La Reina Oculta

Rowan no necesitó mirar a Emma para saber lo que estaba pasando por su mente.

—Se refiere a Kattie —dijo, y sin esperar respuesta, la tomó de la mano y la guío rápidamente hacia la cabaña donde se encontraba Kattie. Su paso era firme, decidido, pero Emma sentía cómo su propio cuerpo respondía de forma contraria: su corazón latía con fuerza, un torbellino de emociones llenaba su pecho. Esperanza, miedo, confusión y algo que no podía identificar del todo. Un mar de sentimientos que la desbordaba.

Cuando llegaron a la cabaña, una sensación extraña se apoderó de Emma. Al entrar, sus ojos se posaron en Kattie, recostada sobre una cama de madera oscura, rodeada por un suave resplandor mágico. El brillo parecía contenerla, como si la magia misma fuera una prisión, pero una prisión que la contenía y protegía al mismo tiempo. Las marcas rojas en sus brazos ya comenzaban a sanar, testigos de una lucha, de algo que había sucedido en el tiempo en que estuvo ausente.

Sin embargo, lo que más desconcertaba a Emma no era el resplandor ni las cicatrices. Eran los ojos de Kattie, esos mismos ojos que habían sido su refugio, su fuente de calor, que ahora se veían fríos, desconfiados, completamente ajenos.

—¿Qué le hicieron? —preguntó, con su voz cargada de una preocupación tan palpable que incluso ella misma la podía sentir vibrar en el aire. Se acercó con cautela, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera destapar un abismo en el que no sabía si quería caer.

Un hombre apareció entonces. Alto, rubio y musculoso, de pie con una presencia que llenaba la habitación. La túnica blanca que llevaba reflejaba la luz del resplandor mágico, y sus ojos, aunque tranquilos, parecían ser la calma antes de una tormenta. Era Alden, uno de los ancianos de Elandor, que de anciano solo tenía el título, al igual que Rowan. Su mirada fija y segura pasó de Emma a Kattie y luego se detuvo en ella con una respuesta firme, como si la hubiese estado esperando.

—Intentó atacarnos al despertar— habló en voz baja pero autoritaria. — Tuvimos que suprimir su magia.

Emma sintió un nudo en el estómago. La idea de que Kattie, hubiera atacado a alguien, no coincidía con la Kattie que ella conocía. A pesar de su preocupación, se acercó lentamente, con el corazón acelerado, y miró a Kattie a los ojos. No era la mirada de antes, aquella llena de confianza y calor. No. Ahora sus ojos la analizaban con una frialdad que Emma no podía reconocer, como si buscase algo más allá de la simple presencia de su amiga.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, en un tono suave, casi temeroso. No sabía si estaba preguntando por el estado físico de Kattie o por el emocional, pero una parte de ella sentía que ambas respuestas eran vitales.

Kattie abrió los ojos lentamente. Había algo en ese movimiento, algo tan deliberado que Emma no pudo evitar sentir un escalofrío. Cuando la miró, la intensidad de la mirada fue tal que Emma sintió como si estuviera siendo vista, escudriñada, casi despojada. Los segundos se alargaron entre ellas, y Kattie no dijo nada.

Finalmente, sus labios se movieron, y la pregunta que salió de su boca fue como un golpe directo en el corazón de Emma.

—¿Quién eres?

Las palabras fueron frías, vacías, desconfiadas, como si nada de lo que habían vivido juntas importara. Emma dio un paso atrás, como si la realidad hubiera cobrado forma física y la empujara hacia atrás. Algo en su mirada, en su voz le resultaba extrañamente desconocido. La conexión que siempre había sentido con Kattie no estaba y eso la hacía sentir vacía, como si hubiera perdido algo vital en su vida.

Alden, al ver la reacción de Emma, bajó la voz, acercándose más a ella. Sus palabras llegaron cargadas de misterio, susurradas casi, como si temiera que las paredes mismas pudieran escuchar.

—No es quien aparenta — dijo, con un tono grave y bajo, dejando caer esas palabras como una sentencia.

Emma lo miró, con el ceño fruncido y una multitud de preguntas formándose en su mente. ¿Qué quería decir con eso? ¿si no es Kattie, quién es?

(...)

Emma respiró profundamente mientras observaba a quien parecia ser Kattie. Durante días, la desconfianza había sido una muralla entre ambas, pero algo en la forma en que esta persona se comportaba comenzaba a sembrar dudas en su propia convicción. Era como si, poco a poco, el velo de la mentira se fuera deshaciendo.

Finalmente, en un momento de calma, la mujer se decidió a hablar:

—Emma, mi nombre no es Kattie. Soy Roderick, el padre de Kattie.

La declaración cayó como un balde de agua fría. Emma frunció el ceño, dando un paso atrás, sus instintos de defensa se alzaron en alerta inmediata.

—No te creo. —dijo Emma con la voz firme, pero su loba se removía inquieta, como si estuviera captando algo que ella no podía.

Roderick alzó las manos en un gesto de rendición.

—Lo entiendo. Pero todo lo que he hecho, incluso tomar esta forma, ha sido para proteger a mi hija. Necesitaba saber si eras de confianza antes de decirte la verdad. Necesito volver con mi hija.

Emma abrió la boca para replicar, pero fue interrumpida por Rowan, quien había permanecido en silencio, vigilante, desde el día en que Kattie despertó.

—Emma, debes tomar una decisión. Lo que este hombre dice podría ser verdad, pero también podría ser una trampa. ¿Qué planeas hacer?

Emma miró a ambos, sintiéndose atrapada entre sus palabras. Fue entonces cuando Roderick volvió a hablar, esta vez con un tono de urgencia.

—Adhara puede confirmar todo lo que digo. Ella sabe la verdad. Y tú también la sientes, ¿verdad?

La mención de Adhara hizo que un destello de sorpresa cruzara por el rostro de Rowan. Pero Emma aun dudaba, ¿y si esto solo lo decía para que le devuelvan su magia?

Emma cerró los ojos, dejando que su respiración se acompasara. Cuando los abrió, su decisión estaba tomada.

—Iremos a WinterMoon. Pero… —dijo mirando fijamente a Roderick—, mantendremos tu magia suprimida. Si mientes, serás tú quien pague las consecuencias, no permitiré que la lastimes.

Roderick asintió, aceptando las condiciones sin replicar. Rowan observó a Emma con algo que podría ser respeto, o quizá un alivio de que ella estuviera actuando con firmeza.

Antes de partir, Emma sabía que había algo más que debía resolver. Se dirigió a la cabaña donde se encontraban Aurora y Leónidas, los reyes alfas, quienes ya la esperaban.