Morir a los 23 años no estaba en sus planes.
Renacer… mucho menos.
Traicionada por el hombre que decía amarla y por la amiga que juró protegerla, Lin Yuwei perdió todo lo que era suyo.
Pero cuando abrió los ojos otra vez, descubrió que el destino le había dado una segunda oportunidad.
Esta vez no será ingenua.
Esta vez no caerá en sus trampas.
Y esta vez, usará todo el poder del único hombre que siempre estuvo a su lado: su tío adoptivo.
Frío. Peligroso. Celoso hasta la locura.
El único que la amó en silencio… y que ahora está dispuesto a convertirse en el arma de su venganza.
Entre secretos, engaños y un deseo prohibido que late más fuerte que el odio, Yuwei aprenderá que la venganza puede ser dulce…
Y que el amor oscuro de un hombre obsesivo puede ser lo único que la salve.
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Capítulo 4— infierno en la familia
POV: Yuwei
La mano de Yifan apretaba la mía con fuerza cuando entramos al lobby de la universidad. Sus dedos cálidos rozaban mi piel como si quisiera convencerme de que su contacto me daba seguridad. Antes me lo creía. Ahora solo me daba náuseas.
El murmullo de los estudiantes se mezclaba con el eco de nuestros pasos sobre el suelo brillante. Afuera, la lluvia había cesado, pero dentro de mí seguía cayendo una tormenta. En unos meses terminaría mi internado en pediatría. En mi otra vida, jamás lo terminé: la muerte me arrancó ese futuro. Esta vez no lo permitiría.
Y entonces, la vi.
Jiahui.
Aunque en mi cabeza ya no era “Jiahui”. No. Ahora la llamaba “Vibora”. Porque eso era. Sonrisa dulce, voz suave, mirada de falsa ternura… pero veneno en cada palabra.
La Víbora se acercó como si no hubiera pasado nada la noche anterior, como si no hubiera reído mientras yo sangraba en el suelo. Su falda corta ondeaba con cada paso, el cabello suelto brillaba bajo las luces y los labios pintados de rojo formaban una curva perfecta.
—¡Yuwei! —dijo con entusiasmo, abriendo los brazos como si quisiera abrazarme—. Te estuve buscando, ¿dónde estabas?
Mi estómago se revolvió, pero mi rostro se mantuvo sereno. Ya no era la misma tonta que le creía cada palabra. Esta vez, mi sonrisa fue suave, casi tímida.
—Estuve ocupada… — Lo dije tan bajito que Yifan apenas lo notó, pero suficiente para que ella arquease una ceja, confundida.
—¿Qué dijiste? —preguntó con un tono ligero, pero yo pude ver cómo se tensaba el brillo en sus ojos.
—Nada. —Respondí con dulzura, apretando más la mano de Yifan como si buscara refugio en él. El teatro debía continuar.
Yifan, como el idiota que era, se tragó el papel.
—Jiahui, no empieces. —Su voz sonaba protectora, y me daban ganas de reír. No entendía que yo ya sabía todo, que ahora era yo quien jugaba con ellos.
La Víbora sonrió de nuevo, ese gesto hipócrita que tantas veces me envenenó.
—Qué lindos se ven juntos. —Lo dijo con esa falsa inocencia que ocultaba una puñalada—. Aunque, Yifan, deberías tener cuidado… su tío puede aparecer en cualquier momento, ¿no?
El aire a mi alrededor se volvió denso al escuchar la palabra “tío”.Antes, ese comentario me habría hecho sentir culpable, atrapada, como si Zhao Lian fuera el carcelero de mi vida.
Apreté la mano de Yifan y sonreí, fingiendo nerviosismo. Por dentro, solo pensaba en una cosa: “Juega, jiahui. Sigue jugando. Esta vez seré yo la que te clave los colmillos.”
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Mientras tanto, en la mansión de la familia Zhao, el ambiente era todo menos tranquilo. El gran comedor estaba iluminado por lámparas de cristal, pero ni la luz lograba suavizar la tensión que impregnaba la sala.
El patriarca Zhao, un hombre de voz grave y mirada cansada, golpeaba la mesa con el puño cerrado. A su lado, su segunda esposa —la madrastra de Lian— observaba la escena con una sonrisa contenida, como si disfrutara de cada reproche que su marido lanzaba.
Al otro extremo de la mesa estaban los medios hermanos de Lian, dos hombres de traje que lo miraban con odio abierto, como si la sangre que compartían no significara nada.
En el centro de todos, Zhao Lian.
El traje oscuro aún perfectamente en su lugar, la espalda recta, una pierna cruzada sobre la otra. En una mano sostenía su celular, donde acababa de recibir varias fotos: imágenes de Yuwei entrando al lobby de la universidad, de Chen Yifan tomándola de la mano.
En la otra mano giraba un encendedor plateado, haciéndolo chocar una y otra vez hasta que la flama surgía y se apagaba. El reflejo naranja iluminaba sus facciones afiladas, resaltando esa sonrisa cínica que se dibujaba en sus labios.
Todos lo observaban, cada uno con su propio veneno en la mirada.
—¿Eres consciente de lo que hiciste? —gruñó el patriarca, con la vena del cuello hinchada—. ¡Mataste a uno de nuestros socios! ¡Ya corren rumores por toda la ciudad, Zhao Lian! ¿Quieres hundir a la familia?
El eco de la voz del viejo rebotó por las paredes, pero Zhao Lian no levantó la vista. Pasó el pulgar por la pantalla de su celular, ampliando una foto de Yuwei tomada a escondidas. Ella sonreía con dulzura. Esa simple imagen bastó para encender un fuego oscuro en su interior.
Encendió el mechero de nuevo, dejando que la llama brillara cerca de su rostro.
—¿Me escuchas, Lian? —insistió su padre, golpeando la mesa con fuerza—. Si sigues actuando como un psicópata, voy a quitarte las riendas de todo. ¡No permitiré que arrastres a esta familia contigo!
Sus medios hermanos asintieron en silencio, con sonrisas cómplices. La madrastra se limitó a alzar una copa de vino, disfrutando el espectáculo.
Zhao Lian apagó el encendedor y por fin levantó la cabeza. Sus ojos, oscuros y fríos, recorrieron la mesa uno por uno. Nadie se movió. Nadie se atrevió a hablar cuando su sonrisa volvió a aparecer, aún más siniestra.
—Ya están acostumbrados a mis métodos —respondió con calma, su voz grave resonando como un trueno contenido—. Si alguien en esta mesa cree que puede hacerlo mejor, que lo intente.
Un silencio sepulcral cayó sobre la sala.
El patriarca se inclinó hacia adelante, con rabia.—No siempre vas a poder protegerte con tus trucos, Lian. El poder no es eterno.
Zhao Lian sostuvo la mirada de su padre sin parpadear. Luego volvió a mirar su celular y acarició la foto de Yuwei con el pulgar, como si esa imagen fuera lo único real en un mundo lleno de farsas.
—El poder… —dijo despacio, encendiendo otra vez el mechero, dejando que la llama iluminara sus labios—. …es eterno cuando estás dispuesto a ensuciarte las manos por lo que es tuyo.
La flama brilló unos segundos más, y en ese instante, todos los presentes lo miraron como lo que siempre habían creído que era: un psicópata.
Pasaron unos minutos. Lian se levantó de la mesa con calma, guardando el celular en el bolsillo de su chaqueta. El sonido de sus zapatos resonaba sobre el mármol mientras se dirigía al vestíbulo. Nadie se atrevió a detenerlo; incluso su padre se quedó apretando los puños, impotente.
Pero cuando estuvo a punto de salir, una voz lo detuvo.
—Lian.
La voz fría de su madrastra cortó el aire como un cuchillo. Ella había salido también del comedor, con el vestido ajustado y un brillo venenoso en los ojos. Caminó hacia él con pasos firmes, la espalda recta, como si creyera que tenía poder sobre él.
—¿Hasta cuándo vas a seguir avergonzando a esta familia con tus estupideces? —escupió, con tono cargado de desprecio—. ¿No te basta con ensuciar el apellido Zhao cada vez que actúas como un delincuente? ¿Cuándo vas a entender que no eres más que un error que mi esposo nunca debió permitir?
Zhao Lian se detuvo a medio camino. No giró enseguida, solo dejó escapar una carcajada baja, seca, que heló el aire. Finalmente, volteó apenas la cabeza, mostrando una sonrisa torcida.
—Es curioso que hables de “vergüenza” —murmuró con voz grave—. Porque si de verdad el apellido Zhao fuera tan sagrado, tú jamás habrías sido suficiente para llevarlo. Tú solo fuiste una zorra amante que tuvo suerte de ser legalizada.
El rostro de la mujer se endureció al instante. El golpe resonó con fuerza cuando su mano impactó contra la mejilla de Lian. El eco de la cachetada quedó suspendido en el aire.
Él no se inmutó. La sonrisa permaneció intacta, incluso más marcada.
De repente, su mano se alzó y, con un movimiento firme, la agarró del cuello. Sus dedos largos y fuertes la apretaron apenas lo necesario para cortarle el aire, levantándola ligeramente contra la pared.
Los ojos de la madrastra se abrieron con sorpresa y miedo. Trató de soltar su agarre, pero él no se movió ni un centímetro.
—Escúchame bien...—susurró Lian, tan cerca que ella pudo sentir el calor de su aliento—. No olvides que no soy como tus hijos inútiles. Yo no necesito el apellido Zhao para destruir a cualquiera que me estorbe. Ni siquiera a ti.
Sus ojos brillaban con una oscuridad peligrosa, y en ese momento, ella entendió que aquel hombre al que tanto odiaba no era simplemente un rival… era un monstruo imposible de controlar.
Zhao Lian la soltó de golpe. El cuerpo de la mujer cayó contra la pared, tosiendo y llevándose las manos al cuello en busca de aire.
Él, por su parte, acomodó su chaqueta con calma, como si nada hubiera pasado.
—No vuelvas a provocarme —añadió con frialdad antes de darse media vuelta.
El sonido de la puerta cerrándose retumbó en el vestíbulo, mientras la madrastra lo miraba con odio ardiente y los ojos enrojecidos.