Bruno se niega a una vida impuesta por su padre y acaba cuidando a Nicolás, el hijo ciego de un mafioso. Lo que comienza como un castigo pronto se convierte en una encrucijada entre lealtad, deseo y un amor tan intenso como imposible, destinado a arder en secreto… y a consumirse en la tragedia.
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DE OBTENER
No tenía idea de que Nicolás fuera el mismo chico que me había dado flores el día de mi graduación de secundaria. ¡Ahora lucía irreconocible! Había crecido, su cuerpo era más robusto, le crecía la barba y ya no usaba aquellos lentes con cristales gruesos que antes ocultaban sus ojos. Todo había cambiado: su físico, su porte… incluso su forma de mirarme. Y aun así, yo era quien cuidaba de él.
Comencé a sospechar que entre los dos estaba germinando algo nuevo. ¿Enamorados? ¿Un cariño distinto al de amigos? ¿Amor de verdad?
—¿Por qué me regalaste flores? —pregunté con cautela—. En realidad, no nos conocíamos y…
—Me interesas. Por esa razón.
Sus palabras me estremecieron. ¿Interesarle? ¿En qué sentido? Durante mis años escolares hubo quienes me confesaban que querían conmigo. Yo siempre me escudaba en los nervios, en mi falta de preparación, en ese miedo a sentir. Pero ahora, con él, todo era distinto.
Y es que… ¡Nicolás era mi jefe! Además, un narco. Pero estaba tan guapo… Mi abuelita solía advertirme: “Nunca te fijes en un narco, hijo, porque terminarás sufriendo”. Sin embargo, yo no lograba verlo como un hombre peligroso. No con esa sonrisa, no con esa forma de cuidar de mí.
—¡Changos! No esperaba que fueras a decirme algo así —confesé, con el corazón a mil.
Sus ojos se clavaron en los míos con una intensidad que me hizo perder el aire. Era como si esa seguridad que antes le daban los lentes ahora estuviera multiplicada en su mirada desnuda.
—Bueno, no es tu culpa. Es mía, por fijarme en ti.
—No estoy diciendo que esté mal —respondí rápido—. Solo… me sorprende. ¡Jamás imaginé que fueras aquel muchacho!
Él sonrió con ironía.
—¿No me parezco?
—Cambiaste demasiado. Además, solo nos vimos una vez.
—En realidad fueron dos.
—¿A poco?
—La primera fue cuando te entregué tu diploma de aprovechamiento. Y la segunda… cuando fui a tu casa con flores.
Mi pecho se llenó de un calor extraño. Sonreí, acariciando el ramo de claveles.
—Pues… gracias por esto.
Y sin pensarlo, lo abracé. Sentí su respiración cerca de mi cuello, y me estremecí.
🌺🌺🌺
Abrí los ojos. Todo estaba oscuro. ¿Desperté? ¿Seguía soñando?
—¡Buenos días, Bruno! —la voz de Nicolás vibró en la penumbra.
Mi corazón dio un salto.
—¿Es de día?
—Sí. Ya amaneció.
—¿Y por qué está todo oscuro?
—Te puse una venda en los ojos.
Me incorporé de golpe.
—¿Qué? ¿Estás hablando en serio?
—Sí.
—Pero…
—Quiero que, por un día, intentes entender lo que siento.
La venda apretaba mis párpados. No veía nada. Solo podía escuchar su voz, sentir mi propio pulso acelerado.
—¿Y para qué? —pregunté con desconfianza.
—Para que experimentes lo que yo vivo cada vez que me cuidas. Quiero que entiendas lo que significa depender de ti.
Tragué saliva. La oscuridad pesaba. Y al mismo tiempo, la idea de rendirme a su cuidado tenía algo… íntimo.
—¿Y cuánto durará esto?
—Todo el día.
—Pero y si…
—Deberás hacerlo. No te preocupes, yo te cuidaré.
Ese “yo te cuidaré” me desarmó. Respiré hondo, buscando calma.
—Está bien… supongo que no tengo opción.
Puse los pies en el suelo. El frío del piso me despertó de inmediato.
—¿Qué quieres desayunar? —preguntó con naturalidad.
—Unos chilaquiles.
—Perfecto. Te llevaré a desayunar.
—¿Salir así? ¿Con la venda puesta?
—Sí. Pero primero… un baño.
La palabra quedó suspendida entre nosotros.
—¿Un baño?
—Claro.
—Lo único que quiero ahora es ir al sanitario.
Comencé a caminar con los brazos extendidos, tanteando el espacio.
—Espera, déjame ayudarte.
Sentí sus manos tomarme con firmeza. Mis latidos se desbocaron. ¿De verdad iba a aceptar esto? ¿Quedarme ciego para entenderlo? Algo en mí se rebelaba… y al mismo tiempo me intrigaba.
—No te preocupes, puedo quitarme la venda.
Sus manos sujetaron las mías.
—No. Por favor. Si quieres complacerme, haz lo que te pido.
Ese “complacerme” me retumbó en la cabeza.
—No entiendo tu juego.
—No es un juego. Se trata de lo que sientes por mí.
Mi respiración se volvió agitada. Tal vez tenía razón. Cada vez que su mano rozaba la mía, mi corazón respondía con violencia.
Mis latidos llevaban su nombre.
Y sin más resistencia, acepté.
Nico me gusta... quiero saber más!!!
unos capítulos más, porfaaaaa
Estoy encantada de leerte nuevamente 🤗
Voy leyendo todas tus novelas de a poco...
Dejo unas flores y pronto algún voto!!! por favor no dejes de actualizar, me gusta mucho como viene esta historia 💪♥️