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Nuestro Desastre Perfecto

Nuestro Desastre Perfecto

Status: Terminada
Genre:Romance / Comedia / Amor eterno / Completas
Popularitas:837
Nilai: 5
nombre de autor: HopeVelez

🌆 Cuando el orden choca con el caos, todo puede pasar.

Lucía, 23 años, llega a la ciudad buscando independencia y estabilidad. Su vida es una agenda perfectamente organizada… hasta que se muda a un piso compartido con tres compañeros que pondrán su paciencia —y sus planes— a prueba.

Diego, 25, su opuesto absoluto: creativo, relajado, sin un rumbo claro, pero con un encanto desordenado que desconcierta a Lucía más de lo que quisiera admitir.

Carla, la amiga que la convenció de mudarse, intenta mediar entre ellos… aunque muchas veces termina enredándolo todo aún más.
Y Javi, gamer y streamer a tiempo completo, aporta risas, caos y discusiones nocturnas por el WiFi.

Entre rutinas rotas, guitarras desafinadas, sarcasmo y atracciones inesperadas, esta convivencia se convierte en algo mucho más que un simple reparto de gastos.

✨ Una historia fresca, divertida y cercana sobre lo difícil —y emocionante— que puede ser compartir techo, espacio… y un pedacito de vida.

NovelToon tiene autorización de HopeVelez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 18 – Entre paredes finas

Era tarde, y el piso estaba en silencio. Carla y Javi ya dormían, o al menos eso suponían.

Lucía salió al pasillo con la excusa de ir al baño… y allí estaba Diego, recostado contra la pared como si la estuviera esperando.

—¿En serio? —susurró ella, cruzándose de brazos—. ¿Me espías ahora?

—No. —Él sonrió ladeado—. Te espero. Que es distinto.

Lucía rodó los ojos, pero el calor en su pecho la traicionaba. Dio un paso para pasar de largo, pero Diego la atrapó suavemente por la muñeca.

—Ni se te ocurra huir.

Ella iba a protestar, pero él ya la había empujado con suavidad contra la pared, en la penumbra del pasillo.

El beso fue distinto a los anteriores: más urgente, más hambriento, como si ambos hubieran guardado demasiadas ganas.

Lucía trató de contener un gemido cuando él deslizó la mano por su cintura, acercándola aún más.

—Estás loco —susurró contra sus labios.

—Lo sé —respondió él, besándola otra vez—. Pero tú me vuelves peor.

Un ruido en el pasillo los congeló: una puerta que chirrió. Ambos se separaron a la velocidad de la luz, respirando agitados.

Carla salió medio dormida, con el pelo revuelto.

—¿Por qué hay tanto ruido? —preguntó, rascándose la cabeza.

Lucía y Diego se miraron, todavía pegados a la pared.

—Eh… ¡la tubería! —improvisó Lucía, señalando cualquier cosa—. Suena raro.

—¿La tubería? —repitió Carla, desconfiada.

—Sí, juraría que gotea —añadió Diego, conteniendo la risa.

Carla los miró unos segundos, luego suspiró.

—Vale, pero mañana lo revisamos. Y baja la voz, que quiero dormir.

Cuando la puerta de Carla volvió a cerrarse, Lucía apoyó la frente en el pecho de Diego, riendo en silencio.

—Nos van a pillar.

Diego besó su cabello, todavía sin soltarla.

—Y mientras no lo hagan… —murmuró con una sonrisa peligrosa—, sigamos tentando a la suerte.

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De vuelta en su habitación, Lucía cerró la puerta despacio y se dejó caer contra ella, todavía con el corazón disparado. Cada roce, cada beso robado, se sentía como caminar en la cuerda floja.

Lo peor era que el piso tenía paredes finas. Tan finas que, a veces, Lucía se preguntaba si Carla y Javi no habrían escuchado ya algo… un suspiro, una risa contenida, un golpe accidental contra la pared.

La idea la hizo taparse la cara con las manos, entre avergonzada y excitada.

No pudo evitar recordar la mirada de Carla antes de volver a su cuarto: había algo en sus ojos, un destello de sospecha, como si hubiera visto más de lo que admitió.

Lucía se metió en la cama, pero dormir fue imposible. Cada ruido del piso —un crujido, un portazo lejano, el viento contra la ventana— le parecía una amenaza de ser descubiertos.

En el otro cuarto, Diego tampoco dormía. Se lo imaginaba tumbado, sonriendo como un idiota, convencido de que todo valía la pena con tal de verla sonrojarse.

Al día siguiente, durante el desayuno, la tensión volvió a colarse entre las tostadas y el café. Carla los observaba con los ojos entrecerrados mientras removía la taza, sin decir nada.

Lucía fingió mirar el móvil; Diego, en cambio, le sostuvo la mirada descaradamente.

—Dormisteis bien, ¿no? —preguntó Carla de pronto, con un tono demasiado neutro.

—Perfecto —dijo Lucía, sin mirarla.

—Sí, como un tronco —añadió Diego, con la voz más inocente del mundo.

Carla arqueó una ceja y no insistió, pero Lucía sintió que el aire se volvía más denso.

Si seguían jugando así, tarde o temprano alguien los descubriría.

Y, aun así, esa certeza no la hizo querer detenerse.

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