Acordes De Papel

Cuando Selena llega a su mesa habitual, los mellizos ya están allí. Chloe devora una chocolatina mientras Marcus hojea un libro con gesto distraído. Apenas la ven llegar, Chloe arquea una ceja con picardía.

—Bueno, bueno... ¿Y qué tal con Kim?

Selena intenta no reaccionar, pero siente el calor subirle a la cara.

—Normal. Hemos trabajado, nada más.

—Ajá... —Chloe estira la palabra como si no creyera ni una sola letra. 

Marcus, en cambio, ni se inmuta.

—¿Ves? Te lo dije —dice él sin apartar la vista del libro—. Situación entre amigas. No hay nada que rascar esta vez.

Chloe chasquea la lengua, decepcionada, pero vuelve a la carga cuando ve que Selena se muerde el labio, inquieta.

—Vale, entonces... ¿Qué escondes?

Selena duda. 

Los ojos de Chloe brillan con esa curiosidad voraz que la define, y Marcus por fin levanta la vista, intrigado también. Selena baja la voz, casi susurrando, como si las paredes pudieran escucharla.

—Sabéis aquel móvil que me dio la manager de Luna... —murmura.

Los mellizos se inclinan hacia ella al mismo tiempo, atentos.

—Pues... —Selena inspira hondo—. Se lo di sin querer a Kim.

El silencio que sigue es absoluto. Marcus parpadea, incrédulo, mientras Chloe se tapa la boca con la mano, a punto de soltar una carcajada nerviosa.

—¿¡Qué!? —exclaman los dos al unísono.

—Tranquilos —responde con calma—, mi excusa ha sido convincente. No creo que sospeche que en ese teléfono tenga el contacto de la cantante más problemática actualmente.

Marcus abre los ojos esperanzado. Selena ha sacado el tema, es su momento para averiguar más cosas de su ídolo.

—Por cierto, ¿cómo vas con eso? —pregunta con tono conspirador—. ¿Has averiguado algo interesante sobre mi Luna?

Selena parpadea, descolocada.

—¿Interesante? —repite—. ¿A qué te refieres exactamente?

Su amigo gira la pantalla de su móvil hacia ella.

—A esto.

Selena se inclina y lee el titular: "Luna Vega vista entrando en su mansión junto al rapero DiDi Kain: ¿romance o colaboración?". En la imagen, la cantante aparece al lado del rapero, ambos entrando a la mansión de Luna bajo la mirada atenta de los paparazzi.

—Esto es de ayer por la tarde —explica Marcus, con una mezcla de emoción y triunfo—. Ya sabes cómo es, siempre rodeada de escándalos.

Selena desliza el dedo sobre la pantalla, repasando la noticia con ceño fruncido. El tono es sensacionalista, como casi todo lo que publican de Luna, pintándolos como si fuesen pareja secreta. Pero algo en su instinto le dice otra cosa.

—Yo no creo que sea lo que dicen... —murmura al fin—. Apostaría a que es para su nuevo álbum.

Marcus arquea una ceja.

—¿Tú crees? No sé, Sel. No sería la primera vez que pasa. La vida amorosa de Luna siempre ha estado llena de rumores. Chicos por todas partes, corazones rotos por aquí y por allá... Es casi parte de su marca personal.

Selena recuerda vagamente aquella confesión de la cantante, la vez que, con gesto casi desafiante, le admitió que cierta canción la escribió inspirándose en un chico a quien destrozó.

Sacude la cabeza, apartando el pensamiento. ¿Y qué? Se dice a sí misma. No importa. Que haga lo que quiera, con quien quiera. Ella vive su vida y yo no pienso formar parte más de lo necesario.

Selena no se ha percatado que aún sostiene el móvil de Marcus entre las manos cuando Chloe suelta la pulla:

—Anda, que como Luna se entere de que estás cotilleando sus líos, al final va a creer que tienes un crush con ella.

Los ojos de Selena se abren de par en par, escandalizada.

—¿Pero qué dices? —exclama, en tono ofendido—. ¡Luna Vega es... es una egocéntrica insoportable, alguien que se cree el centro del universo, que manipula a la gente para conseguir lo que quiere... y que...!

—¡Oye, oye, tranquila! —la corta Chloe levantando las manos, divertida pero también un poco sorprendida—. Era una broma, ¿vale? No digas nada más...

—¿Por qué? —Selena parpadea, confundida.

Chloe ladea la cabeza hacia Marcus. Él está inmóvil, mirándola fijamente, como si acabara de escuchar una blasfemia. Sus labios tiemblan con una mezcla de decepción y dramatismo que roza lo infantil.

—Está a punto de llorar —susurra Chloe.

Selena lo observa, y su enfado se desinfla de golpe. Suelta un suspiro y le devuelve el móvil con cuidado.

—Perdón... —murmura, bajando la voz—. Me he pasado.

Marcus traga saliva, sin apartar la vista de ella.

—¿Y... lo que has dicho? ¿No es verdad?

Selena vacila un instante, se muerde el labio.

—La mitad no lo era —admite.

Chloe se cruza de brazos y la mira de reojo.

—¿Y la otra mitad?

Selena se queda en silencio. Porque ni ella misma lo sabe. Todo lo que ha dicho podría ser mentira... o podría ser cierto. 

Luna Vega es una incógnita para ella, un rompecabezas que se resiste a encajar. Y, por más que intente simplificarla con etiquetas, se da cuenta de que no tiene ni idea de cómo es en realidad.

Se reclina en la silla, intentando restarle importancia al tema, pero en su cabeza queda flotando una sola verdad incómoda: no sabe quién es Luna Vega, y cada vez le intriga más descubrirlo.

La alarma de su teléfono personal suena de golpe, vibrando sobre la mesa con ese pitido insistente que solo ella soporta. Selena se sobresalta, se apresura a apagarla y se levanta de la silla.

—¿Dónde vas? —pregunta Chloe, arqueando una ceja.

—A estudiar —responde, recogiendo sus cosas con rapidez.

—¿A estudiar? —Marcus la mira como si acabara de confesar un crimen—. Pero si son casi las seis de la tarde. Ya no tenemos más asignaturas hoy.

Selena se cuelga la mochila al hombro y sonríe con calma, aunque sin detenerse.

—Precisamente. Debo aprovechar las pocas horas de luz que quedan. A estas horas la biblioteca está más tranquila; es el mejor momento para concentrarme.

Sin esperar más preguntas, se marcha entre los pasillos. Marcus la sigue con la mirada hasta que desaparece por la puerta. Luego suspira y se gira hacia su hermana.

—No sé qué me preocupa más, Chloe... si que de verdad vaya a estudiar a esas horas o que tenga alarmas para absolutamente todo.

Chloe se ríe bajito, encogiéndose de hombros.

—Es Selena. Nunca vas a entenderla del todo.

Mientras tanto, su amiga ya atraviesa el campus en dirección a la biblioteca. El aire fresco de la tarde la despeja, y al llegar al edificio siente esa calma que tanto le gusta: el silencio espeso, apenas interrumpido por el pasar de páginas y el clic de algún teclado.

Se acomoda en una de las mesas más alejadas, en la zona con ordenadores portátiles de uso libre. En su apartamento apenas tiene lo justo —y desde luego, ni internet rápido ni equipos como estos—, así que aprovecha todo lo que puede de la universidad. Enciende un portátil, coloca su agenda delante de ella y la abre.

Primero revisa su lista mental de tareas. 

Analiza lo que queda pendiente para la clase de Literatura Comparada. Relee lo que avanzaron con Kim hace unas horas, y sin darse cuenta sonríe, recordando la forma en que su compañera la había felicitado. Por un instante, se sorprende a sí misma pensando que no estaría mal volver a quedar con ella.

Sacude la cabeza y centra la atención en otro trabajo: un análisis de Romeo y Julieta. Abre el documento en blanco y deja que los dedos empiecen a correr por el teclado.

"Romeo es más que un enamorado desesperado. Su impulsividad, su incapacidad para medir las consecuencias, convierten su historia en una tragedia inevitable. Su amor, tan puro como imprudente, es también su condena..."

Selena sigue escribiendo, la mirada fija en la pantalla. Se ha sumergido de lleno en el análisis, perdiendo la noción del tiempo.

"... es un espejo de la impaciencia juvenil, alguien que no distingue entre amor verdadero y la pasión súbita que todo lo consume. Su tragedia no reside únicamente en las circunstancias externas, sino en su incapacidad para esperar, para razonar. En cambio, Julieta, aunque igual de joven, muestra una lucidez más profunda..."

Pausa. Bebe un sorbo de agua y estira los brazos, satisfecha. Ha pasado al menos media hora en completo silencio, la calma perfecta. Se siente productiva, ligera, como si por fin el día le estuviera rindiendo.

Hasta que suena el teléfono.

El pitido corta el aire, inesperado, y ella salta en la silla. Con el corazón acelerado, busca el móvil dentro de la mochila. Una sonrisa aparece en sus labios al instante: ¿Kim? Quizás quiera quedar para avanzar más rápido con el trabajo. Quizás...

Pero cuando desbloquea la pantalla, la sonrisa se borra de golpe. El mensaje no ha llegado a su teléfono personal, sino al otro.

Su pulso se acelera. Las manos le tiemblan cuando abre el mensaje.

Luna Vega: Hola. ¿Dónde estás?

Selena parpadea varias veces, como si dudara de haber leído bien. No es Jennifer. Es ella. La propia Luna Vega, escribiéndole de manera directa.

Respira hondo, intenta calmarse y responde de manera seca, sin adornos:

Selena: En la universidad. Tengo mucho trabajo. No cuentes conmigo hoy.

Casi al instante, aparece la respuesta:

Luna Vega: Oh... vaya 😔

Luna Vega: Necesito que me ayudes a elegir un libro.

Selena arquea las cejas, incrédula. ¿Un libro? Suelta un resoplido. Teclea con brusquedad.

Selena: ¿Un libro? No soy tu asistente personal.

Durante unos segundos no llega nada, y Selena empieza a pensar que la conversación ha terminado. Aliviada, vuelve al documento y al ensayo de Romeo y Julieta. Pero a los pocos minutos, el teléfono vibra de nuevo.

Luna Vega: Déjalo, ya me las arreglaré sola.

Luna Vega: ¿Dices que estás en la universidad?

El corazón de Selena da un vuelco. ¿Por qué ha preguntado eso? ¿Lo ha dicho en su primer mensaje sin darse cuenta? Relee, y sí, ahí está: en la universidad. Maldición.

Teclea rápido, intentando restar importancia.

Selena: Sí. Biblioteca. Ya te dije: mucho trabajo. Ya hablamos para otro día.

Deja el teléfono a un lado, respira hondo y se masajea las sienes. Esa chica siempre me saca de quicio. Como si tuviera un talento natural para descolocar todo lo que la rodea, incluso a distancia.

Vuelve al portátil, decidida a no dejar que Luna Vega le robe más minutos de concentración. Poco a poco consigue retomar el hilo de su ensayo, zambulléndose de nuevo en las pasiones y contradicciones de Romeo. El sonido de las teclas le devuelve el ritmo, el control.

El tiempo avanza sin que se dé cuenta. Página tras página, el análisis se completa, hasta que al fin el documento tiene forma definitiva. Suspirando aliviada, se reclina en la silla y sonríe apenas: lo ha terminado.

Ahora solo queda releerlo.

Se acomoda, repasa cada párrafo con atención, corrige alguna palabra, pule una frase. Cuando acaba, siente un extraño orgullo, ha trabajado duro y se nota. Con un clic, envía la orden de impresión. El murmullo lejano de las máquinas empieza a sonar en la sala contigua, recordándole que su esfuerzo está a punto de convertirse en papel.

Recoge sus cosas, estira los brazos adormecidos por pasar horas en la misma postura y se dirige hacia la zona de impresoras. La biblioteca está casi vacía, apenas un par de estudiantes agotados, la luz suave y el silencio denso que anuncia el cierre.

Entonces la puerta de cristal pesada se abre con un chirrido metálico. Selena se detiene a mitad de camino, extrañada. ¿Quién viene a estas horas, cuando faltan treinta minutos para cerrar?

Su mirada viaja de la puerta a su teléfono, como si buscara una confirmación que no llega.

Y entonces lo ve.

Primero las gafas de sol innecesarias a esas horas. Después la gorra mal ajustada, bajada hasta casi tapar la frente. Y, finalmente, lo más absurdo: un uniforme de la universidad perfectamente colocado, como si eso fuera suficiente para pasar desapercibida.

Selena tarda apenas un segundo en reconocerla. Ese disfraz no engañaría ni a un niño.

Luna Vega.

Pero lo más importante, ¿De dónde demonios ha sacado ese uniforme?

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