En la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una serie de desapariciones misteriosas aterra a la comunidad. A pesar de los esfuerzos de la policía local, las víctimas desaparecen sin dejar rastro. Héctor Ramírez, un detective experimentado, es llamado para investigar. Mientras avanza en su pesquisa, descubre que las desapariciones están conectadas por una serie de pistas inquietantes que parecen ir más allá de lo criminal. Atrapado en un misterio que desafía su comprensión, Héctor se enfrenta a fuerzas que no pueden ser explicadas por la lógica. A medida que el caso avanza, la atmósfera de la ciudad, cargada de historia y superstición, se convierte en un campo de juego para lo sobrenatural.
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19 de Abril 2024
Bitácora del Inspector Héctor Ramírez
Apenas amanecía cuando recibimos una llamada de emergencia en la estación. Un agricultor que trabajaba en las afueras de la ciudad había encontrado algo extraño en el borde de su propiedad. “Es como un altar o algo así”, dijo con voz temblorosa, “y hay marcas… cosas que no entiendo.”
La noticia sacudió a todo el equipo. A pesar de las semanas de trabajo, esta era la primera vez que alguien reportaba algo tan concreto. Me vestí apresuradamente, mientras Clara organizaba el equipo para trasladarse al lugar. Aurelio también fue convocado, aunque no como parte oficial del equipo, sino como nuestro ya habitual consultor.
El sitio estaba a unos 40 minutos de la ciudad, en un terreno semiabandonado rodeado de maleza y árboles secos. Cuando llegamos, el agricultor, un hombre mayor de rostro curtido por el sol, nos esperaba nervioso.
—No quise tocar nada, pero es… raro. No es algo que se vea por aquí —dijo mientras nos guiaba hacia un claro.
Al llegar, comprendí lo que quería decir. En el centro del claro había una estructura improvisada hecha de madera y piedra, decorada con símbolos grabados. A su alrededor, se esparcían velas apagadas, todas negras, y manchas de cera seca que habían goteado en la tierra. El suelo estaba marcado con figuras geométricas que parecían haber sido trazadas con algún polvo blanco, y en el centro del altar había un trozo de tela oscura con la frase "Mox Perveniet" bordada en hilo rojo.
Clara cubrió su boca con una mano, impresionada por la escena. Aurelio, por otro lado, se arrodilló lentamente, examinando cada detalle con una mezcla de fascinación y preocupación.
—Esto no es improvisado. Es meticuloso, planeado. Quien hizo esto sabe lo que está haciendo —dijo, más para sí mismo que para nosotros.
—¿Qué significa todo esto? —pregunté, tratando de procesar lo que veíamos.
Aurelio señaló las figuras en el suelo. —Son símbolos de invocación, aunque no exactamente los que solía ver en los libros de mi padre. Parecen ser una mezcla de tradiciones… algo más contemporáneo, pero con raíces en prácticas antiguas. Esto no es solo para asustar; es funcional, o al menos, lo intentaron.
El equipo forense llegó poco después, comenzando a documentar y recolectar evidencias. Mientras tanto, Aurelio continuó estudiando el altar. Parecía incómodo, como si algo en el ambiente le estuviera afectando.
—Hay una intención aquí. Una… petición —dijo en voz baja, señalando el bordado rojo. —Esto no es solo un mensaje; es una afirmación. Quien hizo esto está seguro de que lo que busca va a llegar.
—¿Llegar? ¿Qué es lo que quieren que llegue? —preguntó Clara, visiblemente perturbada.
Aurelio no respondió de inmediato. En cambio, se acercó a una de las velas, inspeccionando los restos de cera. —Algo o alguien. Pero esto es solo una parte del rompecabezas. El altar no tiene fuerza por sí mismo. Necesita algo más… sangre, vida, una ofrenda.
Su comentario hizo que un escalofrío recorriera mi espalda. Había escuchado términos como esos antes, pero siempre los asocié con películas o relatos ficticios, nunca con una investigación real.
—¿Crees que esto está relacionado con las desapariciones? —insistí, buscando algo tangible en medio del caos.
Aurelio asintió lentamente. —Estoy casi seguro. Este altar es un punto de anclaje. Si logramos descifrar su propósito, podríamos adelantarnos al siguiente movimiento.
Mientras hablábamos, uno de los técnicos forenses se acercó con una expresión seria. —Inspector, encontramos algo más.
Nos llevó a unos metros del altar, donde habían descubierto una pequeña fosa cubierta con ramas. Al removerlas, se reveló una bolsa de plástico negro, sellada con cinta adhesiva. La abrimos con cuidado, temiendo lo peor.
Dentro, encontramos ropa. Piezas que, según los reportes, pertenecían a Ernesto López. Pero lo más inquietante era un cuaderno pequeño, similar al que habíamos encontrado en la casa de Mariana. Sus páginas estaban llenas de garabatos y símbolos similares a los del altar, junto con frases escritas en latín y español.
—Esto confirma que estamos en el camino correcto —dijo Aurelio mientras revisaba las páginas. —Pero también significa que Ernesto probablemente ya está fuera de nuestro alcance.
Clara bajó la mirada, frustrada. —¿Por qué siempre llegamos tarde?
—No es cuestión de llegar tarde. Es cuestión de entender el juego antes de que termine —respondió Aurelio con firmeza.
Pasamos el resto del día en el lugar, recolectando pruebas y tratando de reconstruir la escena. El agricultor que nos había alertado se mantuvo al margen, visiblemente incómodo con toda la actividad. Cuando le pregunté si había visto algo extraño antes de encontrar el altar, negó con la cabeza.
—Todo estaba tranquilo hasta ayer. Pero a veces se escuchan cosas por la noche, como pasos o voces. Pensé que eran animales o algún borracho, pero ahora… no estoy seguro.
Mientras regresábamos a la estación, sentí que el caso se volvía más pesado. Cada nuevo descubrimiento añadía capas de complejidad, pero también aumentaba mi sensación de impotencia. Clara trataba de mantenerse positiva, pero la presión la estaba afectando tanto como a mí.
Aurelio, por otro lado, parecía más enfocado que nunca. Durante el viaje de regreso, se dedicó a tomar notas en silencio, garabateando símbolos y palabras que no podía entender.
Esa noche, mientras revisaba mis propias notas, recibí un mensaje de Aurelio. Era una fotografía de uno de los dibujos del altar, junto con un breve texto:
"El patrón está incompleto. Necesitamos más información sobre las víctimas y sus conexiones. Reúnan todo lo que puedan sobre sus vidas antes de desaparecer."
Su mensaje me dejó despierto durante horas, pensando en cada detalle que habíamos pasado por alto. ¿Había algo en sus vidas que los conectara? ¿Algo que los hiciera vulnerables a esto?
El caso estaba tomando un giro que desafiaba todo lo que sabía sobre investigaciones policiales. Las pistas no eran físicas, sino simbólicas; las respuestas no estaban en pruebas forenses, sino en los misterios de una práctica que apenas comenzábamos a comprender.
Mientras el reloj seguía avanzando, sabía que nos estábamos quedando sin tiempo. Y con cada minuto que pasaba, la sensación de que algo oscuro se acercaba se hacía más fuerte.