No Me Dejes Ir

Ariel se introdujo en el despacho completamente ofuscado, con los pensamientos nublados por la ira y la culpa que lo carcomían por dentro.

Si bien había lanzado aquella terrible acusación contra Mía sobre serle infiel con David Stevens, en el fondo de su corazón sabía perfectamente que no era cierto, que sus celos irracionales y su orgullo herido habían hecho que soltara agravios infundados que la lastimaron profundamente.

Los remordimientos pesaban sobre sus hombros como una losa.

Escuchar a Mía decir con total naturalidad que conocía a David Stevens desde hace mucho tiempo, le hizo dudar intensamente de sus propias sospechas sobre una posible relación entre ellos, ya que ese tipo, apenas había regresado.

Aunque debía reconocer que la seguridad en la voz de ella al mencionar ese detalle removió sus entrañas.

—Señor, ¿me estaba esperando? —Colin ingresó con paso firme al despacho y se paró frente al imponente escritorio de caoba, esperando atentamente las instrucciones de su jefe mientras observaba su semblante perturbado.

—Investiga cómo se conocieron mi esposa y David Stevens. Necesito saber cada detalle de su relación pasada —ordenó Ariel con voz tensa.

Colin asintió, pero antes de retirarse le informó a su jefe sobre la urgente reunión que solicitaba el gerente del edificio que Mía había adquirido recientemente.

A Ariel inicialmente no le interesaba en lo más mínimo reunirse con ese hombre, considerándolo una pérdida de tiempo; no obstante, cuando fue informado que si no accedía a la reunión, el gerente coordinaría directamente con Mía y Zoe para finalizar el contrato de arrendamiento que habían firmado por el departamento, Ariel accedió de inmediato a programar el encuentro.

Después de que Colin se retirara, Ariel giró lentamente su silla ejecutiva hacia la amplia ventana de cristal que dominaba la pared posterior de su despacho. Observaba pensativamente la vista panorámica del cuidado jardín mientras reflexionaba sobre la complicada y delicada situación en la que se encontraba sumergido por sus propias acciones impulsivas.

Mía continuó recogiendo sus pertenencias con manos temblorosas, pues había tomado la firme determinación de no permanecer ni un segundo más en esa casa que ahora le resultaba asfixiante, aunque tuviera pendiente una considerable deuda que saldar, simplemente no podía continuar allí después de lo sucedido.

Cuando recibió el mensaje de texto de Mónica informándole que ya se encontraba esperándola afuera en un taxi, decidió bajar apresuradamente con sus dos improvisadas bolsas en mano, sintiendo que el corazón le latía desbocadamente.

—Señora, yo me encargo de desechar esa basura —se ofreció amablemente la empleada doméstica al verla, no obstante, Mía negó con firmeza.

—No es basura, son mis pertenencias personales —aclaró.

La maleta vieja que había traído hace dos años atrás cuando llegó a esa casa ya había sido descartada tiempo atrás. Ahora le tocaba transportar sus escasas posesiones en simples bolsas de basura. Había tomado la decisión consciente de no llevarse absolutamente nada de lo que Ariel le había obsequiado, únicamente empacó los regalos significativos que sus cuñadas, cuñados, suegros, abuela y amigos le habían hecho con cariño.

—Sus cosas personales… —murmuró la empleada con preocupación.

La perspicaz empleada intuyó de inmediato que Mía tenía toda la intención de marcharse definitivamente. Recordando vívidamente la acalorada discusión que había presenciado entre ella y Ariel, supo que debía intervenir para impedir su partida, así que corrió presurosa hacia el despacho.

—Señor, disculpe la intrusión, pero debo informarle que su esposa está a punto de abandonar la residencia en este preciso instante —anunció con voz agitada.

Ariel, que permanecía abstraído contemplando la serena belleza del jardín, se incorporó violentamente y salió como una tromba del despacho.

—¡Que nadie la deje salir! —rugió desde la entrada con voz atronadora, determinado a evitar su escape.