Bajo la lluvia es una historia de romance y pasión que surge de un encuentro inesperado. Mariana, marcada por un pasado complicado, conoce a Samuel, un hombre enigmático que despierta en ella emociones olvidadas. Sin embargo, cuando su exnovio reaparece, el amor se ve amenazado por los fantasmas del pasado. Entre secretos, deseo y decisiones, ambos deberán enfrentar lo que realmente significa arriesgarse por amor.
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cap:1
El sonido del trueno resonó en el cielo mientras las gotas de lluvia caían sin tregua sobre la ciudad. Mariana corría por las calles desiertas, su abrigo empapado pegándose a su cuerpo, sus tacones resonando contra el pavimento mojado. Maldijo en voz baja por haber olvidado el paraguas en la oficina y se refugió en la primera entrada abierta que encontró: una cafetería pequeña y cálida.
Al entrar, un cálido aroma a café recién hecho y madera la envolvió. Se quitó el abrigo, dejando que el aire tibio de la calefacción la acariciara. En la esquina del local, un hombre la observaba con una sonrisa apenas perceptible. Sus ojos oscuros, profundos como la noche, parecían escrutarla.
—¿Todo bien? —preguntó él cuando Mariana se acercó al mostrador para pedir un café. Su voz era grave, con un deje seductor que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de ella.
Mariana lo miró y sonrió de forma automática.
—Sí, solo fue la lluvia. Me pilló desprevenida.
—A veces la lluvia tiene su encanto —dijo él, levantándose para acercarse. Era alto, con un porte elegante y una camisa que se ceñía perfectamente a su torso.
Mariana se sintió vulnerable bajo su mirada, pero también curiosamente atraída. No era el tipo de mujer que se dejaba intimidar fácilmente, pero algo en él la desarmaba.
—¿Te importa si te acompaño? —preguntó él, señalando la mesa donde ella acababa de sentarse.
—Claro, adelante.
La conversación fluyó con naturalidad. Él se llamaba Samuel, era arquitecto y tenía una manera encantadora de hacer que Mariana se sintiera como si fuera la única persona en el mundo. Con cada palabra, la atmósfera entre ellos se tornaba más íntima.
En un momento, la mano de Samuel rozó la de ella al tomar su taza de café, un roce que fue suficiente para que Mariana sintiera un cosquilleo que le recorrió todo el cuerpo. Ella apartó la mirada, tratando de no mostrar lo que estaba sintiendo, pero él lo notó.
—¿Frío? —preguntó Samuel, con una sonrisa juguetona.
—Un poco —murmuró Mariana.
—Quizá debas dejar que alguien te caliente —dijo él, bajando la voz, su tono un poco más profundo, más personal.
Mariana sintió cómo sus mejillas ardían. Nunca había reaccionado así con alguien. Pero había algo en él, en la intensidad de su mirada y en la seguridad con la que hablaba, que hacía imposible ignorarlo.
La lluvia seguía golpeando las ventanas de la cafetería cuando Samuel le propuso algo inesperado.
—¿Qué tal si te llevo a casa? No parece que vaya a parar pronto.
Mariana dudó por un instante, pero asintió. Había algo en él que la hacía sentirse segura, a pesar de lo intenso que era todo.
El trayecto hasta el apartamento de Mariana fue breve pero cargado de una tensión palpable. Al llegar, ella lo invitó a subir, casi sin pensar. En el interior, mientras se quitaban los abrigos mojados, el silencio se volvió más elocuente que cualquier palabra.
—Tienes algo aquí —dijo Samuel, señalando una gota que resbalaba por el cuello de Mariana.
Ella apenas pudo respirar cuando sintió sus dedos rozar su piel. Antes de que pudiera reaccionar, sus labios estaban sobre los de ella, cálidos, exigentes, llenos de deseo. Mariana se dejó llevar, sus manos enredándose en su cabello mientras la lluvia seguía siendo el único testigo de su encuentro.
Esa noche, entre susurros y caricias, descubrieron que a veces las tormentas no solo limpian el cielo, sino también las barreras que uno se pone en el corazón