Mauro Farina es el Capo de la mafia Siciliana y el dueño de Lusso, la empresa de moda más importante del mundo, y quiere destronar a sus competidores con la nueva campaña que lanzará.
Venecia Messina es heredera de la ´Ndrangueta y el cártel de Sinaloa, y su nueva becaria.
Mauro no ha olvidado el rechazo que sufrió a manos de esa pequeña entrometida hace años, y ahora que está a su merced se vengará de esa ofensa. Lo que él no sabe es que Venecia viene para quedarse y no se dejará amedrentar por él.
¿Quién ganará esta batalla de voluntades?
Te invito a descubrirlo juntas.
NovelToon tiene autorización de Yesenia Stefany Bello González para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Olvido
Mauro
Las puertas del elevador se abren y ambos miramos el rincón donde follamos.
–Eso fue… divertido –susurra Venecia con una sonrisa.
Más personas se suben y tenemos que arrinconarnos. Quisiera besarla, sobre todo, ahora, que sus ojos siguen mirando el lugar de nuestro primer encuentro.
–No puedo creer que eso fue ayer –susurra–. Y, ya que estamos, no puedo creer que pueda caminar sin la ayuda de una silla de ruedas o un bastón –agrega en voz muy baja, con sus labios pegados a mi oído.
Nos reímos, llamando la atención del jefe de presupuestos, quien nos mira con curiosidad.
Acerco mi mano a la suya y junto nuestros dedos meñiques. Venecia muerde su labio inferior y camufla un gemido con una tos seca.
Tenía razón, deberíamos habernos quedado en la cama.
Sus ojos oscuros por el deseo se fijan en los míos y ahora el que gime soy yo, pero de frustración.
Deberíamos habernos quedado en la cama por los siguientes años.
En el piso treinta y ocho quedamos solos y ambos reímos.
–Falta poco –digo y sé que sueno como un niño pequeño quejándose por el poco tiempo que tiene para jugar con su nuevo juguete favorito.
–Tendremos tiempo –dice antes de que las puertas se abran–. Nos vemos, jefe –se despide guiñándome un ojo.
Tengo que contenerme para no subirla sobre mi regazo y darle las palmadas, que sé, está pidiendo a gritos.
–Buenos días, Bianca –saludo con una sonrisa.
–Buenos días para otro serán, no le veo nada de bueno a este día –se queja–. Tu mamá está en tu oficina.
Mi buen humor se disipa de inmediato.
–¿Quién la dejó entrar? –pregunto molesto.
Bianca me mira extrañada. –No sabía que tenía prohibido el ingreso, pero puedo encargarme ahora –dice entusiasmada–. ¿Llamo a seguridad?
–Yo me encargo, no te preocupes. Necesito que me organices una reunión con Claude y Venecia hoy.
–Lo haré.
–Y dile a seguridad que esa mujer no puede volver a entrar a este edificio –agrego antes de caminar a mi despacho.
Bianca sonríe. –Ahora mismo, cariño –suelta antes de tomar su teléfono con un renovado entusiasmo.
Entro a mi despacho, furioso.
–Creo que quedó claro que tú y yo no tenemos nada más que conversar –siseo cuando la veo sentada frente a mi escritorio.
Su aspecto ha cambiado. Su cabello está desordenado, sus uñas están quebradas, su maquillaje brilla por su ausencia y su cuerpo tiene un extraño temblor.
–Quiero mi dinero –pide y sé que mi mamá no ha entendido una palabra.
Me quito mi chaqueta con calma y luego me siento frente a la mujer que me dio la vida.
–Si quieres dinero, deberías trabajar –digo.
–¡No seas ridículo! –regaña–. Quiero lo que tu papá me dejó.
Me rio, porque sinceramente no sé qué más puedo hacer. –¿Estás segura?
–Es lo que me pertenece. Le di mi vida, quiero mi parte.
Abro el cajón a mi lado y saco el testamento que dejó ese viejo. Se lo entrego a mamá y puedo ver como palidece con cada línea que lee.
–Pero… ¿Qué pasó con las cuentas en el extranjero, las propiedades y las cuentas de inversión? Tu papá era un hombre muy rico.
–Lo era. Pero desperdició todo su dinero en apuestas y creo que ya sabes en que más –digo con cuidado–. Cuando ese viejo murió solo había deudas.
–Pero… Quiero mi parte de Lusso.
–Lusso es mío.
–Lo hiciste con el dinero de tu padre.
Suspiro cansado. He intentado explicarle esto a mi madre muchas veces, pero nunca ha estado lo suficientemente sobria para escucharme.
–Lusso lo creé yo. Empecé vendiendo vestidos en línea gracias a la ayuda de Bianca.
–¡Mientes! –grita con desesperación–. Tiene que haber algo…
–Solo deudas. No reclamé la herencia, pero si quieres puedes hacerlo tú, aunque te advierto que solo te harás dueña de deudas impagables en casa de apuestas y prostíbulos de lujo.
–Tu papá nunca me engañó con ninguna mujer –devuelve roja de ira.
–No, con mujeres no, mamá, y creo que lo sabes.
Se levanta y lanza la silla donde estaba sentada lejos. –¡No mientas!
Mi corazón duele cuando la veo reaccionar igual que ese día.
–Tú viste lo que hacía, mamá.
Lanza su cartera contra mi rostro, pero alcanzo a esquivarla. –Sigues mintiendo –me acusa–. Lo único que vi es como le rompiste un busto de yeso en la cara a tu papá, el hombre que siempre te dio todo lo que pediste –sisea–. Un hombre intachable y al que todo el mundo respetaba.
–Solo me defendí –susurro cuando recuerdo ese día–. Tú lo viste… ¡Tú viste como intentó follarme la boca! –grito ya harto de pretender que eso no sucedió–. ¡Lo viste y no dijiste nada! Cuando cayó al suelo te pedí ayuda, y lo único que hiciste fue culparme de todo –suelto todavía tratando de entender cómo mi madre no me ayudó cuando más la necesité–. Lo ayudaste a él –digo y me acerco a ella–. No protegiste a tu propio hijo.
Mamá golpea mi rostro con tanta fuerza, que sus uñas quedan clavadas en mi mejilla.
–¡Basta, asqueroso bastardo! –sisea–. Debí haber tomado el arma de tu padre y haber acabado con tu vida. Yo podría haberlo hecho feliz, pero desde que creciste nunca más me miró como lo hacía antes –se lamenta–. Tú me quitaste el amor de mi esposo.
–No quiero volver a verte en mi vida –digo–. Desde hoy tienes prohibida la entrada a mi empresa y a cualquiera de mis propiedades. Desde hoy La Cosa Nostra le pondrá un precio a tu cabeza, y más te vale que ninguno de mis hombres te encuentre. Renuncio a ti, mamá. Pensé que algún día podrías… Olvídalo. Vete y no vuelvas más.
–¡No me iré sin mi dinero!
–¡Vete o juro que soy capaz de lanzarte por la ventana! –exploto–. Lo único que siempre quise fue que me quisieras, mamá. Nunca pedí más que eso. Si lo hubieses hecho… ¡Fuera de mi empresa!
La puerta se abre y entra Venecia hecha un basilisco.
Sus ojos van directo a mi mejilla, que arde furiosamente.
Luego se gira hacia mi mamá y la golpea con un puño con tanta fuerza, que ambos podemos escuchar como su nariz se rompe.
Mamá cae al suelo sujetando su nariz, asustada y sorprendida tanto o más que yo.
Dos guardias entran y miran a Venecia, esperando órdenes.
–Arrojen a esa mujer a la calle, como la basura que es –les ordena, y los guardias obedecen de inmediato.
Cuando salen, mi chica cierra la puerta. Afirma su cabeza en la madera y rompe a llorar.
–Cariño, ¿es tu mano? –le pregunto cuando me acerco a ella.
–¡Eres tú! –devuelve antes de girarse y mirarme a los ojos. En cuanto la veo, sé que lo sabe–. Escuché todo.
Mi cuerpo se tensa y reacciono de la peor forma posible.
–¡No tienes ningún puto derecho a escuchar detrás de las puertas! –siseo y tomo su brazo con fuerza–. Que te haya follado no te da el derecho a meterte en mi vida –gruño–. ¡Fuera de aquí!
–No –responde.
–No te quiero cerca.
–No me importa, Mauro. Me tendrás cerca y no hay nada que puedas hacer para impedirlo.
La suelto y maldigo en italiano.
El cosquilleo familiar de la desesperación recorre mi nuca, y sé que necesito un alivio.
Necesito el olvido que me dan las drogas. Abro la puerta, ignorando a la mujer a mi lado, y camino al elevador.
Necesito olvidar.