LA VETERANA: ¡NO ERES MI TIPO! ALÉJATE
María Teresa Andrade, dueña de una pequeña tienda de esencias naturales y exóticas para postres, lleva una vida tranquila tras diez años de viudez. A sus 45 años, parece que el amor es un capítulo cerrado...
Hasta que Marcello Dosantos, un carismático repostero diez años menor, entra en su vida. Él es todo lo que ella intenta evitar: extrovertido, apasionado, arrogante y obstinado. Lo opuesto a lo que considera "su tipo".
Es un juego de gato y ratón.
¿Logrará Marcello abrirse paso hasta su corazón?
María Teresa deberá enfrentar sus propios miedos y prejuicios. ¿Será capaz de rendirse a la tentación de unos labios más jóvenes?
¿Dejará de ser "LA VETERANA" para entregarse al amor sin reservas? O, como insiste en repetir: “¡No eres mi tipo! ALÉJATE”
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8. No te vas arrepentir
⚠️ADVERTENCIA⚠️
Este capítulo tiene contenido sensible +18, se recomienda discreción.
P.O.V. Marcello Dosantos
—¿Tu casa o la mía? —susurro, acercándome lo suficiente para sentir el calor de su piel. Ella me hace perder la cordura, pero veo en sus ojos la duda. Antes de que pierda el terreno ganado añado con mi sonrisa suave de conquistador—. Si prefieres hay un hotel cerca … Muy discreto y elegante.
Siento su cuerpo estremecerse, y veo su rostro sonrojarse. Los segundos son eternos, me preparo mentalmente para el rechazo.
—El hotel me parece bien —responde finalmente, con su voz angelical y firme—. Pero déjame ir por mis cosas y me despido de mis amigos.
Escuchar que acepto mi invitación me llena de euforía. No puedo evitar que una sonrisa triunfal se plasme en mi boca.
—Ve, muñeca —murmuro, inclinándome rozando sus labios con los míos—. Voy a cancelar la cuenta. Nos vemos en la entrada.
Mientras la observó alejarse mi corazón se acelera y mis manos tiemblan de emoción. Ella no es como ninguna mujer que haya conocido y llevado a mi cama. Es una mujer preciosa su cuerpo es un llamado a pecar. Su voz suave y segura logra intimidarme.
Unos minutos después nos encontramos, quería saltar de la emoción, por un momento temí que se hubiese arrepentido.
—Vamos —dice con una sonrisa que enciende cada fibra de mi ser. Mi cuerpo reacciona de inmediato, traicionando la calma que intento mantener.
Ya había solicitado el servicio de un carro ejecutivo, exclusivo y especial para parejas. Quien nos espera pacientemente en la entrada. Tomo su mano, notando el leve temblor que delata su nerviosismo. La aprieto con firmeza, ofreciéndole seguridad mientras la guío hacia el coche.
Al llegar, el chofer, un hombre de mediana edad, nos recibe con una sonrisa.
—¿Señor Dosantos? —pregunta, y asiento con una inclinación de cabeza.
—Bienvenidos —dice, abriendo la puerta trasera con cortesía.
Subimos al automóvil, y apenas estamos dentro, la rodeo con mis brazos. La cercanía de su cuerpo me descontrola; su perfume es suave. Al igual que su piel. La deseo tanto que siento mi masculinidad a punto de explotar.
—Te deseo —le susurro al oído, permitiendo que mi aliento roce su piel. De la manera más descarada, tomo su mano con firmeza y la guío hacia mi entrepierna, dejando que sienta lo que provoca en mí.
Ella se estremece, sus ojos me miran sorprendidos, y siento cómo intenta retroceder. Pero no sé lo permito, beso su cuello y ella vuelve a ceder, mientras mis manos comienzan a deslizarse lentamente por sus piernas. Las medias veladas que lleva son de liguero, y el simple descubrimiento hace que mi deseo se intensifique aún más.
Mis dedos recorren el borde de sus bragas.
"Mierda, son diminutas" gruño en mi mente excitándøme aún más.
Con delicadeza, aparto la tela, revelando la calidez de su piel. Mis dedos trazan con destreza cada pliegue, explorando la suavidad que parece diseñada para infartarme. Ella me mira con una mezcla de duda y deseø que me desarma por completo.
—Abre, muñeca —murmuro con voz ronca contra su oído mientras desciendo, besando su cuello y dando pequeñas mørdidas que la hacen estremecer.
Ella cierra sus ojos y poco a poco separa sus piernas, dándome permiso para continuar. Deslizo mis dedos con lentitud, recorriendo su intimid∆d, sintiendo cómo su cuerpo responde a cada caricia.
Un gemido suave escapa de sus labios mientras lleva una de sus manos a la boca mordiendo sus dedos para ahogar el grito que deseo escuchar.
Ella sigue rozando mi masculinid∆d sobre la tela de mis pantalones, y siento que necesito más. Su toque es demasiado suave, demasiado provocador. Mi paciencia se está agotando.
Aflojo mi cinturón y bajo un poco mis pantalones junto con el bóxer, liberando mi miembrø, que palpita con la necesidad de ser tocado. Ella me mira, sorprendida, con esos ojos grandes y tiernos que me hacen querer devørarla. Pero somos dos adultos, y sabemos exactamente lo que queremos. Aquí no hay espacio para juegos innecesarios.
Aunque tímida, su mano roza mi erección al descubierto, y, mierda, ese toque me hace perder el control. Un pequeño goteø se escapa de mí, delatando mi urgencia.
No puedo contenerme más. La tomo con cuidado, y la llevo sobre mi regazo. No tengo intención de p£netrarla, no todavía, pero quiero que sienta todo lo que provoca en mí
Con movimientos lentos, elevo su falda hasta su cintura. Mis manos se deslizan por su espalda mientras bajo la cremallera de su vestido. La prenda cae suavemente, dejando sus senos al descubierto.
Ella me mira sonrojada, tapa su rostro con las manos y esa timidez la hace ver más hermosa.
—Muñeca, deja de cohibirte porque hoy te aseguro que te voy a probar completa.
—¿No sé si pueda? —responde avergonzada.
—No te rehuses a gozar —mi voz es una súplica, no me puede dejar así—. Déjame llevarte al cielo, mira lo deseosas que están tus tetas —toco sus picos erectos y veo su piel erizarse.
Muerde su labio y asiente.
— Gracias, no te vas arrepentir… Te las voy a mam∆r toda la noche —le susurro al oído antes de llevar una de sus tet∆s a mi boca. Mi lengua juega con su p£zón mientras una de mis manos se desliza hacia su centro..
Ella comienza a mover sus caderas marcando un ritmo que me enloquece. Mis dedos se adentran en ella, explorándola, sintiendo cómo su cuerpo reacciona a cada toque. Sus gemidos son bajos, contenidos, pero no voy a detenerme. Quiero escuchar cómo se deja llevar por completo y pierde el control.
—Grita para mí, muñeca —le ordeno con voz ronca, llevándola al borde. Mientras lo hago, deslizo mi hømbría hasta su entrada, solo rozándola, haciéndola sentir la presión sin p£netrarla. Mi provocación no tiene límites cuando murmuro, con una sonrisa que sé que la enciende: —O te perforo ese culø ahora mismo.
Ella se estremece ante mis palabras, su respiración acelerada delata su £xcitación. Pero también noto la duda en su mirada.
—¡Ay! Me da pena con el conductor —susurra con la voz entrecortada, sus labios temblando por el placer que trata de contener.
No puedo evitar abrir los ojos con incredulidad. Su inocencia me divierte, pero también me enloquece.
Ella sonríe tímidamente, pero noto su nerviosismo.
—¿Nunca lo has hecho en un auto?…