Un militar altamente entrenado es asignado a una delicada misión de rescate: salvar al hijo de un renombrado médico genetista, secuestrado por un grupo rebelde que busca controlar sus investigaciones revolucionarias sobre la erradicación de problemas genéticos en bebés.
Durante la operación, un imprevisto los hace perderse en un bosque denso y peligroso. Aislados y bajo amenaza constante, ambos deben unir fuerzas para sobrevivir mientras esperan el rescate.
En medio del caos, la convivencia forzada y la confidencia mutua despiertan sentimientos inesperados, llevándolos a descubrir un amor intenso y prohibido que desafía sus realidades.
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Capítulo 5
...Wong Jiho...
¡Qué mierda!
Me duele todo el cuerpo, no tengo la menor idea de cuántos días llevo aquí, atado a esta maldita silla, comiendo esa bazofia que me trae mi carcelero particular. Ya ni siquiera siento las piernas de tan entumecidas que están por estar días y días aquí sentado.
Haría cualquier cosa por poder al menos estirar las piernas.
—¡Hola, doctor! —Reconozco la voz de mi carcelero.
—¡Hola! —Respondo sin ánimo. —¿Puede al menos decirme cuántos días llevo aquí?
—Sabe que no puedo decirle absolutamente nada, doctor. —Me quita la capucha de la cara y siento la molestia de la claridad.
—Podría al menos apagar las luces cuando vaya a quitarme la capucha, voy a terminar teniendo problemas en la vista. —Reclamé y se rió como si hubiera contado un chiste. —¿De qué te ríes?
—¿El doctor aún no ha entendido que va a morir aquí? —Habló aún riendo. —No se preocupe por su vista y sí por seguir vivo mientras pueda.
—No entiendo por qué están haciendo esto. —Hablé reflexionando. —Impidiendo que bebés sobrevivan. —Lo miré intentando traer algo de lucidez. —¿No entiende que solo estamos haciendo el bien, salvando vidas? ¿Tiene hijos?
—No tengo hijos, ni pretendo tenerlos. —Habló poniendo los ojos en blanco. —Y a nadie aquí le importan esas vidas, lo único que importa es el dinero, doctor. —Habló serio. —Ahora cállese y coma.
Me di cuenta de que discutir con él sería lo mismo que discutir con una pared. A este infeliz no le importa nada más que el dinero, es un buitre sobre la carroña.
Me siento cada vez más perdido. ¿Será este realmente mi fin? ¿Voy a morir aquí, junto con mi padre y enterrar la investigación de nuestras vidas?
Termino de comer y vuelvo a mi condición inicial, atado a este infierno de silla con la capucha en la cara.
Pasa algún tiempo, no sé si son horas o días, hasta que la puerta se abre nuevamente.
—¡Ya era hora, estoy hambriento! —Reclamé.
—¡Perdóneme, doctor Wong Jiho! —No era la voz de mi carcelero sino del infeliz Yuko Namin.
—¡Namin! —Refunfuñé.
—¿Se acuerda de mi voz? Impresionante, doctor. —Me retira la capucha. —Vine a llevarlo a dar un paseo.
Veo que hay otros dos hombres con él, me desataron y me pusieron de pie. Tuve mucha dificultad para equilibrarme, mis piernas flaquearon y casi caigo al suelo, pero ellos me sujetaron.
—¿Puede caminar, doctor? —Namin habló con esa maldita sonrisa en la cara. —No tenemos la intención de cargarlo.
—Puedo, solo necesito un apoyo. —Me dolían mucho las piernas, parecía un bebé aprendiendo a dar los primeros pasitos, pero necesitaba esto, mi cuerpo necesitaba moverse.
—¡Ayúdenlo! —Ordenó Namin, y ellos me sujetaron por los brazos y me ayudaron a caminar.
—¿A dónde vamos? —Tuve miedo de que mi padre ya estuviera aquí para morir.
—Solo a caminar un poco. —Habló de espaldas a mí. —Quiero que conozca mi trabajo, doctor. El trabajo que su madre rechazó.
Caminamos por el lugar que parecía ser un laboratorio clandestino, aunque bien equipado.
—¿Es aquí donde produce los medicamentos y vacunas de la Farmacéutica Namin? —Hablé asombrado.
—¡Claro que no! —Sonrió. —No soy tan estúpido. Aquí es donde producimos nuestros ilícitos.
—¿Ilícitos?
—Drogas, doctor. —Me miró serio esta vez. —Opio principalmente.
Dios mío, era un laboratorio clandestino de drogas. Namin es peor de lo que imaginaba.
—¿Entonces suministra drogas a la mafia? —Ya había oído a mi padre hablar de la mafia en Urba del Sur, son numerosas y algunas son muy poderosas, principalmente las de Leung.
—¡Exactamente!
—¿Dónde estamos? —Miré alrededor, no se veía mucho desde afuera, pero me parecía ser un lugar alejado de la ciudad, a lo lejos se oían sonidos de la naturaleza, debíamos estar en algún bosque.
No hay bosques en Leung, al menos no tan densos como para esconder un laboratorio de este porte. Entonces debo suponer que estamos muy distantes de la capital, tal vez aquí sea una de las ciudades pobres y poco tecnológicas de Urba del Sur.
—¿De qué importa saber dónde estamos, doctor? —Namin se detuvo frente a mí. —No es como si pudiera huir, o contárselo a alguien. Solo aproveche el paseo y cállese. Si se comporta bien, podemos hacer estos paseos con frecuencia hasta que su querido padre se una a nosotros.
—No entiendo, Namin. La erradicación del Koron no lo va a dejar pobre. —Intenté argumentar nuevamente. —Ustedes tienen otros medicamentos y vacunas, además de estas drogas.
—¡Verdad! —Volvió a sonreír. —Pero quiero el fin de esta investigación idiota. Pues quiero mucho vengarme de su madre.
—¿Mi madre? —Me detuve a reflexionar y dijo que ella se había negado a trabajar para él. —¿Qué tiene con mi madre?
—Eso no es de su incumbencia. —Sonreía con sarcasmo. —Pero sepa que la odio y por tanto odio la investigación que ella desarrolló hasta el día de su muerte.
—Hay algo muy enfermizo en usted, Namin. —Hablé con desprecio.
—¡Sí, lo hay! —Dejó de hablar y soltó una carcajada. —Y me encanta ser así, loco, enfermizo y perverso. Ahora vamos a volver a su celda, doctor.
Volvimos a la maldita celda, y nuevamente estoy atado a esta silla y con la capucha en la cara.
No hay nada que pueda hacer, así que rezo para que los dioses me envíen una luz al final del túnel.
¡No voy a morir aquí!