosas. Sabrina ya estaba acostada, pero el sueño no venía fácilmente. De repente, ella oyó un ruido apagado viniendo de la cama de Arthur. Ella se levantó rápidamente, el corazón disparado.

—¿Señor Arthur? ¿Está bien?

Un gemido débil fue la respuesta. Sabrina encendió la lámpara de noche de su cama, iluminando suavemente el cuarto. Ella vio a Arthur debatiéndose en la cama, las manos vendadas subiendo hacia el rostro.

—Arthur, ¿qué está sucediendo? – ella se acercó, preocupada.

Él estaba jadeando, y Sabrina percibió que estaba sudando.

—¡No consigo… no consigo ver! ¡Está todo oscuro!

Era una pesadilla. Sabrina sujetó su mano, intentando calmarlo.

—Calma, señor Arthur, es apenas una pesadilla. Está todo bien. Yo estoy aquí.

Arthur parecía no oírla, sus ojos vendados se movían rápidamente bajo los párpados, y él continuaba debatiéndose, intentando librarse de la venda imaginaria que era su ceguera visual.

—Está todo oscuro… no consigo respirar…

Sabrina sabía que él estaba reviviendo el accidente. Ella sabía que necesitaba hacer algo para sacarlo de aquel estado de pánico.

—¡Señor Arthur, óigame! – ella aumentó un poco la voz, pero de forma suave. – ¡Yo estoy aquí! ¡Usted está seguro! Usted está en su cuarto, en su cama.

Lentamente, Arthur pareció calmarse, la respiración volviendo a la normalidad. Él paró de debatirse y sus manos cayeron flojas al lado del cuerpo.

—¿Sabrina? – él murmuró, la voz débil.

—Sí, señor Arthur. Soy yo. Está todo bien ahora.

Él suspiró, y Sabrina sintió un alivio inmenso.

—Yo… yo tuve una pesadilla.

—Lo sé. Pero ya pasó.

Sabrina quedó sentada al lado de él, sujetando su mano, hasta que la respiración de Arthur se tornó regular nuevamente y él se durmió. Ella sabía que las noches serían largas y llenas de desafíos, pero la sensación de cuidarlo, de estar allí para él, era más fuerte que cualquier cansancio. Ella se sentía cada vez más ligada a Arthur, y sabía que esa conexión iba más allá del deber profesional. Ella estaba allí, y se quedaría por él.

El día amaneció nublado. Parecía que una gran tormenta se aproximaba.

Sabrina se levantó de la cama y fue hasta Arthur. Ella lo observó por un momento y después fue a hacer su higiene personal.

El clima de lluvia dejaba el ambiente más acogedor, haciendo que Arthur continuara durmiendo tranquilamente.

Sabrina dio una última mirada nuevamente hacia él después de salir del baño, certificando que estaba bien.

Ella fue hasta la cocina y encontró a Vera.

-- Buenos días señora Vera.

-- Buenos días, niña. ¿Cómo fue dormir en el mismo cuarto con Arthur? ¿Él te llamó mucho?

-- Pasé por un momento de insomnio y después me dormí. Pero por la madrugada desperté con él teniendo una pesadilla.

-- Entiendo querida. Arthur desde el accidente ha tenido esas pesadillas. Mi niño queda muy perturbado con eso.

-- Pero conseguí calmarlo y él volvió a dormir.

Sabrina conversaba mientras preparaba el desayuno de Arthur.

En el cuarto, él había acabado de despertar sintiendo fuertes dolores de cabeza.

El olor a café fresco y pan tostado flotaba por la cocina, pero la conversación entre Sabrina y Vera parecía cargar un peso diferente. Vera, con su expresión de preocupación materna, observaba a Sabrina preparando la bandeja del desayuno para Arthur.

- Él queda muy perturbado con eso, Vera repitió, la voz un poco embargada. - Es como si reviviese todo de nuevo todas las veces. Mi corazón se aprieta solo de pensar en lo que él pasó.

Sabrina asintió, la mirada fija en la taza de café que llenaba. - Yo percibí. Él estaba con las manos sobre los ojos, diciendo que no conseguía ver, que no conseguía respirar.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal al recordar la escena. - Es horrible verlo así, tan vulnerable.

- Usted es una bendición, niña, Vera dijo, tocando gentilmente el brazo de Sabrina. - Nadie consiguió calmarlo tan rápido después de esas pesadillas como usted hizo. Él confía en usted.

Un leve rubor coloreó las mejillas de Sabrina. La afirmación de Vera la llenó con una sensación cálida, casi como un reconocimiento de algo que ella misma comenzaba a sentir. La conexión con Arthur se estaba profundizando de una manera que ella no esperaba, yendo más allá de sus obligaciones como cuidadora.

- Yo solo quería que él se sintiese seguro, Sabrina respondió, pegando la bandeja. - Yo le dije que estaba allí y que él estaba en su cuarto.

Mientras tanto, en el cuarto, Arthur estaba despierto, pero la mañana no traía alivio. Un dolor de cabeza pulsante, resquicio de la pesadilla, martillaba en sus sienes. La oscuridad en sus ojos parecía aún más opresora, intensificando la sensación de estar preso. Él llevó las manos a la cabeza, apretando las sienes en el intento de aliviar la presión.

El recuerdo de la pesadilla estaba vívido: la oscuridad, el aire sofocante, el olor a humo y el desespero de no conseguir moverse. Mismo despierto, un resquicio de aquel pánico permanecía, una sombra incómoda en su mente. Él respiró hondo, intentando alejar las sensaciones persistentes.

Fue entonces que oyó pasos aproximándose del cuarto, seguidos por el suave crujido de la puerta.

- Buenos días, señor Arthur, la voz gentil de Sabrina llenó el silencio. La familiaridad de su presencia, que lo había calmado en la noche anterior, trajo un cierto confort.

Arthur removió las manos de la cabeza, virando el rostro en la dirección de donde venía la voz. - Buenos días, Sabrina, él murmuró, su voz ronca de sueño y de la tensión de la noche. - ¿Qué horas son?

- Casi ocho, señor Arthur. Yo traje su desayuno, ella respondió, y él oyó el tilintar suave de los cubiertos en la bandeja. Ella colocó la bandeja sobre la mesita de noche. - ¿Cómo el señor se está sintiendo esta mañana?

Arthur vaciló por un momento. - Con un dolor de cabeza terrible, él admitió, y después, con un tono más bajo, casi avergonzado, añadió: - Yo... yo tuve otra pesadilla, ¿no fue?

Sabrina se sentó en el borde de la cama, su mano extendiéndose para encontrar la de él, un toque leve y reconfortante. - Sí, señor Arthur, el señor tuvo. Pero ya pasó. El señor está seguro ahora.

Ella apretó gentilmente la mano de él. - Voy a traer un remedio para el dolor de cabeza así que el señor tome el café.

La presencia de ella, la calma en su voz y el toque suave de su mano eran como un bálsamo para Arthur. Él podía sentir la preocupación genuina de ella, y eso lo hizo sentirse un poco menos solo en su oscuridad. - Gracias, Sabrina, él dijo, una pizca de alivio en su voz. - Gracias por estar aquí.

Sabrina apenas sonrió, una sonrisa que él no podía ver, pero que él podía sentir en la levedad de su presencia. - Es para eso que estoy aquí, señor Arthur.

La mañana avanzaba, y la tormenta allá afuera parecía cada vez más inminente. Dentro del cuarto, no obstante, una nueva dinámica comenzaba a formarse, tejida por los hilos invisibles de la confianza y del cuidado.

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