Una Flor En Un Mundo De Espinas

Elena se separó del abrazo lentamente, como si le costara despegarse de ese contacto tan necesario. Su mirada recorrió a Devon de arriba a abajo, notando todos los cambios que el tiempo había traído. La imagen del hermano que había conocido y extrañado durante tanto tiempo se superponía con la del hombre que ahora tenía delante. Ahora era un hombre alto y musculoso, con una presencia que exudaba autoridad y fuerza. Sus hombros eran más anchos, su mandíbula más definida, y sus ojos, aunque cálidos al mirarla, llevaban una sombra de experiencias que antes no estaban allí.

Con delicadeza, movió un mechón del cabello de Devon, que había crecido considerablemente durante su ausencia. Su mano temblaba ligeramente, pero no podía dejar de tocarlo, como si necesitara confirmar que él estaba realmente allí.

—Incluso tu peinado ha cambiado.

Añadió, su voz suave, casi reverente, mientras sus dedos acariciaban el mechón que había crecido considerablemente.

De repente, con un gesto inesperado, Devon tomó la mano de Elena y la llevó a su rostro, presionándola suavemente contra su mejilla como si buscara su caricia. El contacto de su piel suave contra la suya era reconfortante, una sensación que había extrañado más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Devon, aún sosteniendo su mano contra su mejilla, abrió los ojos y la miró con una intensidad que la hizo contener la respiración. Con una delicadeza que contrastaba con su apariencia de guerrero endurecido, Devon tomó un mechón del largo cabello de Elena entre sus dedos y lo besó suavemente, como si fuera un tesoro preciado. Su mirada nunca dejó la de ella.

—Tú también has crecido, Elena.

Susurró, su voz llena de una mezcla de asombro y cariño.

Antes de que pudieran decir más, un leve pero firme tos interrumpió la atmósfera cargada de sentimientos. Devon giró la cabeza, su expresión de irritación evidente al ser sacado de ese momento íntimo. En la entrada del estudio, una de las doncellas principales de la mansión esperaba, su postura rígida y respetuosa.

—Mi señor.

Dijo la doncella con una leve inclinación.

—El Duque lo está buscando.

Devon frunció el ceño, su disgusto ante la interrupción era palpable. No quería dejar a Elena, no cuando acababa de reencontrarse con ella después de tanto tiempo.

—Más tarde. Estoy ocupado.

Replicó con tono cortante. Pero antes de que la doncella pudiera responder, Elena tomó suavemente la mano de Devon y la apretó, buscando calmar su irritación. Sus ojos azules se encontraron con los de él, transmitiéndole una comprensión silenciosa.

—Hermano, ve. Se trata de nuestro padre... Podemos vernos después. Además, seguro estás cansado y necesitas descansar.

Las palabras de Elena, dichas con esa voz suave que solo ella podía usar para apaciguarlo, tuvieron el efecto deseado. Devon soltó un suspiro, dejando que la tensión abandonara sus hombros. Asintió y se inclinó hacia ella, rozando su frente con sus labios en un gesto protector antes de dirigirse a la puerta.

—Volveré pronto, Elena.

Prometió con firmeza.

Elena lo observó marcharse, su corazón apretado pero a la vez lleno de una nueva esperanza. Apenas la figura de Devon desapareció por la puerta, sintió que la oscuridad en la que había estado inmersa se disipaba ligeramente. Aunque la soledad seguía presente, ahora tenía algo por lo cual esperar. Devon era su rayo de luz, la única persona en el mundo que le hacía sentir viva, que no era invisible.

Por su parte, Devon se dirigió al estudio de su padre con pasos firmes, aunque su mente seguía con Elena. Cuando entró, el Duque lo recibió con una expresión fría, apenas levantando la vista de los documentos sobre su escritorio.

—Devon.

Dijo el Duque sin rodeos.

—A pesar de los años, no has perdido esa mala costumbre de ir primero a ver a esa niña antes que a mí.

La reprimenda en su voz era clara, pero Devon no se molestó en responder. Sabía que nada de lo que dijera cambiaría la naturaleza de su relación con su padre. En cambio, permaneció en silencio, observando al Duque con una calma que ocultaba sus verdaderos pensamientos.

El Duque, acostumbrado a una resistencia mayor por parte de su hijo, se sorprendió por su actitud. Sin embargo, no dejó que eso lo detuviera y continuó.

—Debes prepararte, Devon. Tu compromiso con Isabella se hará oficial pronto. Ella estará aquí en poco tiempo para la fiesta de compromiso.

El Duque esperaba una reacción adversa, quizás una queja o al menos una muestra de descontento, pero Devon simplemente asintió, su rostro imperturbable. La calma en su hijo era desconcertante, y por un momento, el Duque pensó que tal vez Devon había aprendido a aceptar lo inevitable, a no cuestionar sus decisiones.

—Bien.

Dijo el Duque, ocultando su sorpresa.

—Puedes retirarte y descansar.

Devon inclinó la cabeza en un gesto de despedida y salió del estudio sin una palabra más. Mientras se alejaba, su mente estaba lejos de los planes de compromiso. Sus pensamientos seguían regresando a Elena, a la mujer que había encontrado en lugar de la niña que recordaba.

Al mismo tiempo, en el Marquesado Mascia, Isabella recibió una carta del Duque. En ella, se le informaba del regreso de Devon y de la inminente organización de la fiesta de compromiso. Isabella no pudo contener la sonrisa de triunfo que curvó sus labios. Creía que finalmente, todos sus deseos se cumplirían y que pronto sería la esposa del hombre que había idealizado durante tanto tiempo. Con renovada energía, comenzó a hacer los preparativos, segura de que su destino estaba sellado.

Antes de su partida al Ducado, Isabella tenía una reunión pendiente. Se encontraba en su habitación, ajustando los detalles finales de su atuendo antes de partir hacia una fiesta de té a la que había sido invitada. Sabía que esta reunión sería la oportunidad perfecta para difundir la noticia de la oficialización de su compromiso con Devon y dejar claro su lugar en la alta sociedad.

Isabella llegó a la fiesta de té con la gracia y la confianza de alguien que sabía que todas las miradas estarían puestas en ella. Vestida con un elegante vestido de seda, su presencia era impecable, y los murmullos se apagaron cuando entró al salón.

Después de los saludos de rigor, las conversaciones comenzaron a fluir, y no pasó mucho tiempo antes de que Isabella, con una sonrisa controlada, mencionara casualmente su próximo viaje al Ducado Cortés. Las damas a su alrededor, siempre ávidas de novedades, rápidamente la rodearon, haciendo preguntas y ofreciendo cumplidos.

—Sí, estaré viajando en unos días. Parece que la fiesta de compromiso se organizará pronto.

Dijo, con una falsa modestia que no podía ocultar del todo la satisfacción en su voz. Las reacciones fueron inmediatas, un murmullo de excitación recorrió la sala mientras las damas comentaban la noticia entre ellas.

Entre las invitadas, una joven de mirada aguda y modales impecables, la señorita Marjorie, se inclinó hacia adelante con aparente curiosidad.

— Señorita Isabella, ¿es cierto lo que se dice sobre el anillo de compromiso? He oído rumores fascinantes…

Isabella levantó una ceja, su interés visiblemente despertado.

—¿Qué clase de rumores?

Preguntó, manteniendo su tono casual.

—Se habla de una gema muy particular, "el espejo del cielo". Un diamante azul, casi del mismo color que el cielo despejado, y de una belleza excepcional. Dicen que el joven Duque de Cortés lo compró en una subasta hace unos días.

La sala quedó en silencio, todas las miradas fijas en Isabella, esperando su reacción. Isabella, aunque sorprendida por la noticia, mantuvo su compostura. Una sonrisa controlada curvó sus labios mientras su mente volaba con posibilidades. ¿Podría ser que Devon realmente había adquirido esa magnífica gema para ella?

—El tiempo lo dirá.

Respondió con un tono de humildad, aunque su corazón latía con emoción.

Las damas comenzaron a susurrar entre ellas, especulando sobre el esplendor de la supuesta gema que podía ser convertida en el anillo de compromiso. Isabella, aunque exteriormente tranquila, se deleitaba internamente con la idea. Si esa gema terminaba en un anillo que era para ella, su estatus quedaría aún más elevado, y su posición como futura Duquesa de Cortés sería indiscutible.