Perteneces a Mí
Una novela de Deanis Arias
No todos los ricos quieren ser vistos.
No todos los que parecen frágiles lo son.
Y no todos los encuentros son casualidad…
Eiden oculta su fortuna tras una apariencia descuidada y un carácter sumiso. Enamorado de una chica que solo lo utiliza y lo humilla, gasta su dinero en regalos… que ella entrega a otro. Hasta que el olvido de un cumpleaños lo rompe por dentro y lo obliga a dejar atrás al chico débil que fingía ser.
Pero en la misma noche que decide cambiar su vida, Eiden salva —sin saberlo— a Ayleen, la hija de uno de los mafiosos más poderosos del país, justo cuando ella intentaba saltar al vacío. Fuerte, peligrosa y marcada por la pérdida, Ayleen no cree en el amor… pero desde ese momento, lo decide sin dudar: ese chico le pertenece.
Ahora, en un mundo de poder oculto, heridas abiertas, deseo posesivo y una pasión incontrolable, Eiden y Ayleen iniciarán un camino sin marcha atrás.
Porque a veces el amor no se elige…
Se toma.
NovelToon tiene autorización de Deanis Arias para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 23 – Ecos de la sangre
La lluvia golpeaba los cristales del apartamento como si quisiera borrar el mundo que había afuera.
Eiden no podía apartar la mirada de la carpeta que Marisol le había dado. Había pasado horas mirándola sin abrirla. Como si adentro hubiera dinamita en vez de papel.
Ayleen se sentó a su lado.
—Cuando estés listo.
Eiden asintió. Y la abrió.
La primera hoja era una carta. De puño y letra de su madre.
> “Si alguien está leyendo esto, significa que no sobreviví al intento.
Lo sabré cuando me sigan los autos sin placas, cuando mi celular suene pero nadie hable, cuando alguien se siente a mi lado en la cafetería sin pedir nada.
Entonces sabré que me quedan días.
A ti, Eiden, si ya eres grande… te pido perdón.
Perdón por no contarte antes.
Perdón por no haber corrido más rápido.
Pero también te dejo esto, para que no vivas buscando culpables en las sombras… sino verdades en la luz.”
Ayleen sintió que las lágrimas le ardían en la garganta.
Eiden solo cerró los ojos.
Debajo de la carta, un segundo documento.
Sellado. Legal.
Una denuncia firmada por Luisa Marent.
Con un nombre destacado.
No era Baltazar.
Era… Elías Torres.
Elías, esposo de la hermana de Luisa.
Padre de Samantha.
Y contacto directo entre el despacho legal y los “clientes pesados”.
—¿Él fue el que la entregó? —murmuró Ayleen.
—No solo eso —dijo Eiden, con los labios temblorosos—.
Él fue quien me sacó del país por unos meses, cuando ella murió.
Yo… confiaba en él.
Baltazar encendió un puro que no fumó. Caminaba por su oficina como si las paredes se fueran cerrando. Helena no había regresado. Su hija ya no lo escuchaba. El círculo de poder se deshacía bajo sus pies.
Tomó una botella de whisky. Sirvió un trago. Lo dejó intacto.
Miró el retrato de Ayleen de niña.
—¿Qué hice? —murmuró.
Pero no había respuesta.
Porque lo que había hecho… no podía deshacerse.
El mensaje fue claro:
“Estamos listos. Si quieren que el mundo escuche, esta es la vía.”
Eiden y Ayleen se reunieron en línea con una periodista reconocida de un medio internacional con base en Berlín. Tenía la voz de quien ha escuchado demasiadas tragedias… pero aún no se cansa de buscarlas.
—¿Están seguros de lo que están por hacer? —preguntó ella, mirando a ambos a través de la cámara.
—Esto no es por venganza —dijo Eiden—.
Es por justicia. Y por verdad.
—Entonces enviad todo. Hoy mismo.
Cuando esto salga… no habrá escondites.
Samantha, por su parte, caminaba sin dirección. Su mochila colgada al hombro, un pasaporte falso en el bolsillo. Había comprado un boleto a ningún lugar. Pero algo la detuvo.
Una notificación. Un mensaje. Un nombre.
Elías.
Su padre.
Había sido llamado a declarar. No por los documentos de Eiden, sino por un testigo anónimo… que había entregado pruebas.
—Marisol —susurró.
Entonces supo que no podía irse aún.
Tenía una última cosa que hacer.
En la mansión Rivas, Baltazar recibió una caja. Sin remitente. Dentro, solo dos objetos:
Un reloj de bolsillo… y un sobre cerrado.
Abrió el sobre. La nota era breve.
“La primera vez que elegiste el poder por encima de la sangre, marcaste el tiempo.
Ahora el tiempo se acabó.”
En el fondo del sobre… una bala.
Con su nombre grabado.
Baltazar dejó caer la nota. Y por primera vez, su mano tembló.
Helena conducía por la autopista cuando recibió la confirmación en su teléfono:
“Archivo recibido. Publicación programada en 8 horas.”
Miró por el retrovisor.
Eiden y Ayleen dormían en el asiento trasero, abrazados, como si en ese momento… aún tuvieran paz.
Pero Helena sabía que no duraría.
Porque cuando el sol saliera…
el mundo ya no sería el mismo.
A las 8:00 p.m., las notificaciones comenzaron a llegar. Los medios internacionales no pudieron evitarlo. Las redes sociales se encendieron como un incendio fuera de control.
“Documentos revelan la implicación de Baltazar Rivas en una red de lavado de dinero y corrupción judicial.”
“El negocio de la sangre: El vínculo entre el padre de Ayleen Rivas y la muerte de Luisa Marent.”
El informe era innegable. Cada fotografía, cada grabación, cada transacción. El mundo estaba mirando.
Eiden y Ayleen seguían en el mismo refugio, sin saber lo que se desataba afuera. Pero al recibir las primeras alertas en su celular, el peso de la verdad los abrumó.
—Lo logramos —dijo Ayleen, con los ojos en la pantalla, pero sin mostrar alivio.
Eiden no respondió, solo apretó la mandíbula. El dolor de la verdad no era un alivio, sino una maldición.
—¿Y ahora qué? —preguntó él, mirando la ciudad desde la ventana.
—Ahora… todo lo que venga será la consecuencia.
Y debemos estar listos.
A las 10:30 p.m., Baltazar se encontraba en su oficina. La lluvia golpeaba la ventana con fuerza, como si el universo lo desafiara a tomar la última decisión.
Estaba solo. Sus hombres, sus aliados, ya no eran suficientes.
La noticia de la filtración lo golpeó como un martillo. No había forma de encubrirlo. No había forma de detenerlo. Pero había una forma de controlarlo.
Tomó el teléfono y marcó un número que ya no pensaba volver a usar.
—Hazlo —dijo sin titubear.
La voz del otro lado respondió con frialdad.
—Lo que estás pidiendo no es sencillo.
—No me importa lo sencillo.
Lo quiero hecho.
Colgó el teléfono y se quedó allí, mirando la lluvia caer, sin saber qué sería lo siguiente. Sin saber que el enemigo más grande estaba a punto de ser él mismo.
En la misma ciudad, una figura vestida con un abrigo oscuro se acercaba a un parque. Samantha, que había estado en constante movimiento, decidió hacer una pausa. No se podía ir sin enfrentarse a lo que había dejado atrás.
Elías estaba al fondo, en una esquina oscura del parque. No lo había visto llegar. Pero estaba allí. Su padre. El hombre que había cambiado su vida para siempre.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó Samantha, enfrentándose a él.
Elías la miró con una mezcla de desdén y arrepentimiento.
—Porque ya no podía protegerte.
Porque en el momento que decidiste entrar a ese mundo,
te convertiste en parte de la batalla.
Samantha dio un paso atrás.
—Eso no es una excusa para mentir.
Él suspiró y levantó la mano, como si quisiera pedir perdón, pero algo se detuvo en su garganta.
—Ya no puedo proteger a nadie —dijo con una sonrisa amarga.
La noticia de la filtración se expandió más rápido de lo que Ayleen y Eiden esperaban. El caos comenzó a tomar forma en las calles: protestas, bloqueos, y llamadas a la justicia que ya no podían ser ignoradas.
Sin embargo, un mensaje más llegó a sus manos.
"Elías Torres ha sido visto en el puerto. Está huyendo hacia el extranjero. Búsquenlo antes de que salga."
—¿Lo detendremos? —preguntó Ayleen.
Eiden lo pensó por un momento.
—No.
Él ya no tiene poder.
Nosotros sí.
Y juntos, en ese instante, supieron que el siguiente paso sería aún más complicado que exponer la verdad:
eliminar la corrupción sin perderse en ella.
En una habitación privada del puerto, Elías recibió un sobre con el nombre de Ayleen Rivas.
Cuando lo abrió, encontró una carta:
“Gracias por tu traición. Ahora eres libre. A cambio, todo lo que has hecho quedará en el olvido.”
Bajo la carta, una fotografía de su hija, Samantha, tomada hace años. Y un número al final de la página:
"Llama si quieres volver a ser parte de algo."
Elías miró la carta con una sonrisa torcida. Sabía que su historia no había terminado. Solo estaba empezando de nuevo.