Después de perderlo todo Isabela decide reconstruir su vida.
Entre lágrimas y aprendizajes, descubre que el destino puede sorprender con un nuevo amor y una nueva vida…
Uno capaz de sanar su corazón y enseñarle que siempre es posible volver a soñar y a vivir.
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Capitulo:05
ISABELA:
Durante el recorrido por la empresa me divierto mucho con el joven Alexander que la verdad es muy recurrente y divertido.
Luego de una larga caminata por todo el lugar, no tengo duda de que está empresa es un gran imperio.
A lo lejos observo a Amelia reír con dos chicas más, pero por ahora no quiero molestarla, en estos momentos solo quiero acostarme un poco y descansar.
—Aquí es la salida ¿Qué le ha parecido este recorrido?
—El lugar es perfecto, muchas gracias, joven Cortes.
Le muestro una sonrisa sincera y él chasquea la lengua.
—Por favor, puedes decirme Alexander.
Sonrío y niego.
—No podría, hasta mañana joven Cortés.
—Hasta mañana señorita Torres.
Dice y me doy la vuelta para marcharme... ¿Señorita? Hace tiempo dejé de serlo, pero si él gusta en llamarme así... No tengo problema alguno.
...
Las horas pasaron en un abrir y cerrar de ojos y ya cuándo me estoy dando cuenta, estoy frente al espejo mirando mi nueva imagen como secretaria y asistente personal.
—No me veo nada mal... Creo que así estoy bien.
Me coloco unos zapatos planos y con un suspiro echándome buena suerte me marcho a la empresa.
Al estar frente a las puertas del gran edificio escucho una voz.
—¿Isabela? Isabela ¿Eres tú?
Con una sonrisa miro a Amelia y esta me escanea de arriba abajo.
—Wao, te miras muy diferente... Dime ¿Te dieron el trabajo?
La miro feliz sin poder dejar de sonreír.
—Así es, pero no limpiando... El señor Romanov me quiere como su secretaria y asistente.
Amelia me mira confundida y antes de que pueda explicarle una voz fuerte e imponente habla detrás de mí.
—Señorita Torres, sígame.
Miro a mi nuevo jefe con una sonrisa.
—Buenos días, señor Romanov.
Él mal educado no responde y solo se da la vuelta caminando hacia su auto.
—Buenos días jefe, me alegra volver a verlo.
Exclama Amelia y él solo la mira por encima del hombro para luego continuar con su camino.
—Lo lamento Amelia, pero debo irme, prometo que más tarde te explico ¿De acuerdo?
—Si.
Responde y me marcho detrás del hombre de pasos largos... ¿Cómo una persona puede caminar tan rápido?
Entero al lujoso coche detrás de él y su chofer cierra la puerta con sumo cuidado.
—¿A dónde iremos señor Romanov?
—Tengo un desayuno con unos futuros inversionistas Italianos.
Dice con el rostro serio y yo lo miro sin comprender.
—Discúlpame, pero ¿Por qué debería de ir con usted?
—En su currículum está que habla tres idiomas entre ellas el Italiano ¿Estoy en lo correcto?
—Así es señor.
—Perfecto, serás mi intérprete durante nuestra reunión señorita Torres.
—¿Su intérprete?
—Espero que pueda pasar esta prueba.
Dice mientras recuesta su cabeza y cierra los ojos.
Con un suspiro y algo de nervios miro hacia la ventana y trato de mantener la tranquilidad.
Veinte minutos más tarde llegamos frente a un lujoso restaurante y antes de que el chófer me abra la puerta yo salgo disparada y sin poder contenerme más, vomito lo poco que ingerí esta mañana.
Con lágrimas en los ojos y horribles arcadas siento como mis pies se debilitan y me tambaleo, pero una mano sostiene mi cintura.
—Esto no puede estar pasando ahora.
Escucho como murmura y alguien me pasa una botella de agua el cual me enjuago y lavo mi cara para estar más fresca.
—Muchas gracias señor Romanov, ya puede soltarme.
—¿No se va a caer?
—No, ya estoy bien, gracias.
Él me suelta y no aparta la vista de mí.
—Le pediré a mi chófer que la lleve al hospital, está muy pálida.
Niego varias veces y sonrío forzadamente.
—Me encuentro bien señor, no se preocupe.
—Si usted insiste, entonces entremos.
Menciona entendiendo la mano para que camine delante.
Tomo una profunda respiración y relajo mi cuerpo comenzando a caminar.
—Lamento este incidente y gracias por su ayuda, señor.
—No hay de qué.
Es lo único que dice hasta que llegamos a la puerta del restaurante.
—Sus invitados lo esperan señor Romanov.
Mi jefe solo asiente y la mujer de recepción nos guía hacia una sala privada.
Antes de entrar al lugar me detengo para luego dar varios pasos atrás y colocarme detrás de mi jefe.
—Así está mejor.
Murmuro y este no dice nada y camina hacia dentro a pasos largos.
Tres hombres mayores al vernos se colocan en pies y con una sonrisa saludan al señor Romanov y luego a mí.
—sempre puntuale Vladimir Romanov
(Siempre puntual Vladimir Romanov)
Dice uno de ellos con una sonrisa en el rostro y suspiro preparándome para dar lo mejor de mi en este trabajo.