Después de dos años de casados, Mía descubre que durante todo ese tiempo, ha Sido una sustituta, que su esposo se casó con ella, por su parecido a su ex, aquella ex, que resulta ser su media hermana.
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Tras un minuto de silencio abrumador, donde Benjamín lo estaba observando con esos ojos penetrantes que parecían escudriñar hasta el más recóndito secreto del alma, Ariel al fin pudo hablar, sintiendo cómo la mentira que estaba a punto de pronunciar le oprimía el pecho.
—Mía ha decidido abrir su propio negocio. Creo que seguirá los pasos de sus familiares, y creará una cadena hotelera —pronunció estas palabras mientras jugaba nerviosamente con el anillo de bodas en su dedo, un gesto que había desarrollado cuando la ansiedad lo invadía—. Tiene grandes planes para expandirse por toda la costa y ya está en conversaciones con varios inversionistas potenciales.
Estaba mintiendo descaradamente a su padre, y sabía que esto traería repercusiones que podrían destruir la confianza que durante años habían construido. La culpa lo carcomía por dentro, mientras recordaba todas las veces que su padre le había inculcado el valor de la honestidad, especialmente en los negocios familiares y las relaciones personales.
Lo que más odiaba Benjamín Rodríguez, además de las traiciones empresariales y la deslealtad, es que le mintieran y le vieran la cara de estúpido, como si sus años de experiencia en los negocios no le hubieran enseñado a detectar cuando alguien intentaba engañarlo. Eso bien lo sabía Ariel desde que era un niño, cuando intentó mentirle sobre una mala calificación y terminó castigado por dos meses, sin embargo, estaba haciendo exactamente eso, traicionando los principios fundamentales que su padre le había inculcado desde pequeño.
—Me parece muy bien, es una joven muy inteligente y con proyectos en la vida. No pudiste encontrar otra esposa mejor que ella —respondió Benjamín, mientras se servía un vaso de whisky añejo, su bebida predilecta para las conversaciones importantes—. Siempre supe que tenía madera de empresaria, se le nota en la mirada decidida y en la forma en que analiza cada situación.
Benjamín se sentía orgulloso de su hijo, por haber elegido desde el principio la mujer correcta, aquella que no solo complementaba perfectamente a Ariel, sino que también aportaba valor a la familia con su inteligencia y determinación. El brillo en sus ojos al hablar de su nuera revelaba el profundo afecto que sentía por ella.
Debía reconocer que al principio no le agradó que su hijo se casara tan joven, sobre todo, con alguien a quien no conocía. Pero tras hacerle una exhaustiva investigación a la joven y saber que era muy noble, decidió permitir ese matrimonio, sobre todo, por la promesa que le hizo a la anciana abuela de Mía, jurando que cuidarían de su nieta siempre, como si fuera una más de la familia Rodríguez.
Lo habían hecho desde que Mía fue parte de su familia, proporcionándole no solo comodidades materiales sino también el amor y apoyo que necesitaba, y lo seguirían haciendo no solo por la promesa que hicieron, sino porque ella se había ganado el corazón de toda su familia con su dulzura y dedicación, y era un miembro más de ellos, y como tal, estaría protegida contra cualquier adversidad que la vida pudiera presentarle.
Al escuchar hablar a su padre de esa forma de su esposa, Ariel sonrió con una mezcla de orgullo y remordimiento. Él también estaba convencido de que Mía era una grandiosa chica, la cual se las apañó en su adolescencia, día a día, trabajando en diversos empleos para ayudar a sus padres mientras estudiaba con becas. Él sabía lo duro que fue para Mía vivir con personas de bajos recursos, compartiendo un pequeño apartamento y estirando cada centavo para llegar a fin de mes.
Cuando conoció a Mía, ella era tan flaca y haraposa, pero sabía que alimentándola bien, y cuidándola con mucho amor, se convertiría en alguien como Zoe, quien siempre había sido el ejemplo de elegancia y sofisticación. Y no se equivocó, pues Mía había florecido como una rosa en primavera, desarrollando no solo una belleza física extraordinaria sino también manteniendo esa belleza interior.
El momento familiar transcurrió con la calidez característica de los Rodríguez, padre e hijo hablaban de negocios y estrategias de expansión, mientras los gemelos adolescentes, Samu y Bene, continuaban jugando absortos en sus celulares, ajenos a la tensión que flotaba en el ambiente.
En cuanto a Mía y su suegra, junto con sus cuñadas Valeska y Mara, seguían en la cocina preparando junto a la servidumbre la elaborada comida dominical que se había vuelto una tradición familiar inamovible.
Cuando esta estuvo lista se sentaron en el imponente comedor de caoba a degustar la comida tradicional, que incluía los platos favoritos de cada miembro de la familia, desde el asado que tanto le gustaba a Benjamín hasta los postres artesanales que Mía había aprendido a preparar.
—Ya llevan dos años casados, ¿Cuándo me darán nietos? —cuestionó Benjamín mientras cortaba un trozo de carne, lo que hizo que Mía casi se atragante con el jugo de naranja natural que acababa de servirse.
—Mía aún está estudiando —aunque estaban en vacaciones, sabía que el siguiente semestre continuaría con los estudios de administración de empresas en la universidad más prestigiosa de la ciudad, gracias al apoyo incondicional de la familia Rodríguez.
—Estudiar no impide que tengan hijos, tu madre puede hacerse cargo de ellos —habló en plural, porque quería muchos nietos corriendo por la mansión— ¿O es que no piensan en tenerlos? —Inquirió Benjamín, con ese tono que utilizaba en las negociaciones importantes.
—Por supuesto que los tendremos —acotó Mía mientras la mano de Ariel se entrelazaba a la suya bajo el mantel—, solo que no por ahora. Primero queremos establecernos mejor profesionalmente.
—Bueno, entonces tocará esperar —se resignó Benjamín, aunque en su mirada se notaba la ilusión de ser abuelo pronto.
Mía se sintió miserable por mentirle descaradamente a su suegro, quien había sido como un padre para ella desde el día que la recibió en su casa. Sabía cuan ansiosos estaban por ser abuelos, incluso Ariel quería ser padre, por eso llevaba intentándolo durante un año, pero no se daba, no se dio hasta ese momento tan inoportuno. Pero, ya no podía compartir esa noticia con la familia Rodríguez, porque estaba convencida de que, obligaría a Benjamín a permanecer a su lado por el bien del bebé. Ella no podría soportar que él se quedara por su hijo, en lugar de hacerlo por amor verdadero.